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Si no está en la Espasa es que no existe

La editorial publica un volumen que invita a los lectores a viajar al pasado a través de una selección de textos de la célebre enciclopedia, probablemente el hito más importante de la edición española

La Espasa contenía ilustraciones en color y blanco y negro, encartadas en papel couché de mayor gramaje que el resto del volumen
La Espasa contenía ilustraciones en color y blanco y negro, encartadas en papel couché de mayor gramaje que el resto del volumenlarazon

La editorial publica un volumen que invita a los lectores a viajar al pasado a través de una selección de textos de la célebre enciclopedia, probablemente el hito más importante de la edición española.

Etimológicamente, la palabra «enciclopedia» deriva del griego («en», «kiklos» y «paideia»), literalmente «conocimiento [o instrucción] en círculo» y designaba, entre los griegos, el conjunto de conocimientos impartidos en los primeros años de estudio. El concepto en su sentido moderno nació en el siglo XVIII. Diderot, siguiendo la etimología de la palabra, define el término como un «encadenado de conocimientos». Por tanto, la enciclopedia es un producto cultural generado en la Ilustración, en un Siglo de las Luces que proclamó con exaltado optimismo la certeza del crecimiento ilimitado del progreso humano a través del conocimiento. El principio básico del enciclopedismo es la acumulación de conocimientos ordenados de forma lógica y eficaz por orden alfabético y su finalidad, catalogar y exponer de forma sistemática los saberes del hombre. Sobre este concepto se concretó la célebre «Encyclopédie» de Diderot y D’Alembert (1751-72), considerada el antecedente de las numerosas obras enciclopédicas creadas después.

En España surgen en la segunda mitad del siglo XIX, con obras extensas y de distinta calidad, pero es a comienzos del siglo XX, en 1905, cuando aparece la «Enciclopedia universal ilustrada europeo-americana», más conocida como la «Enciclopedia Espasa» o popularmente, «la Espasa», que se fue publicando a lo largo del primer tercio del siglo XX en lo que constituye el proyecto más importante de la historia editorial de España. Fue editada por la barcelonesa Espasa, fundada en 1860 por José Espasa Anguera en compañía de su hermano Pablo. Más tarde se asociaron con Manuel Salvat y en 1926, dirigida ya por los hijos, se fusionó con la editorial Calpe, dando origen a Espasa Calpe que, progresivamente, fue trasladando su actividad a Madrid. Consta de 70 tomos (72 volúmenes, puesto que dos de ellos son dobles), que se completaron en 1930, publicándose a continuación un amplio apéndice de 10 tomos y numerosos suplementos bianuales, lo que la convierte en la enciclopedia más extensa de las existentes en la actualidad y la primera en lengua española equiparable a los logros internacionales émulos de la célebre «Encyclopédie Française», como la «Encyclopaedia Britannica», las alemanas «Brokhause, Herder y Meyer» o el Grand Dictionaire Universel de Larousse. Desde su gestación, José Espasa pretendió diferenciarla significativamente de los restantes productos enciclopédicos disponibles en el mercado español e hispanoamericano. Una obra que por su monumentalidad y perdurabilidad es considerada la mayor empresa editorial de la historia del libro español. De una magnitud tan desmesurada que hizo proverbial la frase «si no está en la Espasa es que no existe».

Viaje a un siglo atrás

La editorial Espasa –actualmente en el Grupo Planeta–, acaba de publicar el precioso volumen «Pregúntale a la Espasa», cuyo prólogo, selección y notas corresponde a Juan Ignacio Alonso, editor responsable de la Enciclopedia en sus últimos tiempos de vida comercial. «Un libro como este –explica– no aspira a abarcar más que una mínima parte de los contenidos de la Espasa, pero ayuda a comprenderla en toda su extensión. El criterio de selección seguido se basa en la conciencia de que sumergirse en los artículos de la Enciclopedia constituye una suerte de viaje al pasado, a las ideas sociales, políticas, económicas, científicas y, sobre todo, morales imperantes hace un siglo. El número de artículos seleccionados es limitado, así como los contenidos extraídos de cada entrada, algunas de ellas vastísimas, agrupadas por bloques temáticos, los cuales representan lo más llamativo, curioso y pintoresco de aquel mundo pretérito que reflejan, por eso se priman aspectos relativos a las creencias, supersticiones, delitos, ejercicio de la justicia, moral pública, usos sociales, sexualidad o a política. La lectura de sus páginas constituye, aparte de un viaje ameno y sorprendente, un homenaje a un proyecto cultural irrepetible».

