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«Sicario», el narco revisitado

larazon
  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

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Denis Villeneuve presenta un «thriller» ampuloso, con Benicio del Toro y Emily Blunt, que no logra convencer en una jornada floja en la Croisette.
He aquí dos películas que se quedan a medio camino, como agotadas tras un día caluroso. Una, «Sicario», el título estrella de la jornada de ayer en Cannes, explora las cloacas de la lucha contra el narcotráfico en México sin decir nada nuevo, o nada que no pueda intuirse a los quince minutos. La otra, «Marguerite et Julien», baila con una relación incestuosa y no tiene la menor idea de si la pisa o la hace volar. Otro día más sin cine relevante en la Croisette. Como ocurría en «Prisioneros», hay que reconocerle al canadiense Denis Villeneuve la capacidad para crear atmósferas casi de cine de terror a partir de tramas policíacas. Es el caso de la primera secuencia de «Sicario», donde la brutal irrupción de la policía en casa de un narcotraficante en Arizona esconde unas cuantas sorpresas empaladas bajo el inofensivo papel pintado. Pronto la agente del FBI que definirá el punto de vista de la película –el de Emily Blunt, a la vez inocente y curioso, comprometido con la causa sin saber dónde se mete– será reclutada por lo que parecen dos mercenarios (Josh Brolin y Benicio del Toro) contratados por la administración, dispuestos a ampliar el campo de batalla –y a ser fieles a los principios básicos de Maquiavelo: el fin justifica los medios– de la lucha contra el narcotráfico.
La película es ampulosa, pero sus ambiciones no se corresponden con sus resultados. Hay algo épico en sus imágenes –ecos del «Traffic» de Soderbergh, por ejemplo–, que tampoco revierte en la complejidad de lo que nos quiere descubrir. ¿Que la CIA está implicada en la oscura red de los cárteles mexicanos? ¿Que siempre hay un títere noble dispuesto a caer en manos del diablo? «Sicario» quiere ocultar sus debilidades argumentales bajo la pátina del rigor de esos «thrillers» procedimentales que tan de moda está poniendo la ficción televisiva norteamericana, pero no puede evitar la sensación de que esta historia la hemos visto millones de veces, y desde perspectivas más interesantes (sin ir más lejos, hace dos años en este festival, con «Heli», de Amat Escalante).
¿Cómo entender un incesto?
«Marguerite et Julien» se basa en un guión de Jean Gruault, colaborador de François Truffaut en algunas de sus grandes películas, como «El pequeño salvaje» y «Las dos inglesas y el amor», entre otras. Era un guion que debería haber dirigido el propio Truffaut, y sobrevuela durante todo el metraje esa película posible que nunca veremos y que podría haberse añadido a sus feroces estudios sobre el «amour fou», desde «La sirena de Mississipi» hasta «La mujer de al lado». Si piensas en la película que no verás nunca mientras ves la película que se proyecta en la pantalla, es mala señal. ¿Qué hacer cuando quieres comprender un incesto, cuando juegas a su favor, cuando lo sublimas como imagen hiperbólica del amor romántico? Cuentas cómo nace, cómo se mantiene al margen de las convenciones sociales, cuentas su persecución. En este sentido, Valérie Donzelli ha seguido a rajatabla el libro de estilo del «amor prohibido». Y, sin embargo, la mezcla bizarra de recursos expresivos que hacía de «Declaración de guerra» un filme intensísimo, aquí revela una desorientación manierista de lo más molesta. La historia transcurre en el siglo XVII, pero aparecen automóviles y helicópteros. De repente, los personajes congelan el gesto unos segundos y la secuencia se pone en marcha. El iris del diafragma se cierra aquí y allá. Y la película vuelve una y otra vez sobre sus pasos, insegura y presuntamente insolente, sin dejarnos claro si quiere ser tan libre como el amor que retrata o, simplemente, es que tanto árbol no le deja ver el bosque.