Bárbara Lluch: «Algunos directores me han hecho la vida imposible»
Ha regresado a España, después de trabajar una década en Londres, con «Le Cinesi», una ópera de salón de Manuel García que se representa en el Teatro de la Fundación Juan March y que es un delicioso divertimento.
Ha regresado a España, después de trabajar una década en Londres, con «Le Cinesi», una ópera de salón de Manuel García que se representa en el Teatro de la Fundación Juan March y que es un delicioso divertimento.
Tras más de una década como asistente en el Covent Garden de Londres, Bárbara Lluch acaba de estrenarse en Madrid como directora escénica con «Le Cinesi», una ópera de salón que supone un canto a la libertad. La obra trata sobre tres doncellas chinas que se aburren de forma soberana hasta que el hermano de una de ellas regresa de un largo viaje por Europa y relata la vida de las mujeres en Occidente. A los ocho años hizo su primera película, por lo que la inmersión de la nieta de Núria Espert en la dirección pasa por la interpretación. Lluch dirige enseñando, representando eso que quiere cambiar. Este proyecto ha sido desarrollado conjuntamente entre la Fundación Juan March, donde tendrán lugar las funciones hasta el 16 de enero, y el Teatro de la Zarzuela, dentro del ciclo Teatro Musical de Cámara, que pretende recuperar aquellos espectáculos que no tienen cabida en los grandes centros de ópera convencionales.
–¿Nervios tras el estreno?
–Ya se me han pasado, pero casi muero, literalmente. Pensé que tenía que llamar a una ambulancia cuando me lo ofrecieron.
–¿«Le Cinesi» es un viaje hacia el pasado?
–Sí, desde el imaginario. Hay poca información de lo que hacían las mujeres en 1850.
–Esta ópera, la última de las 14 del compositor romántico Manuel García, fue compuesta en torno a 1831. ¿No caduca?
–No. De hecho, sólo se ha hecho una vez. Lo importante en el teatro es sentirse reflejado en cualquier personaje. En éste, en cuanto la ves, entiendes lo que pasa.
–Es que ahonda en temas tan actuales como la mirada exótica a otra cultura o la desigualdad de género. ¿En la ópera hay machismo?
–Sí. Como ayudante me costaba el triple que muchos hombres me hicieran caso. He tenido que pasar pruebas de fuego que un hombre no debe pasar.
–Una comedia de enredo, ¿mandan ellas?
–Definitivamente, sí. Mandan las mujeres. Cuando entra el chico en escena comienza la comedia de enredo. Aunque al principio parece que hablarán de algo realmente contundente, después se convierte en una ópera de salón de divertimento.
–¿Hasta qué punto las relaciones entre mujeres son más complicadas?
–Mucho más. En cuanto haya tres chicas en un Vips y una se levante para ir al baño, le caen por todas partes: «¡Mira la ropa que lleva!», «¡se ha metido dos kilos en el culo!»... Los chicos tenéis relaciones más fáciles. Y justamente el trío es un mal número. Siempre van dos contra una.
–¿Prefiere dirigir o que la dirijan?
–Dirigir, sin duda. Sobre todo, porque he coincidido con algunos directores que me hicieron la vida imposible. De hecho, ése fue uno de los motivos por los que dejé la carrera y me cambié a la ópera.
–¿Con mano derecha o izquierda?
–Con la suave (risas). La práctica del terror, que he sufrido en mis carnes, no sirve para nada. Es contraproducente.
–¿Cuáles son las principales diferencias entre actuar y dirigir?
–La única mínima conexión es que una vez que has estrenado eres libre de hacer lo que quieras en escena. Las buenas funciones son las que cambian cada día. El actor está muy atado a su director.
–¿Cuánto pesa ser nieta de Núria Espert?
–Mucho. Mi familia nunca me metió presión, aunque algunos capullos siempre repetían aquello de que conseguía las cosas por ser nieta de... Lo sigo escuchando y sé que lo escucharé durante toda mi vida. Una de las causas por las que me fui a Londres era ésa. Llevaba el peso de toda mi familia en los hombros, pero porque sentía que tenía que llevarlo. Pensaba que si yo fracasaba fracasaría también el apellido.
–¿Qué es lo más importante que ha aprendido de su abuela?
–El sacrificio. Me dijo que llegara la primera y que me fuera la última, que siempre tengo que ser la mejor preparada. También he aprendido la seriedad con la que se toma su trabajo, el respeto con el que habla y trata a los demás. Y la falta de divismo.
–¿Se ha marginado el teatro musical de cámara?
–Creo que sí. Es una pena, y no sólo por los muchos títulos a rescatar. La ópera de cámara es relativamente barata, por lo que sería un vehículo perfecto para la gente joven, entre los que hay un talento increíble.
–¿Por qué hoy en día sólo se hace ópera en espacios grandes?
–Porque no está llegando a la gente que tiene que llegar. No es un mito decir que es una pijada para privilegiados. Las entradas más caras siguen costando 300 euros. Hay que llevar la ópera a la gente, porque no se puede esperar a que la gente venga a la ópera. No estamos llevando la ópera a la gente joven, que es la que tiene que tomar el relevo.
–¿Y la ópera de salón sería el formato para llegar a los jóvenes?
–Lo ideal sería una mezcla. Hay versiones cortas de «La Traviata» que se podrían hacer con menos gente. La ópera es el mejor arte del mundo. Es una lástima que tantas personas no hayan ido nunca.
–¿Y si no se hubiese dedicado a esto?
–Me hubiera muerto. No me imagino nada. Quizá estaría con perros en la India, o con los refugiados... Necesitaría hacer algo que me llenara de otra manera. Esto me llena el alma. Pagaría por trabajar.
–Como directora, ¿qué escena le gustaría ser?
–¡Uf! Vaya pregunta. El «Amami, Alfredo», de «La traviata».
–¿Mucha suerte o mucha mierda?
–Mucha mierda.