«¡Ay, Carmela!»: España vuelve a suspirar
Fernando Soto rescata, con el visto bueno de Sanchis Sinisterra y ahondando en la memoria del más allá, el clásico de la dramaturgia contemporánea española en los Teatros del Canal.
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Fernando Soto rescata, con el visto bueno de Sanchis Sinisterra y ahondando en la memoria del más allá, el clásico de la dramaturgia contemporánea española en los Teatros del Canal.
Hace mucho que José Sanchis Sinisterra se sentó a escribir «¡Ay, Carmela!», concretamente en el 85, pero todavía hoy sigue descubriendo nuevos aspectos de su obra. Dice el autor que «cada año hay dos o tres ‘‘Carmelas’’ por el mundo». Y enumera: Ghana, Medellín (Colombia), Alemania, Argentina, Sarajevo (Bosnia)... «Interpretaciones raras, que no significa que sean malas, que me cuesta encajar en el ideal que yo tenía, pero que suelen respetar el original», continúa. Aun así, reconoce ser un «mal administrador» de su patrimonio. «Algún día preguntaré a la SGAE por una necesitad antropológica, aunque muchas veces ni se da constancia». Desconoce por completo cuántas versiones se han podido hacer desde noviembre de 1987, cuando se subió el texto a un escenario por primera vez. Fue en Zaragoza.
Entonces no pudo asistir al estreno, «estaba en Medellín, así que me tomo éste como una segunda oportunidad en el 30º aniversario de la fecha», comenta. Así, ayer mismo, durante el pase de Prensa, comentaba algo que no había visto antes: el momento en el que Carmela abre los ojos mientras canta «Suspiros de España». Un pasodoble que, «pese a que no soy muy folclórico», puso porque le gustaba y que más tarde se dio cuenta de que en él la protagonista cantaba su propia vida. «Es la primera vez que encuentro un montaje que recrea un pliegue espacio-temporal que resalta el instante en el que Carmela toma conciencia de la realidad. Un acierto que pone en relieve la dimensión poética del teatro».
Una y mil veces
Habla de la última versión de su texto, la de Fernando Soto en Canal. Es el director quien toma ahora las riendas de un «clásico del teatro de hoy», presentan. «Al revés que el 90% de los compañeros a los que se lo he presentado, que me han dicho ‘‘¿otra vez?’’, yo lo haría una y mil veces. Lo leí cuando estudiaba en la Resad y vi en Sanchis Sinisterra nuestro Samuel Beckett, un referente para conseguir lo que quería hacer», explica Soto. Encontró en el texto el «eterno enigma» de intentar comprender «qué hay ahí arriba, qué mueve esto», se pregunta: «Me siento como el personaje de Paulino, ¿qué hay más allá de la vida y del escenario?».
La memoria y el recuerdo, responde Sanchis Sinisterra. Ahí se encuentra el trasfondo de la obra. No en la Guerra Civil, «que está, por supuesto». «Fue un proceso de escritura automática, Quería un texto que en el 86 conmemorase el 50º aniversario de la guerra, aunque al final se alargara un poco más –habla el autor–. Y años más tarde descubrí que ese no era el tema principal. Por eso en otros países, tan lejos de nuestra realidad, se ha ido programando. Me di cuenta de que trata de la memoria, de los muertos que no quieren borrarse y del deber de los vivos de no olvidar a estos. Como ateo y materialista, con el más allá me viene otro concepto, un lugar poblado de recuerdos y olvidos».
Es donde ahora se apoya Soto para recuperar su «¡Ay, Carmela!»: «Un canto a la esperanza que a mí me toca muy cerca por el tema de la Guerra Civil. Yo también tengo familiares en algún lugar de la tierra y no quiero olvidarlo. Ese montón de muertos que muchos han olvidado también es parte de nuestro patrimonio y no tener castillos y chalés con pladur», explica. Entra así el director en unas zonas de la función en las que Sanchis Sinisterra no se hubiera atrevido, «y, por eso, me volvió a conmover. Además, lo veo muy moderno», cuenta el autor. Y Fernando Soto se explaya: «Siempre se piensa en ‘‘¡Ay, Carmela!’’ como un espectáculo de tono político o reivindicativo, o simplemente en un montaje sobre la guerra vista desde los ojos de los perdedores. Lejos de mi visión, pretencioso sería el decir que son visiones equivocadas. Ésa es la grandeza del teatro, que un texto puede tener muchas visiones diferentes y seguro que todas aportan algo, lo enriquecen. Pero en el caso de nuestra ‘‘Carmela’’ no es esa la intención, queremos volver a lo que creemos que son los orígenes de este texto y que no es más que la relación de dos pobres seres humanos en un contexto tan brutal como es un conflicto bélico, donde la palabra ‘‘justicia’’ se vuelve sorda por el ruido de las bombas. Nuestro deseo es sumar algo nuevo que decir a un texto que, de por sí, es de una belleza y una grandeza que lo han convertido en un clásico de nuestra dramaturgia moderna», apunta.
Dos supervivientes
«¡Ay, Carmela!» es la historia de dos supervivientes que se necesitan el uno el otro como el comer. Ahora, con ella fallecida, la dependencia se hace más notoria que nunca. Paulino (Santiago Molero) es un muerto en vida que necesita aferrarse a la idea de que la aparición de Carmela (Cristina Medina), una muerta que vuelve a la vida, es real y que el espectáculo debe continuar sea como sea. La pareja de actores –en este caso, habituales de la comedia– son los dos únicos protagonistas de un montaje que han querido centrar «en la humanidad de ambos», explica la actriz, principal culpable del estreno, junto a Eva Paniagua –producción–. Las dos movieron un montaje que perseguía a Medina desde sus tiempo de estudio: «Lo hice por primera vez, y solo el segundo acto, para aprobar Interpretación en el 89/90 y poder irme a Londres. Lo saqué y desde entonces es algo que tenía ahí. Lo hago pensando únicamente en el texto porque, salvo la película de Saura, no he visto ninguna otra versión». Por su parte, Molero destaca de las actuaciones al abanico en el que se acomodan: comedia, drama, tragedia... «Es un texto que te permite bucear en todas las tesituras, nos pasa de todo», completa el actor.