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Diosdado, un Max que da gusto

La dramaturga recoge hoy el Premio de Honor de esta edición a toda su carrera
larazon

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Actriz apenas conocida, directora de más de una obra, pero, sobre todo, dramaturga, como ella misma se reconoce, Ana Diosdado recibe esta noche el Premio Max de Honor en la XVI edición de los galardones, que acogerán las Naves del Matadero de Madrid. «Da mucho gustirrinín», asegura con una tremenda tranquilidad la autora, quitándole hierro a posibles interpretaciones sobre reconocimientos tardíos o justicias literarias. «Es como si es tu cumpleaños y te hacen mucho caso y te traen regalos. Ese día es una gran satisfacción. Podían ser otros los premios de Honor de este año, porque siempre hay más de uno, como es lógico. Pero había que elegir uno y me tocó». Se siente mal cuando la recuerdan como actriz: «En este país hay impresionantes, y yo, que cada diez años hago algo que me apetece, pues dirán que no soy actriz... Y es verdad. Me han premiado como dramaturga. Lo otro es intrusismo», dice entre risas. Y es cierto que el premio llama a recordar los títulos que ha escrito, muchos de ellos con gran éxito en los teatros: «Olvida los tambores» (1970), «El okapi» (1972), «Usted también puede disfrutar de ella» (1973), «Los 80 son nuestros» (1988)... Este último, que antes fue una novela, se convirtió en su gran éxito, aunque explica que la anterior es la que más siguen reponiendo en el extranjero. En los 70, 80, triunfaban Arrabal, Lauro Olmo, Sastre. Era otra época, con diferentes preocupaciones sociales. «No sé si se escribía mejor. Pero sí se escribía más. Se estrenaba más. en Madrid había 22 teatros con programación constante. Y algunas cosas estaban bien... Y otras no. Pero hay que experimentar, las cosas no se pueden quedar estancadas». De hecho, cree que «la dramaturgia está mejor ahora en cuanto a la creación... aunque no me gusta esa palabra. Lo que no está mejor es el capítulo producción, porque incluso con un éxito entre las manos no les salen los números, y a eso no hay derecho». Dice no conocerse a sí misma y evita definirse. «Sé las cosas que no soy. No soy sociable, y no es que me guste, pero a estas alturas es difícil cambiar». Tampoco como dramaturga le gusta retratarse: «Sé que escribo lo que quiero y puedo por mis capacidades. Termino una obra y nunca digo: ¡qué gusto, lo logré! Siempre tengo esa insatisfacción de no haber hecho lo que quería».
Hacer justicia
En la eterna dicotomía entre teatro comercial «entra la voluntad», asegura. «Todo el mundo quiere que lo que hace resulte comercial. Pero perseguirlo es malo, porque ya no eres sincero, comprometido contigo mismo». Por eso, asegura, «nunca, a la hora de escribir, pensé en el éxito». Lamenta el poco éxito que tuvo en su día «De cachemira, chales»: «Sólo nos gustó a Paco Nieva y a mí. La gente se levantaba y protestaba. Pero los actores y yo misma amábamos esa función». Cree que a veces las puestas en escena de sus obras le hicieron justicia y otras no. «Pero hablo de mi gusto. Y el autor de teatro es muy especial. Un texto teatral, el original, es sólo uno, aunque se pueden hacer cien montajes diferentes y todos, hipotéticamente, ser buenos».
«Era el florero de la SGAE»
Presidenta de la SGAE durante años, el escándalo de 2011, con la detención de Teddy Bautista y otros altos cargos, le pilló a Diosdado, cuenta, sin enterarse de nada. «A mí en esa casa me tenían de florero», sentencia. «Yo pensaba que no, pero estaba en los estatutos que el presidente no tenía poder ejecutivo». Recuerda cuando «entró el séptimo de caballería» en la entidad: «No me extrañó por los personajes que estaban involucrados».

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