Robert Aldrich, el director que unió a Bette Davis y Joan Crawford
El cineasta viene a corroborar aquello de que la obra es más eterna que el propio creador y viene a refrendarlo el hecho de que se recuerdan mejor los títulos que rodó que su apellido
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El cineasta viene a corroborar aquello de que la obra es más eterna que el propio creador y viene a refrendarlo el hecho de que se recuerdan mejor los títulos que rodó que su apellido.
El nombre de Robert Aldrich, como el de Fritz Lang, Howard Hawks o Richard Siodmark, trae consigo una memoria de madrugadas domésticas, cuando el telespectador de antes se acuñaba la cultura cinematográfica a medianoche, en plena rebeldía con el sentido común y los horarios laborales, porque es cuando en La 2 pasaban los clásicos. Robert Aldrich viene a corroborar aquello de que la obra es más eterna que el propio creador y viene a refrendarlo el hecho de que se recuerdan mejor los títulos que rodó que su apellido, algo que no está mal destacar hoy, cuando se cumple el centenario de su nacimiento. Aquella adolescencia de noches catódicas dejó un sedimento de películas y actrices eternas que ya muchos ni ven ni aprecian, pero que sigue alimentando abundantes mitologías personales.
A Aldrich muchos lo recordarán por haber reunido a Burt Lancaster (con el que también trabajó en «Apache» y «La venganza de Ulzana», dos del Oeste con prota indio), la nacional Sara Montiel y Gary Cooper en aquel atípico western que resultó «Veracruz», y que es uno de esos filmes donde uno descubre que sus simpatías caen del lado del malo y no del bueno, un pasmado con jeta de bienaventurado. Aunque habrá quien sienta predilección por «Doce del patíbulo», una bélica que reunió a los mejores secundarios de Hollywood en un afortunado collage de actores, con un mensaje como de redención y de segundas oportunidades que después influyó mucho en los estudios, o «El último atardecer», donde unió fuerzas con Dalton Trumbo para sacar adelante la persecución entre un pistolero, al que prestaba hechuras Kirk Douglas, y un representante de la ley que gastaba el mismo careto que el guapo de Rock Hudson, aquel amor imposible de Elizabeth Taylor.
Lo de «¿Qué fue de Baby Jane?», con unas gigantes Bette David y Joan Crawford, más que cine fue psicología aplicada. Aquellas dos señoras sentían entre sí un resentimiento bíblico y el guión, más que ahondar en esos papeles aguijoneados por el odio, dejaba la impresión de querer ejercer de agente balsámico, como de lenitivo para aplacar ese tsunami de rencores mutuos que se guardaban ambas estrellas y que podía convertir el rodaje en una novela de Agatha Christie. Pero lo que evoca ahora Aldrich es lo mismo que «Laura», de Otto Preminger, la evocación de unas noches lúdicas, hedonistas, de salón vacío ya sin bullangas familiares, y la serena impresión de que a la vida le sobraba tiempo.