Aquí no se cortan cabezas... o sí
Carlota Ferrer dirige en el Español «Los cuerpos perdidos», el texto de José Manuel Mora en el que aborda la violencia en Ciudad Juárez.
Carlota Ferrer dirige en el Español «Los cuerpos perdidos», el texto de José Manuel Mora en el que aborda la violencia en Ciudad Juárez.
Siguiendo con la tradición literaria de Sergio González Rodríguez en «Huesos en el desierto» y de Roberto Bolaños en «2666», José Manuel Mora compuso en 2009 su propio retrato de la violencia en México. Becado por el programa Iberescena, el autor se metió a «husmear», cuenta, en un lugar en el que «un buen amigo me decía que en su país podías hacer lo que realmente quisieras siempre y cuando dispusieras del dinero suficiente», presenta. Y allí que se fue. Cuando, ya con la idea de levantar un texto teatral, llegó a Guadalajara (México), el conductor que le llevaba del aeropuerto al hotel removió al dramaturgo con su frase: «No se preocupe que aquí no le cortamos la cabeza a nadie». Hasta entonces, dice Mora, no estaba preocupado, «solo agotado por el largo viaje», pero aquellas palabras retumbaban dentro de un coche que transitaba, a medianoche, por una carretera solitaria. Pronto «el chófer se dio cuenta de que comentarios como aquél no eran, precisamente, la mejor manera de fomentar el turismo en el Estado de Jalisco –continúa–, así que procedió a explicarse». La inoportuna frase hacía referencia a una matanza en los alrededores de Ciudad Juárez cuyas recientes imágenes habían dado la vuelta al mundo, y que se había completado con la decapitación de un grupo de narcos. «Pero ya le digo que no tiene de qué preocuparse», insistió el hombre: «Ciudad Juárez está muy lejos de aquí». Pero no respiró tranquilo hasta que «puse un pie en el hotel», celebró Mora. «Confieso, también, que volví a acordarme de aquel conductor bastante más tarde, estando en España, tras leer que la policía mexicana había encontrado cuatro cabezas humanas... al sur de Guadalajara».
El mal supremo
«Comprendí que, más allá del complejo análisis de los parámetros sociales, económicos e históricos que determinaban las causas de tales brutalidades, Ciudad Juárez se abría a mis ojos como una auténtica dimensión desconocida que me permitía conjeturar sobre la relación del ser humano con el mal supremo, con todo lo que no se deja entrever desde la razón. No pude pasar por alto la siguiente cuestión: ¿hasta qué punto era legítimo usar la barbarie y el dolor ajeno como material de creación?». Se resistía a hacer una obra documental ante la elocuencia del horror que desprendían los informes de Amnistía Internacional y la lúcida crónica de Sergio González Rodríguez en «Huesos en el desierto». «Poco tenía que ofrecer mi escritura», pensó.
Sin embargo, de toda esa experiencia salió «Los cuerpos perdidos», premio SGAE de Teatro que, quitando varias lecturas dramatizadas en Madrid y Suramérica, había obviado los escenarios hasta ahora, cuando el Español lo programa –del 1 al 25 de noviembre– de la mano de Carlota Ferrer. La misma que levantó esa primera lectura: «Casi hago un montaje completo con diez actores y un piano», recuerda la directora, «pero era imposible de moverlo sin el apoyo de alguna institución». Ferrer confiesa haberse propuesto «no repetir nada de lo que hicimos», salvo el texto de Mora. El bosquejo de unos acontecimientos que el autor utiliza para hablar del ser humano y de la asimilación del terror en la sociedad mexicana: «Con ese episodio empezó a darle vueltas a la idea de sentirse cómplice de la violencia. Todos estamos en riesgo de ello con nuestro silencio, ya sea por miedo o por interés. Ser conscientes de que el mal habita en nosotros y de que nuestro deber es domarlo», comenta la directora.
En el centro de la trama un profesor español que hace de «alter ego» del autor –también maestro–. Protagonista que se sumerge, de pronto, en las mafias de la droga y descubre que de verdad le gusta esa vida, que la violencia es una parte tenebrosa de su yo más íntimo en Ciudad Juárez. Una urbe en la que había libertad para violar, torturar y matar y donde los policías encubrían a los asesinos y maquinaban falsos culpables; paraíso de la impunidad «para aquellos que flirteaban con las altas esferas del poder o poseían cierto nivel adquisitivo», añade Mora, «que les permitía comprar cualquier tipo de experiencia de cariz sexual». Dolor que Mora y Ferrer cuentan al ritmo de una música tocada y cantada en directo por sus diez protagonistas (Verónica Forqué, Cristóbal Suárez...) para dar ese punto festivo en el que México parece enterrar todas sus desdichas.