Tándem mágico de la OCNE y el violín de Janine Jansen
Una de las mejores violinistas de la actualidad empasta sus cuerdas con las de la Orquesta Nacional de España para ofrecer un recital extraordinario en el Auditorio Nacional
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El penúltimo programa del curso de la Orquesta y Coro Nacionales de España podía resultar a primera vista algo aristado por la mezcla de estéticas, saltando adelante y atrás en el tiempo y en las pretensiones artísticas de los compositores. En medio de esa batalla dialéctica se encontraba una figura tan admirada como Janine Jannson, con una música aparentemente limpia e inconexa del resto como la de Mozart. Pero en ocasiones los vínculos entre las músicas son invisibles, y el programa acabó por ser uno de los mejores de la temporada. Como último vestigio de los homenajes a Ligeti que este año se han sucedido sonó «Ramifications», una partitura para cuerdas sorprendente por su juego de afinaciones y por su disgregación rítmica, hijas del intento del compositor por crear texturas enriquecidas.
Afkham buscó un mayor silencio del habitual en la sala para que las indicaciones «pp sempre» y «con delicatezza» del primer compás de la partitura tuvieran el sentido expresivo que se les presupone. La obra se lo juega todo a las tensiones creadas a cuenta de los saltos de afinación, y los doce instrumentistas se implicaron en la búsqueda de ese resultado sonoro tan peculiar del universo Ligeti a pesar del bombardeo de impenitente de toses.
El Concierto para violín n.º 5 de Mozart fue sencillamente magnífico. De un lado, gracias al magisterio de Janine Jansen, que consigue una emisión de puro terciopelo donde uno no sabe bien en qué momento nació el sonido dada la sutileza del ataque. Pero también es virtuosismo, afinación quirúrgica sin artificiosos vibratos y un uso de las dobles cuerdas impecable. Su cadencia del primer movimiento y la musicalidad con la que hilvanó los motivos del segundo se explican desde ese eje de coordenadas entre emoción y expresión que tanto practica.
Pero todo esto hubiera quedado algo deslucido si no hubiera correspondido la ONE con ese sonido puramente clasicista que tan bien se ha trabajado en los últimos tiempos, y una dirección de Afkham –en particular del tercer movimiento– que fue un auténtico espectáculo, no en el sentido superficial sino por la gradación dinámica, la pureza de líneas y la búsqueda de liviandad sin pérdida peso. Un tándem perfecto para hacer un Mozart bello e intenso a partes iguales. Jansen cerró con una delicada propina de la Sonata n.º 3 bachiana. Con todo dicho a nivel orquestal llegó la exigente Quinta Sinfonía de Prokófiev, con ese final del primer movimiento que es puro hedonismo instrumental y decibélico. La obra no renuncia al tipo de oscuridad que bucea en casi todas las partituras del compositor (hoy) ucraniano, pero en esta ocasión hay más música extravertida y un punto de sentido del espectáculo.
La ONE presumió de metales en un «Andante» que tendió más a lo heroico gracias al subrayado de la percusión y a los acentos en cuerdas y maderas. Impecable construcción dinámica de los compases finales del «Allegro marcato» y tanto lirismo como desinhibición en sus momentos finales. En definitiva, un gran concierto pero, sobre todo, una demostración superlativa de capacidad y talento por parte de Afkham. Bendita renovación.