Santa Teresa, el éxtasis imperecedero
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Una exposición reúne obras de museos internacionales y 22 conventos, con joyas
de Rubens o Zurbarán, para explicar su inspiradora figura.
En una de sus frases más recordadas, que aún circula entre los alumnos más inquietos de Traducción e Interpretación con diferentes versiones, Carlos V aseguraba: «Hablo en italiano con los embajadores; en francés, con las mujeres; en alemán, con los soldados; en inglés, con los caballos y en español, con Dios». Y es que si España se sumara a esa veta excéntrica abierta por el reino de Buthan con la designación del FIB (Felicidad Interior Bruta) e implementara lo que podría llamarse el MIR (Misticismo Interior Bruto), nuestro país coparía por derecho propio el primer puesto en un ranking internacional de algo, aunque sólo fuera gracias al remanente de nuestros Siglos de Oro. En un puñado de años, España dio al mundo personalidades tan complejas, controvertidas e inasibles como San Ignacio de Loyola, fray Bartolomé de las Casas o San Juan de la Cruz. Entre ellos destaca Santa Teresa de Jesús, una mujer que no vino con grandes bazas al mundo –fémina, de ascendente judío y plebeya–, pero supo dejar su impronta en sus siglo y en los posteriores. Tanto es así que los 500 años de su nacimiento han merecido todo un calendario de actividades a lo largo de este 2015, dentro de las cuales se enmarca «Teresa de Jesús. La prueba de mi verdad», una exposición en la Biblioteca Nacional que aspira a contextualizar la vida y obra de la Santa –canonizada en 1622– a través de los objetos artísticos que ha inspirado. «Es ella misma, en sus textos, la que nos permite construir esta muestra», explica Rosa Navarro, comisaria. «De hecho, lo que atrajo a artistas como Bernini fue su capacidad expresiva para describir maravillosamente el éxtasis», añade. A partir de esa premisa, numerosas instituciones públicas y privadas como el Prado, Patrimonio Nacional, varios museos de Bellas Artes, y el Thyssen, colecciones privadas (Casa de Alba y Masaveu) y un total de 22 conventos carmelitas, han puesto su granito de arena para exaltar la figura de la Santa, su «dual personalidad» (Pedro Salinas), la de escritora mística y la de mujer de acción que renovó la Orden Carmelita. Hasta la Biblioteca Nacional han viajado cuadros de Rubens, Zurbarán o Ribera, esculturas de Gregorio Fernández, Alonso Cano y Risueño o miniaturas del XVII que muestran la celda donde Teresa escribió entre 1562 y 1582 sus obras magnas: «Las Moradas o el castillo interior» y «El libro de mi vida».
Una lectora apasionada
Además, la Biblioteca ha reunido sus fondos bibliófilos ligados a la de Ávila: los libros de caballería que excitaron su imaginación desde bien temprano («El libro del caballero Zifar», «Sergas de Espaldián»...), las vidas de santos, las «Confesiones» de San Agustín, su propio corpus literario o los dos «Índices» de libros prohibidos contra los que esta apasionada lectora se rebeló desde bien joven. «Fue una mujer excepcional en tiempos recios», apunta Juan Dobado, comisario de la muestra. Una mujer capaz de apelar al propio Felipe II para que liberara de las garras de la Inquisición a su admirado San Juan de la Cruz, con el empuje necesario para iniciar de cero su refundación de la Orden Carmelita y hacer de la aventura interior y exterior de las Descalzas un éxito sin paliativos. Con todo, a pesar de los numerosos avatares de su existencia, es su faceta interior la que sigue despertando la admiración del mundo. Según Dobado, «ella tenía una percepción pasional de Cristo: viene conmigo a mi lado, decía». Para Navarro, es esta personalidad arrolladora y mística la que ha hecho que muchos tomen el rábano por las hojas a la hora de reinterpretarla para el cine o la literatura. «Pero todo lo importante está en sus libros y ya está», señala.