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«Roma», Netflix y el nuevo orden mundial del cine

Tras el León de Oro de Cuarón queda claro que tanto Netflix como los festivales de clase A -Berlín, Cannes, Venecia y San Sebastián- tendrán que suavizar sus posturas para sanar la fractura entre las plataformas VOD y la gran pantalla
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Varios aspectos vinculan a “Roma”, de Alfonso Cuarón, con clásicos como “Roshomon” (Akira Kurosawa, 1951), “Belle de Jour” (Luis Buñuel, 1967) o “Azul” (Krzystof Kieslowski, 1993): todas ellas han sido consideradas obras maestras, recibidas con fuertes ovaciones y rendido entusiasmo por la crítica y ganadoras a la postre del León de Oro del Festival de Venecia.
Sin embargo, “Roma” plantea un antes y un después en la trayectoria de los certámenes de clase A (Berlín, Cannes, Venecia y San Sebastián), pues será la primera cinta en más de siete décadas (75 ediciones acumula la Mostra, la decana del ramo) que no se estrenará en salas de cine a pesar de haber conquistado un festival que se exhibe en pantalla grande.
En realidad, está por ver si la producción de Netflix dirigida por el mexicano no pasará por el cine tradicional, pues en la guerra abierta en los últimos tres años dentro del mundo cinéfilo entre la sala y las plataformas de vídeo bajo demanda (VOD), todos tendrán que ceder a la fuerza. Tanto es así que la propia Netflix aventuró que la cinta de Cuarón podría pasar por los cines incluso antes de llegar a la plataforma, una estrategia que aspira a situar a Netflix en la carrera de los Oscar (“Roma” representará a México en los premios) y limar asperezas con los grandes festivales.
En plena crisis de las pantallas, con la pujanza innegable del cine en casa y la espiral inagotable de series (ahí están no solo Netflix, sino también Amazon o la española Movistar+), algo se ha roto de manera irreparable en el orbe cinematográfico tal y como lo conocíamos. De ahí saldrá un nuevo orden mundial del cine. La primera andanada del gigante de California se dejó sentir con fuerza en el Festival de Cannes de 2017. Netflix había colocado dos cintas en la competición oficial (“Okja”, de Bong Joon-ho, y “The Meyerowitz Stories”, de Noah Baumach). Hacía poco que la plataforma se había lanzado con una ristra incontable de dólares a financiar cine de calidad, más allá de su compromiso popular con las series.
Amazon también había roto la baraja haciéndose con los servicios de Woody Allen, en una operación de financiación a largo plazo que las denuncias del #MeToo han dado al traste. Estar en Cannes, pugnando de tú a tú con las cintas del circuito tradicional de exhibición, era algo que no entraba en los esquemas de los más puristas. Y, de hecho, la bomba estalló en pleno festival, con Pedro Almodóvar, presidente del jurado, como vocero de la vieja guardia. “Mientras siga vivo defenderé algo que muchos jóvenes no conocen y que es la capacidad de hipnosis que tiene una gran pantalla frente al espectador”, dijo.
Y quedó claro que Netflix se iría de vacío en los premios y que no era bienvenido en la Croisette, el paraíso del cine de autor. Ted Sarandos, director de contenidos de Netflix y voz cantante en esta polémica, reaccionó metiendo el dedo en la llaga, ahí donde duele a una industria en crisis: “Siempre será mejor ver cine en una pantalla pequeña que no verlo en absoluto”.
La ruptura era inevitable y se concretó este año. Amparándose en la férrea legislación francesa, proteccionista con los exhibidores tradicionales y que prevé 36 semanas de exposición en salas antes de que una cinta recale en las plataformas, Thierry Frémaux, director de Cannes, cerró las puertas de la sección oficial a Netflix para su edición de 2018. Ello no lo excluía de otras secciones no competitivas, pero el gigante norteamericano entendió la jugada y se retiró de pleno del certamen francés.
En cambio, puso sus ojos en Venecia, un festival que en los últimos años, con los estrenos de “La La Land” y “La forma del agua”, ha logrado convertirse en un escaparate previo de la cosecha de los Oscar. Alberto Barbera, director de la Mostra, recibió así de rebote tres joyitas de Netflix, dos de las cuales se situaron en lo más alto del palmarés: “Roma”, de Cuarón, que ganó el León de Oro, y “La balada de Buster Scruggs”, ganadora del premio a mejor director para los Hermanos Coen. Netflix había consumado su venganza.
¿Y ahora qué? Por lo pronto, la plataforma californiana ha logrado ser aceptada también en Berlín y en San Sebastián, donde el año pasado estrenó fuera de concurso “Fe de etarras”, de Borja Cobeaga, precedida por la polémica de su agresiva campaña publicitaria, y donde este mismo año, en apenas una semana, estrenará en la sección oficial “Illang, la brigada del lobo”, de Kim Jee-Woon.
Las voces críticas siguen muy presentes, no solo en Cannes, la patria de los tradicionalistas, sino en todo el mundo, incluyendo Italia, donde tres asociaciones han levantado la voz contra el hecho de que la Mostra le haga el juego al márketing de Netflix. Lo que está claro es que, tras la experiencia de Venecia, a Cannes le va a costar rechazar el cine de nombres tan autorizados, creadores reputados e influyentes, mientras alimenta de paso a los certámenes que le pueden hacer la sombra.
En Francia se habla de un cambio legislativo para acercar posturas y Frémaux, que antes de el éxito de “Roma” consideraba que el veto a Netflix no afectaría a la calidad de su certamen, tendrá que buscar una vía de acuerdo o, por el contra, hacer la del último mohicano: enrocarse en la estrategia de la pureza innegociable del cine de siempre.
Por su parte, Netflix ha entendido que la sala tradicional va a tener que ser un aliado y no un enemigo en su horizonte cercano. Solo así podrá acceder con garantías a los festivales y los premios Oscar. Los globos sonda van en aumento y en la dirección de que muchas de sus películas podrán ser vistas en salas, antes o después de su estreno en la plataforma.
Habrá que ver si “Roma” logra abrirse un hueco en los Oscar, cosa que volvería a poner el foco en esta polémica, pues hasta el momento la plataforma solo ha obtenido una estatuilla por un documental. De lo contrario, lo que está garantizado es que en torno a la primavera del año que viene, cuando suenen los “tam tam” de Cannes, hasta la fecha el espectáculo más grande del cine de autor, volveremos a encontrarnos con una fractura que a día de hoy no está sanada.