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Ruta 66: los últimos mohicanos de la América vaciada

El documental «Almost Ghost», de la valenciana Ana Ramón Rubio y que se estrena mañana, retrata a través de tres ancianos a los supervivientes de la despoblación de la mítica «calle principal» de Estados Unidos, convertida en una reliquia turística después de un pasado esplendoroso.

Harvey Russell (en una escena de «Almost Ghost») regenta una tienda de música en Erick, Oklahoma
Harvey Russell (en una escena de «Almost Ghost») regenta una tienda de música en Erick, Oklahomalarazon

El documental «Almost Ghost», de la valenciana Ana Ramón Rubio y que se estrena mañana, retrata a través de tres ancianos a los supervivientes de la despoblación de la mítica «calle principal» de Estados Unidos, convertida en una reliquia turística después de un pasado esplendoroso.

Podría decirse que la Ruta 66 es una víctima más de la II Guerra Mundial. Dicho así, suena cogido por los pelos, pero el inicio del fin de «la calle principal de América» se sitúa en ese instante en que Eisenhower puso sus pies en Alemania, cruzó el Rin, capturó la cuenca del Ruhr y puso rumbo a Berlín. Ya entonces, el futuro presidente norteamericano se quedó sorprendido con aquella red de autopistas moderna y faraónica que Hitler había creado desde su ascenso al poder y cuya construcción, en buena medida, sirvió para paliar la profunda crisis que arrastraba el país desde los tiempos de la I Guerra Mundial. El propio Ike era consciente de la enorme diferencia que había entre aquel entramado viario, que permitía mover ejércitos a una velocidad inaudita, frente al sistema de carreteras caduco de Estados Unidos, que quedaba a expensas de cada estado y carecía de un proyecto federal homogéneo.

Ocho años después, cuando Eisenhower llegó a la Casa Blanca se acordó de la Alemania de Hitler para poner en marcha el proyecto interno más ambicioso de su mandato: el Sistema Nacional de Autopistas Interestatales y de Defensa. Además de revitalizar la economía con enormes obras públicas y racionalizar las carreteras para uso defensivo y logístico, contribuyó fundamentalmente al «boom» de la industria automovilística de aquellos años. Por contra, condenó al ostracismo al sistema viario previo y se llevó por delante a la más mítica de las carreteras norteamericanas: la Ruta 66. A ella y a quienes vivían a ambos lados.

Ángel Delgadillo conoce bien la historia. La ha padecido en primera persona desde su barbería en Seligman, Arizona. «Somos personas del ayer», asume. Año a año, la gente iba dejando de aparecer por su negocio, hoy mitad tienda de souvenirs. Desde 1957 se empieza la construcción, por tramos, de la Interestatal 40. En 1985 está concluida de punta a punta, tanto que al año siguiente el Gobierno federal descataloga la Ruta 66. Como si no existiera. Pero era la crónica de una muerte anunciada. «Sabíamos que la construcción del ‘‘by-pass’’ llegaría algún día, aunque fuimos tan ingenuos de pensar que los viajeros seguirían viniendo usando la ruta 66», señala este anciano de 92 años. Los coches cada vez más modernos y generalizados, junto con la gran autovía, permitían conducir largas distancias sin tener que parar en estos predios de la América profunda.

Desde antes incluso de la Gran Depresión, en el que la Ruta 66 fue la vía preferente de quienes huían en hordas bíblicas del hambre con destino a la tierra de promisión que representaba California, esta calzada articulaba pueblos con vida nutridos del comercio de los viajantes. Ellos veían desde su modesta situación con el corazón encogido la extrema pobreza de quienes viajaban al Oeste. En los 40, en los 50, la Ruta 66 seguía siendo el paso más común. Popularizada por «beatniks» y hippies, se resistía a desaparecer.

Harvey Russell, músico de 73 años, superviviente de Erick (Oklahoma) recuerda los buenos tiempos: «Antes de la Interestatal, los sábados apenas se podía ni andar por las aceras. La calle estaba abarrotada. Casi no se podía circular». En aquellos tiempos, pasaban unos 9.000 coches al día. Pero de 1989 a 1999, señala, apenas entraban tres personas en su tienda al año.

Dos semanas en la carretera

Este «músico mediocre», como se define a sí mismo y a toda esta zona del país, fue la primera toma de contacto de Ana Ramón Rubio con las gentes de la Ruta 66. Vio un vídeo en YouTube de una de sus actuaciones y supo que quería contar la vida de los olvidados de la «carretera madre», como decía Steinbeck. «Casi todos los documentales que vemos sobre la Ruta 66 tienen una perspectiva turística. Muestran los lugares que hay que visitar, pero el 90% de la ruta es otra cosa muy distinta», asegura la directora del documental «Almost Ghost», que se estrena mañana. Ella y su equipo pasaron 15 días de rodaje frenético a lo largo de la Ruta 66, de la nieve al calor desértico, por pueblos que casi han perdido sus nombres. Algunos pudieron levantar cabeza después de que varias asociaciones lograron la categoría de «histórica» para la ruta y los turistas vinieran al calor del mito: coches, música, literatura... «Dependiendo del pueblo, muchos han conseguido resurgir tras años de declive absoluto, incluso se ha recuperado algún pueblo que tenía ya cero habitantes y todos sus negocios cerrados».