Inevitablemente, un producto editorial de estas características había de ser espejo de varias generaciones de españoles e hispanoamericanos. Ya que, como dice Juan Ignacio Alonso en el prólogo, «prestaba una atención especial a todos los asuntos relacionados con España y América latina –de ahí se denominación ''Europeo Americana''– y, por tanto, no solo constituyó, y lo sigue haciendo, la más monumental obra de referencia en español, sino la primera y principal enciclopedia del mundo hispánico».

Pronto los volúmenes adornaron las estanterías de toda suerte de «potentados algo fachendosos, los profesionales de prestigio, las clases medias celosas de su cultura y aquellos centros de sociabilidad (casinos, ateneos) donde la Enciclopedia zanjaba discusiones...», señalaba José Carlos Mainer en su prólogo al ensayo del catedrático francés Philippe Castellano, según Alonso, autor del estudio más amplio y riguroso sobre ella. La enciclopedia se convirtió así en el objeto de referencia cultural español por excelencia.

«Más allá del hecho de que todo aquel que era ''alguien'' en España considerase parte imprescindible de su ajuar familiar la Enciclopedia, que ocupaba gran número de baldas de sus librerías familiares y profesionales, o del hecho de que la obra fuera lectura imprescindible en toda biblioteca pública que se preciase, llegó a instalarse vivamente en el imaginario popular, hasta tal extremo que se hicieron proverbiales expresiones como ''es un Espasa'' para calificar ponderativamente a toda aquella persona que hacía alarde de vastos conocimientos», escribe el que fuera su último editor. Fue y sigue siendo, básicamente, una obra familiar que llega a los hogares como vía de acceso al conocimiento, como memoria de nuestra cultura e instrumento de apoyo de estudiantes y profesionales.

Su característica más destacada fue la importancia de la iconografía, concebida no solo como complemento estético para realzar la belleza de los volúmenes, sino como fuente de información añadida para la comprensión de textos e incorporación de datos. Y así, tendría innumerables ilustraciones en blanco y negro y en color encartadas en un papel couché de mayor gramaje y calidad que el resto del volumen y una completísima cartografía de calidades desconocidas hasta entonces en el enciclopedismo español.

«Muertos de hambre de arriba»

Los textos serán encomendados a un grupo de directores, cada uno al frente de una especialidad científica, que establecen los listados preliminares de voces y encargan su elaboración a un amplio cuerpo de redactores. Escribe Alonso que, «muchos de sus artículos son traducciones adquiridas a enciclopedias alemanas, pero el grueso de los contenidos corresponde a sus propios redactores, que eran de tres tipos: externos –estudiosos de las materias tratadas–, colaboradores que alternaban el trabajo exterior y el de la redacción interna, y los de plantilla, que trabajaban a tiempo completo. Estos últimos eran conocidos como ''los muertos de hambre de arriba'', en alusión al lugar que ocupaban en el edificio, la tercera y última planta, y a su exiguo sueldo». Y añade: «La dirección artística fue encomendada a Miguel Utrillo, que diseñó el logotipo y convenció a Ramón Casas para hacer los dibujos. Su elenco de colaboradores abarca lo más florido de la intelectualidad catalana y española». Se conservan dos listas de colaboradores de la Enciclopedia, una de 1923 y otra de 1930. En la primera figuran 646 autores, la mayoría de ellos pertenecientes a grupos profesionales de periodistas, docentes e intelectuales, representantes de las artes gráficas, comercio, industria e, incluso, un agricultor. Es significativa la gran proporción de eclesiásticos –casi la cuarta parte–, muestra inequívoca del peso de la Iglesia en la sociedad española a principios del siglo XX, mientras que el número de mujeres era casi insignificante.