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Alejandro Magno, entre la gloria y la pasión

Obra: Alejandro Magno. Autor: Jean Racine. Dirección: Luis Luque. Intérpretes: Félix Gómez, Amparo Pamplona, Unax Ugalde, Marina San José.... Festival de Mérida. Hasta el 17 de julio de 2016.
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Con un reparto lleno de caras conocidas, principalmente por sus trabajos en series de televisión, se ha estrenado en Mérida uno de los montajes más potentes y esperados, en cuanto a teatro de texto se refiere, de la presente edición del festival: Alejandro Magno, de Jean Racine.
El argumento de la obra transcurre durante la campaña de Alejandro en la India. Las relaciones de poder, y también de amor y fraternidad, que se establecen entre el rey macedonio y sus enemigos de la realeza hindú sirven para intentar explorar la naturaleza humana de un personaje mítico cuya huella como líder militar y político sigue hoy asombrando por igual a expertos y profanos en historia antigua.
El director Luis Luque y el dramaturgo Eduardo Galán firman una versión libre del texto original al que despojan de su ampulosidad, para contar la historia en un código más contemporáneo, pero también de la fuerza poética de algunas escenas trágicas. El conflicto está muy bien planteado desde los primeros minutos, pero hay ciertas reiteraciones en el desarrollo que lentifican el ritmo en esta propuesta, la cual indaga mejor en el choque entre la magnanimidad del vencedor y la inquebrantable libertad del vencido –“¿Qué te trae hasta los confines para luchar contra un pueblo que en nada te ha ofendido?”, pregunta Axiana a Alejandro- que en el otro gran asunto que aborda Racine: el honor o el amor como único faro que debe guiar la conducta del gobernante.
Luque aprovecha mejor sus talentos como director y da al montaje la dimensión de espectacularidad que el Teatro Romano –fantásticamente iluminado una vez más por Juan Gómez-Cornejo- le posibilita. En la original y sugerente escenografía de Mónica Borromello, en la que el río Hidaspes tiene un especial protagonismo, trata de suplir la lentitud de la acción dejando a los personajes sobre el escenario y aligerando las transiciones con la exótica y apropiada música que ha compuesto Mariano Marín. En ese afán por dar al lenguaje escénico el brío que le falta al verbo, intenta también jugar con el movimiento de los actores en una especie de danza sostenida que, sin embargo, resulta en algunas ocasiones artificiosa.
En cuanto a las interpretaciones, la veteranía y las aptitudes de Amparo Pamplona, con apenas un par de líneas de texto, resaltan de manera colosal –en un par de escenas concebidas por Luque con gran belleza- sobre un elenco todavía joven, exceptuando a un correctísimo Armando del Río, al que le cuesta aún sentir la palabra sin gritarla o canturrearla.
Lo mejor: La apuesta por la espectacularidad sin renunciar al texto.
Lo peor: La dificultad de algunos actores para conmover con una versión que no ayuda
Festival de Mérida. Hasta el 17 de julio de 2016.