Es el caso de Lowell Davis, de 80, que se empeñó en rehabilitar él solo Red Oak II (Misuri), un pueblo fantasma de arquitectura de los años 30. «Sabemos lo que es perder la identidad, ser expulsados de la historia, olvidados», comenta. «Almost Ghost» es un paseo nostálgico por el paisaje y el paisanaje de un lugar que se extendía cuan largo eran los Estados Unidos y, ante todo, una galería de arquitecturas vacías. Gasolineras, barberías, restaurantes, moteles, cementerios de coches que conservan los luminosos de los 50, los colores chillones que atraían al visitante. «Es bonito cómo a nivel arquitectónico te evoca mucho los 40, los 50, toda esa cultura americana tan reconocible. Son estímulos culturales que nos llegan de Estados Unidos, es parte del imaginario visual colectivo», asegura Ana Ramón.

Pero el maná turístico ha caído con discreción sobre este extensísimo territorio, una carretera que ya no es homogénea, y que muchas veces converge directamente en la Interestatal. Todos conocen los «highlight», los puntos clave de una visita a la mítica Ruta 66. Pero el goteo diario de viajeros del que se nutría esta arteria es irrecuperable. Solo las ciudades grandes o de tamaño medio sobrevivieron al éxodo. Nombres como Amarillo, Albuquerque... «Cuando fui por primera vez a la Ruta 66 –narra Ana Ramón–, haciendo un pequeño tramo de Chicago a San Luis, ya me di cuenta de que no se parecía tanto a lo que nos habían contado, sino que lo interesante era la despoblación y la decadencia en torno al camino». Años después fue a documentarlo con sus propias cámaras.

Es imposible, a escala, no trazar paralelismos entre esta América vaciada y la España que se va despoblando a pasos agigantados. La España de las autopistas que ha hecho inútil e innecesarias aquellas vías secundarias de las que vivían pueblos al borde ya de la extinción. «Es exactamente el mismo caso –apunta la directora– de España y de todos los países desarrollados. El progreso va dejando atrás muchas poblaciones. Así que este filme es perfectamente extrapolable».

Nostalgia del motero

De la Ruta 66 queda sobre todo una curiosa mezcla de patente decadencia y brillante nostalgia. Los moteros siguen buscando la libertad del pelo al viento y los nombres de Kerouac y Steinbeck llaman la atención del viajero literario. Existen hitos inevitables, como el colorido cementerio de Cadillac Ranch, en los que hacerse un selfie a la última sin tener por qué hundir más los pies en la vieja carretera. En tiempos se podía ir de Chicago a Santa Mónica. Muchos iban en busca de la costa, pero es preciso señalar que en realidad la Ruta 66 jamás llegó hasta el Pacífico. Terminaba, de hecho, a un kilómetro del mismo.

Ana Ramón Rubio ha testado en primera persona el magnetismo de la «calle madre» en Estados Unidos. Su filme fue premiado en el Festival de Arizona: «El público estaba muy entregado, reían y lloraban, porque al final se trata de su historia. De la emigración, de los veranos con los padres cogiendo la Ruta 66...». Ahora, al tiempo en que la cinta llega a España, «Almost Ghost» se podrá ver en los mismos parajes que representa. «Lo vamos a estrenar en algunos cines históricos que han sido conservados y restaurados a lo largo de la Ruta 66 precisamente para evocar mejor esa nostalgia de la película», concluye.

De la ira a la libertad

La Ruta 66 es una de las carreteras más literarias y cinéfilas del mundo. «Las uvas de la ira», de John Steinbeck, llevada al cine por John Huston (arriba), retrató esta vía en los tiempos de la emigración: «La 66 es la ruta de la gente en fuga, refugiados del polvo y de la tierra que merma (...) De todo esto huye la gente y van llegando a la 66 por carreteras secundarias, por caminos de carros y por senderos rurales trillados. La 66 es la carretera madre, la ruta de la huida», se lee en el libro de Steinbeck. Asimismo, Jack Kerouac y su «En el camino» popularizó el aire de libertad tan asociados a esta gran extensión. Y los «beatniks» y luego los hippies moteros como muestra «Easy Rider» (abajo) vieron en la Ruta 66 una posibilidad de aventura constante frente al enquilosamiento de la vida urbana.