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Stephen Greenblatt: «Shakespeare y Cervantes articulan la esencia de la condición humana»

Su biografía del autor inglés, en el IV centenario del dramaturgo, ahonda en datos y hechos, que le han permitido reconstruir facetas poco conocidas.
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Su biografía del autor inglés, en el IV centenario del dramaturgo, ahonda en datos y hechos, que le han permitido reconstruir facetas poco conocidas.
«El espejo de un hombre. Vida, obra y época de William Shakespeare», que publica ahora Debolsillo, obra magna del profesor Stephen Greenblatt, trata de llenar el vacío biográfico respecto al escritor que posiblemente ocupe el centro, y el cetro, del canon occidental. Son incontables los libros sobre su figura, pero subsisten innumerables las preguntas más incandescentes. ¿Quién fue en realidad William Shakespeare? ¿Cómo fue su vida? ¿Cómo sobrevivió a los venenos, añagazas, odios y espadas de la Inglaterra isabelina? Y, sobre todo, ¿cómo es posible que el mayor autor teatral de todos los tiempos fuera un hombre de origen plebeyo, apenas dueño de una educación básica que no fue más allá del dominio del latín?
De Edmond Malone a Orson Wells son muchos los que de-sestimaron que aquel hombrecillo, del que apenas quedan unos cuantos papeles burocráticos, menciones catastrales, un testamento, tuviera en sí el fuego que alumbró «El Rey Lear», «Otelo», «El sueño de una noche de verano», «Julio César», «Antonio y Cleopatra» o «Romeo y Julieta».
Greenblatt, profesor de Humanidades en la Universidad de Harvard, premio Pulitzer en 2012, responde a estos y otros interrogantes con la autoridad que confiere haberse sumergido en las obras del genio de Strat-ford-upon-Avon y ser el responsable actual de la seminal Norton Anthology of English Literature. Tal y como explica en el prefacio a su libro, «los datos sobre la vida de Shakespeare que han llegado a nuestras manos son muchos, aunque poco concluyentes», y sobre todo no disponemos de «ninguna pista clara que permita desentrañar el gran misterio de un poder creativo tan inmenso como el suyo».

Un retrato minucioso

El método escogido por Greenblatt para sortear la anemia de crónicas, no digamos ya algún escrito autobiográfico, similar al que al reto enfrentó el director de orquesta y musicólogo Sir John Eliot Gardiner para escribir su monumental retrato de Bach, «La música en el castillo del cielo», ha sido doble. Por un lado, trazar un cuadro lo más minucioso posible de la época; por el otro extraer de ahí, con paciencia de entomólogo y sin aventurerismos ni guiños ficcionales, aquellos sucesos que Shakespeare tuvo que conocer y, que, de forma inevitable, habrían estimulado su asombrosa perspicacia y su potente imaginación.
–¿Cómo evitar la tentación de la literatura, cómo ir más allá de lo que sabemos sin caer en la fantasía?
–Digamos que creé o acoté un espacio, y sólo me permití especular si podía encontrar una pista, algo, que no estuviera solo en la obra. Es decir, la clásica hipótesis de que la mujer de Sha-kespeare lo engañaba podría tener sentido, porque sus obras están repletas de alusiones al adulterio, pero lamentablemente no hay nada, ninguna prueba, ningún dato, que sobreviva más allá de su trabajo literario, así que eso no contaba, no podía usarlo. Sólo me permitiría ir más allá si encontraba algo en los registros históricos, de forma que, a la manera del grano de arena en la ostra, pudiéramos extraer la perla.
­–Porque lo que sí está bastante claro es que Shakespeare conocía muy bien los problemas de su época.
–Obviamente, no consumió su vida en una torre sin ventanas. Sabemos que estaba en el mundo, en uno convulso, y sabemos, por ejemplo, que para entrar en Londres tenía que cruzar el puente, era imposible llegar a la ciudad si no lo hacías, y que en el puente había cabezas cortadas de traidores colocadas en una pica. No disponemos de una fotografía de ese momento preciso, con Shakespeare frente a las cabezas, pero las vio, tuvo que verlas, y de ahí ya sí que podemos extraer algunas conclusiones, e, incluso, con precaución, tomar alguna licencia.
–Sin ir más lejos usted articula cómo y en qué circunstancias pudo darse el primer contacto de Shakespeare con el teatro, y hasta qué punto éste se presentaba como un maravilloso cam-po para la iconoclastia.
–Los poderes de la época trataban de controlar hasta el vestir, y el teatro era de los pocos espacios, donde, si pertenecías a una familia como la de Shakespeare, que no era noble, podías vestir los ropajes de alguien que figuraba en otro estamento, y, por eso mismo, ser o transformarte durante unas escasas horas en aristócrata, príncipe o rey. Sabemos que la compañía de Shakespeare gastaba mucho en vestuario, y esto está muy relacionado con la magia social que proporcionaban.
–Sorprende, todavía hoy en día, la resistencia que existe entre la gente a creer que Shakespeare escribiera sus propias obras, ese intento por encontrar a un dramaturgo a la altura de lo que escribía, y reconciliarlo con alguien que tenía deseos mundanos, que ambicionaba subir en la pirámide social o ganar dinero.
–Durante el periodo romántico cristaliza la idea de que los escritores no podían tener ambiciones comerciales o sociales, pagar una hipoteca, etc., aunque la realidad es justamente la contraria. Sabemos que Shakespeare dedicó una parte estimable de su tiempo a hacer dinero, un empeño no ya legítimo sino ine-vitable. Incluso le diría que siento incluso más respeto por los artistas que tratan de buscar una audiencia sin, por ello, renunciar a sus anhelos creativos ni sacrificar el poder de su imaginación.
–¿Todavía ocupa la centralidad del canon?
–Su ejemplo, que también vale para Miguel de Cervantes, es inusual porque no sólo ocupa espacio en el canon académico, sino que se le sigue interpretando, siguen rodándose películas basadas en sus obras, la gente llena los teatros para ver «Ham-let», inspira novelas... Mientras esto sea así podemos confiar en la salud de nuestra cultura. Cuando Shakespeare pase a ser algo que los alumnos sólo leen por obligación, entonces sí que habrá que preocuparse.
–¿A qué se debe, en su opinión, la fascinación que despierta? ¿Es posible señalar cuál es el origen de esa maravillosa extrañeza, por decirlo con Harold Bloom, que resulta inevitable en los clásicos?
–Aunque es trascendental enfatizar la relación de amor que mantenía Shakespeare con el idioma, y concretamente con el inglés, su alquimia no depende sólo y exclusivamente de la lengua, y eso es algo que también ocurre con Cervantes. Ambos están rotundamente enraizados en su época, en su lengua, etc., y al mismo tiempo resuenan en todo el mundo, y esto, por supuesto, tiene que ver con el poder de la imaginación. Tanto Shakespeare como Cervantes articulan muchos de los aspectos más importantes de la condición humana.