Sobre el oficio menos solitario del mundo
Muñoz Molina menciona «el desaliento» que le produce meditar sobre arte en una época de «incertidumbres»
La literatura, el oficio de la escritura, el reconocimiento y la soledad que rodea el ejercicio del novelista fueron algunos puntos que Antonio Muñoz Molina, Premio Príncipe de Asturias de las Letras, abordó en su discurso. Pero no fueron los únicos. En sus anteriores apariciones públicas había reclamado sensatez para sacar adelante un plan de estudios adecuado para proporcionar a los jóvenes una buena educación y reclamó para la cultura la misma atención que los políticos prestan a la industria automovilística. Una posición crítica que no abandonó al recoger el galardón. «Es difícil hablar de la perseverancia y el gusto del trabajo en un país en el que tantos millones de personas carecen angustiosamente de él. Es casi frívolo divagar sobre la falta de correspondencia entre el mérito y el éxito en literatura en un mundo donde los que trabajan ven menguados sus salarios mientras los más pudientes aumentan obscenamente sus beneficios, en un país asolado por una crisis cuyos responsables quedan impunes mientras sus víctimas no reciben justicia, donde la rectitud y la tarea bien hecha tantas veces cuentan menos que la trampa o la conexión clientelar; un país donde las formas más contemporáneas de demagogia han reverdecido el antiguo desprecio por el trabajo intelectual y conocimiento». Muñoz Molina introducía así una preocupación, probablemente propia: la posibilidad de una reflexión sobre el arte, en esta ocasión literario, cuando la realidad se muestra tan implacable con el conjunto de la sociedad. En la contestación a este debate había cierta resignación, una claudicación honesta del escritor: «Dejando las responsabilidades de la ciudadanía en el lugar que les corresponde, el único remedio aceptable que conozco contra el desaliento del oficio es el oficio mismo. Escribir poniendo artesanalmente en cada palabra los cinco sentidos. Escribir sin concederse la menor indulgencia. Escribir aceptando y disfrutando la soledad y agradeciendo el entramado de otros oficios fundamentales que lo convierten en uno de los oficios menos solitarios y más colectivos del mundo, como es solitario y colectivo del científico». El autor de «El invierno en Lisboa», sin embargo, aplaudía todas estas décadas de libertad que han transcurrido desde 1981, cuando se entregaron por primera vez los galardones y, a la vez, nuestro país vivía una dura y amarga tentativa de golpe de Estado que mantuvo a todos sus ciudadanos en vela. «No hemos dejado de respirar aire de libertad. Sin ella no habría sido posible la generación literaria a la que pertenezco Incluso nos hemos acostumbrado tanto a ella que corremos el peligro de no saber ya apreciarla. Es nuestra responsabilidad salvar lo que ganamos gracias a que muchas personas hicieron y hacen bien sus oficios, privados y públicos».
Rebelión cívica
El último libro del autor es un ensayo apasionado con una propuesta de acción concreta para avanzar en esta crisis