Literatura

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Adela Escartín y José Estruch, vidas paralelas

Foto de familia: profesores y antiguos alumnos de la RESAD/ Fotos cedidas por el CDN
Foto de familia: profesores y antiguos alumnos de la RESAD/ Fotos cedidas por el CDNlarazon

Dice el dicho que de bien nacidos es ser agradecidos y los autores del homenaje a estos dos grandes maestros de la escena han sido sus agradecidos alumnos de la RESAD. Maestros porque supieron dejar su huella y su sello a toda una generación de actores, directores, autores... manifestados, no sólo en aprendizajes formales, sino en su pasión y amor por el teatro. Fue en el teatro Valle-Inclán y en él participaron Ernesto Caballero, dramaturgo y director del CDN; Juan Antonio Vizcaíno, profesor de la RESAD y periodista, autor de “Adela Escartín: mito y rito de una actriz” y Vene Herrero, autora de “José Estruch: el teatro como nexo identitario”, moderados por la dramaturga Lourdes Ortiz. El acto ser completó con sendas lecturas de una selección de textos a cargo de los actores Chema Adeva, Pedro G. de las Heras e Ione Irazabal y con la proyección de dos documentales, uno por actor. Lo han titulado “Homenaje a dos grandes maestros de la escena: Adela Escatín y José Estruch”, pero como señaló Juan Antonio Vizcaíno –impulsor de este acto homenaje-, se ha convertido en “una invitación a la reconciliación de ambos”. Los alumnos de la promoción 1982-1986 comenzaron sus estudios de Interpretación con Adela Escartín, pero ante su jubilación anticipada, continuaron con José Estruch. “Tras aquel relevo forzoso –dijo Vizcaíno-, Adela y Estruch se hicieron entre sí incompatibles. Jamás hablaban uno del otro, como si hubieran muerto o como si nunca hubieran existido. Para los que los queríamos a ambos, fue una situación dolorosa. Por eso este acto de recordación y la publicación simultánea de estos dos libros puede hacer que Pepe y Adela se reconcilien definitivamente, ahora que la memoria de sus vidas, sus hazañas artísticas y su legado didáctico, están puestos a salvo”.

Ernesto Caballero, también antiguo alumno, dijo “que tenía ganas de que llegara este momento de homenaje. Estruch fue mi maestro. En la escuela hay magníficos profesores, pero el maestro es algo distinto, no enseña lo que sabe, sino lo que es. También me enseño el “cualquiercosismo”, una frase muy utilizada por él cuando me equivocaba y me recordaba que el buen profesional es el que sabe cuidar los pequeños detalles. Y la tercera enseñanza que me dejó es que el arte del teatro consiste en saber sacar oro de la limitación. Él era cojo y se aprovechó de ello. Decía que el gesto debe de ser palabra y ésta emoción”. Y concluyó Caballero. “Sus enseñanzas me han valido mucho y por eso este acto me emociona. Conocí también a Adela, una personalidad de otra época, como una persona con una dignidad y una integridad fuera de lo común”.

El libro “Adela Escartín: mito y rito de una actriz” fue iniciado por Juan Antonio Vizcaíno hace veintidós años -en 1994-, cuando ella le propuso escribir sus Memorias. Nacida en Santa María de Guía (Gran Canaria), tras acabar su formación en el Conservatorio de Arte Dramático de Madrid, en 1947, marchó a Nueva York a estudiar con Erwin Piscator, Stella Adler y Lee Strasberg. Luego pasó a Cuba y se conviertió en una primera figura de la escena. En 1970 regresó a España y participó del teatro español más renovador, a la par que trabaja para programas de televisión y cine y desarrolló una intensa actividad pedagógica en centros como la RESAD y la Sala Mirador. Murió en Madrid víctima de un infarto el 8 de agosto de 2010. Tenía 96 años.

José Estruch no tuvo ningún vínculo profesional con la práctica escénica antes de 1936. Fueron las circunstancias de la Guerra Civil las que determinaron su exilio, así como los fortuitos cambios de país, las que influyeron de modo trascendental en el encuentro con la vocación que sería su ser en el mundo: el teatro. Nació en Alicante en 1916 y murió en Madrid en 1990. Gran parte de su trabajo como director teatral, de ópera y profesor de actores la realizó en Montevideo, Uruguay. Había estudiado ingeniería, pero durante la II República se une al movimiento de renovación teatral con experiencias como El Búho o La Barraca. Al terminar la guerra pasó ocho meses en un campo de concentración en Francia y se exilió en Londres hasta 1949. Allí vivió su primera experiencia teatral, en un campo de niños refugiados españoles. Posteriormente marchó a Uruguay requerido por su familia. Conoció a Margarita Xirgú que lo propuso para dirigir la Escuela Municipal de Arte Dramático, cosa que hizo desde 1959 hasta 1967, año en que regresó a España donde su actividad estuvo ligada a la enseñanza. En 1990, el Ministerio de Cultura le otorgó el Premio Nacional de Teatro y, desde 1999, la compañía del Aula de Teatro Clásico de la RESAD lleva su nombre en homenaje y recuerdo a la gran tarea realizada por este formador de actores y directores de escena.

Vene Herrero (Arrasate, 1965) presentó su libro sobre Estruch (Editorial Fundamentos). Un volumen de 216 páginas que recoge la tesis doctoral que la actriz y profesora dedicó al director alicantino. Herrero es titulada por la RESAD (1989) y doctora en Historia y Teoría del Teatro por la Universidad Complutense de Madrid (2013). Ha dirigido distintos grupos teatrales en centros de Enseñanza Secundaria y es formadora teatral de profesionales del ámbito de la discapacidad intelectual. Ha sido actriz en varias películas y series de televisión, además de cofundadora de la compañía Ireki Teatro-Las Torpedolevel.

Vidas paralelas

“Estamos convencidos –afirmó Vizcaíno- que aunque sus métodos fueran diferentes, su ideario artístico era el mismo. Sus trayectorias son más afines y paralelas que divergentes, tuvieron un recorrido vital similar: Nacieron en la España antigua, crecieron con la promesa republicana; sufrieron la guerra civil; terminaron pasando su juventud y madurez fuera, en América, donde desarrollaron sus brillantes carreras, y ambos regresaron a España casi al mismo tiempo, para encontrarnos en la Escuela Superior de Arte Dramático”. Y prosigue Vizcaíno: “Los verdaderos maestros transmiten la llama encendida del teatro, para que la traspasen a las siguientes generaciones y éstas, a su vez, a las que vengan. Los maestros nos fecundan, dejan en nosotros sus semillas más nobles para que florezcan en el futuro, hecho ya presente. Adela y Pepe creían y luchaban por un teatro más grande, más exigente, más artístico, que ayudase a mejorar el mundo, comprometido siempre con el público y con el pueblo; que elevase y excitase las conciencias y las emociones, además de invitar a gozar y a divertirse” Y concluyó: “Fueron dos idealistas, dos artistas, dos utópicos, dos indomables que siempre vivieron en conflicto con el mundo que les rodeaba. Los que tuvimos la suerte de coincidir en el tiempo con ellos, y que el destino cruzase nuestros caminos, nunca podremos olvidarlos. Su cosecha teatral es nuestro legado, la herencia que dejaremos a nuestros hijos y a nuestros discípulos, para que ellos sigan cuidando que la llama sagrada del teatro nunca se apague”