Rosa Regás: «Se puede ser exiliado hasta del terruño»
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Presumo de contar a Rosa Regás entre mis amigos. Nuestra química fue instantánea. Tuvo mucho que ver el sentido del humor. Recuerdo que le pregunté qué quería decir con eso de tener piel de lagartija que contó hace años en algún artículo, y me respondió: «Fue cosa de mi marido. Decidimos ser novios un día a las 8 de la noche y al día siguiente, cuando me vio a las 10 de la mañana, dijo: "¡Ahí va! ¡Esta chica con estas pecas! ¡Dios mío!". Es que tengo piel de lagartija ¿no?». Rosa, que acaba de ganar el prestigioso Premio Biblioteca Breve 2013 con su «Música de cámara», se casó muy joven. Y cuando le digo que la protagonista de esa poderosa historia de amor en la Barcelona de los años 50 se casó muy joven también me responde: «En aquella época nos casábamos muy jóvenes todas. ¡No conozco a nadie que se casara a los 26 años! Era muy joven, sí; y quería hacer tantas cosas y descubrir tantas cosas que, cuando me quise dar cuenta, tenía ya 50 años...¡Y no había escrito ningún libro todavía, aunque supiera de siempre, no que quería ser escritora, sino que lo era!». No es raro que se le echara el tiempo encima, porque antes de ponerse a escribir tuvo cinco hijos, agotó un matrimonio, se licenció en Filosofía, trabajó en Seix Barral y fundó después su propia editorial, La Gaya ciencia... Y un buen día se dijo: «Ya he plantado muchos árboles y he tenido muchos hijos, y al paso que voy me voy a quedar sin escribir un libro...». Y entonces decidió ponerse a escribir.
Primero un ensayo sobre la ciudad de Ginebra y, luego, ya, novelas. La primera, «Memoria de Almator», era muy bonita, a ella le encanta, pero pasó un poco sin pena ni gloria. Dice Rosa que le gustó mucho escribirla porque no tenía prisa y nadie le decía: «¿Cuándo será la próxima novela?» Se entretuvo escribiéndola tres o cuatro años y lo pasó muy bien. Cuatro años más tarde, llegó «Azul» y ganó el Nadal. En realidad, tiene cinco novelas y cuatro premios. Le digo en broma que es un abuso y se ríe y me contesta:. «Salió un artículo que ya lo decía...Pero a este último, que es de Seix Barral, me quería presentar hace mucho tiempo. Es más, yo fui jurado del galardón y cuando empecé "Música de cámara", en el año siete, me dije: éste es el año. Pensé que la acabaría en tres, pero tardé seis...».
Tal vez por eso es una novela tan delicada y tan redonda. Tan llena de amor, de homenaje a las personas que aparecen, a los poetas que se citan, al propio amor...Porque en realidad es una historia de amor. «Sí, es una historia de amor en la que cuento la influencia que tiene el haber sido educado de una manera o de otra. Es evidente que los protagonistas han sido educados de maneras distintas, tanto en lo que se refiere a las creencias, como por supuesto a la religión (que no deja de ser una creencia), la patria, y la política... Se plantea la situación de la mujer que tiene que dejar de trabajar para satisfacer a los padres burgueses. Y todo puede intervenir en la vida de una pareja que se quiere a morir, "hasta el delirio", dice ella. Se quieren hasta el delirio, pero pasan cosas alrededor... Y como no se entiende, porque no tienes mecanismos para entender lo que ha pasado, haces culpable al otro...». ¡Es tan poderoso el amor y al mismo tiempo tan frágil!
Esta «Música de cámara», de Rosa Regás, en la que Arcadia, hija de republicanos, vuelve a Barcelona en 1949 después de su exilio en Francia, donde se refugió en su pasión por la música para sobrevivir el ambiente opresivo de la posguerra, y se enamora de un prometedor estudiante de Derecho, que pertenece a un mundo distinto, habla de cómo el amor puede verse perjudicado por tantas cosas. Les separa la educación y desde ahí esa política que ella revisa con el paso del tiempo con desazón, mientras critica a todos los partidos. No es raro que lo haga una hija de exiliados. «La vuelta de los exiliados debe de ser muy difíciles incluso ahora. Es bastante complicado volver a engancharse a la propia vida después de muchos años. Y hay muchos exilios. Recuerdo que en los años 40, a la vuelta de Portugal, me detuve en Badajoz, en la época de la miseria total, en la que un tío, que ahora será archimillonario, se había hecho con un edificio de no sé cuántas plantas. Y en lo alto, en una terracita de esas que no sabes para qué sirven, había una mujer con un pañuelo mirando al infinito, que era el páramo...Y yo pensé: "A esta mujer le han sacado de allí, ha tenido que vender sus tierras y se ha quedado fuera". Y pensé también que si la tierra era la vida de esta mujer, esta mujer era una exiliada del terruño».
Dando de comer al caimán
Pienso en cómo serán los exiliados de estos tiempos que vivimos ahora, no sé si mejores o peores que aquellos que recuerda Rosa... «Aquellos eran infinitamente peores. Lo que pasa es que entonces teníamos la esperanza de salir y ahora no la vemos, por mucho que nos digan que el año que viene estaremos mejor. Cada vez hay más recortes diciendo que esto se solucionará y ya hemos visto que los recortes no sirven para nada». Es como si tuviéramos un gran caimán al que le tuviéramos que ir dando de comer ¡y ya no sabemos de dónde sacar la comida! Le digo que, tal vez, esta situación de ahora tiene que ver con que sentamos mal las bases en la Transición, que también se repasa en la novela. Y me dice: «Esto no aparece aquí, pero yo creo que la situación de corrupción en la que vivimos sí tiene que ver con aquella Transición que supuso una ley de punto final y evitó que se castigara a los delincuentes y a quienes habían matado, robado o hecho estraperlo. Los que había siguieron mandando y en la judicatura y en la Universidad eran los mismos. Y yo creo que si no hay una ley que escarmiente a los delincuentes la gente dice, bueno, pues oye, yo sigo haciendo lo mismo, porque a mí no me ha pasado nada. Y la verdad es que, de cada tres mil delincuentes corruptos, ¿quiénes pagan? Tres».
Personal e intransferible
Rosa Regás es distinta, original. Da gusto hablar con ella y al observar la pasión juvenil con la que vive la vida a sus 80 años. Ella se siente orgullosa de las cosas que le ha dado tiempo a hacer: de sus hijos, de sus padres, de sus libros, de haber estudiado la carrera cuando no lo hacía ninguna mujer casada, de haber plantado cara a lo que no le ha gustado, de no haberse acobardado. Esta mujer divertida y contundente, además de madre, editora y escritora, ha sido directora del Ateneo Americano de la Casa de América y de la Biblioteca Nacional. Quizá por eso dice que se llevaría un diccionario de María Moliner a una isla desierta y supongo que también ginebra y tónica y vino blanco, que le gusta muchísimo, y latas de atún, que le encantan.