Teatro

Madrid

El mundo de la escena pone a Carmena contra las tablas

Tocados desde hace tiempo por el IVA cultural, la ausencia de teatro en la nueva programación de Naves Matadero obliga al mundo de la escena a gritar contra un Ayuntamiento de Madrid, que también le quiere quitar las tablas del Fernán Gómez

Albert Boadella
Albert Boadellalarazon

Tocados desde hace tiempo por el IVA cultural, la ausencia de teatro en la nueva programación de Naves Matadero obliga al mundo de la escena a gritar contra un Ayuntamiento de Madrid, que también le quiere quitar las tablas del Fernán Gómez

«Los amantes del teatro estamos de luto», escribía Blanca Portillo en las redes el 2 de marzo. Acompañaba el texto del correspondiente hashtag reivindicativo sobre la oposición al cierre de las Naves del Español. Si se cumplían las filtraciones sobre la nueva programación de Matadero, el tándem que formó –del 26 de enero al 26 de febrero– junto a José Luis García Pérez en «El cartógrafo», de Juan Mayorga, se iba a convertir en el último inquilino «teatrero» de la todavía llamada Sala Fernando Arrabal. Las cifras que dejaban atrás eran claras: 26 funciones para 13.000 personas, lleno diario y los «mendigos» de entradas, habituales de las grandes citas, a las puertas de cada pase.

El freno ocasionado por el cambio de dirección del centro y su escisión del Español parecía no haber hecho más que acrecentar las ansias de teatro de la gente. Sin dejar atrás la parte de culpa correspondiente de la Portillo, Mayorga y García Pérez en esta avalancha.

Días después del tuit, el martes pasado, parecía confirmarse la noticia: «El cartógrafo» y los suyos –público incluido– no eran más que restos de una etapa del pasado. Como temía la etiqueta que puso la actriz junto a su frase, las Naves del Español perdían su esencia. La presentación de la primera programación de Mateo Feijóo al frente de los espacios 10, 11 y 12 apartaba al teatro de texto de donde había estado los últimos diez años, desde que se abriera. Mucha danza, «performances», break dance, disc jockeys... y poco teatro. Sólo dos días. Al final de todo: 6 y 7 de julio en la Nave 11 –según indica el programa. Fernando Arrabal para el resto–. El dramaturgo suizo Milo Rau se presentará en Madrid con «Five Easy Pieces». Nombre con peso, pero aislado. Nada más.

«Ahora ya se acabó la posibilidad de repetir algo como lo de ‘‘El cartógrafo’’», dice García Pérez. A la vez que se otorga el «dudoso honor» de ser parte de esa pareja que cierra un ciclo. Tras el «‘‘show’’ del Matadero», como algunos denominaron a la tensa presentación de Feijóo y Celia Mayer –delegada de Cultura y Deporte del Ayuntamiento–, el actor, que la vivió en primera persona, se debatía entre la confusión, la decepción y la indignación: «No entiendo estas decisiones. Me siento incomprendido. Me parece que hay espacios de sobra para todo. De hecho, la propuesta de Feijóo, contra el que no tengo absolutamente nada, la considero rompedora y brutal, pero no encuentro la necesidad de eliminar un centro de primer orden a nivel europeo. Sería más interesante englobarla dentro de lo que ya había».

- Deriva municipal

Si no son norma los que han puesto el foco sobre el nuevo director –Miguel del Arco se apresura a levantar la voz para «dejarle trabajar tranquilo y lejos de la crispación»–, sí lo es sobre la política cultural que dirige la señora Mayer. A la cabeza de las protestas está Mario Gas, un viejo conocido del espacio: «El vaivén del área de Cultura del Ayuntamiento de Madrid me parece indignante y reaccionario, no sólo con Matadero, sino en la política global que está desarrollando», ampliando el espectro a otras noticias como la de la salida del teatro de la principal del Centro Cultural de la Villa. Y el director continúa su exposición sobre los errores señalando el desligamiento de las Naves del propio Español porque «era una forma de mezclar dos lenguajes, que es la manera de entender las artes escénicas»; y por otro lado, «este espacio ya nació con vocación de abrirse a Europa y dar cabida a otro tipo de espectáculos». Para muestra queda su década de vida. «No es reclamar una parte de la porción para el teatro de texto, sino aplicar una política coherente y consciente –prosigue Gas–. Acorde con una ciudad moderna como Madrid y sin caer en barbarismos paralizantes y lleno de ismos».

Albert Boadella, director de los Teatros del Canal –donde ha vuelto este fin de semana con «El sermón del bufón»– hasta hace unos meses, también se pronuncia sobre una gestión pública que ha ocupado durante ocho años: «Creo que se ha tomado una actitud populista en la que lo que menos importa es laexcelencia del teatro, cuando ésta debe ser su única justificación. Su función no es la de un señor que pone las cosas que le gustan, sino las que interesan a los contribuyentes. La voluntad debe ser la de tener público y no echarlo». Punto en el que García Pérez se pregunta «qué hacer ahora con la gente que amaba este espacio»... De momento, tirar de nostalgia. O de ironía, como Juan Carlos Pérez de la Fuente –anterior responsable de Matadero– y «mover al público de su sitio para decirle que ya no tiene la sala a la que iba».

«Nos hemos quedado huérfanos», sigue Sergio Peris-Mencheta. Él fue uno de los que antes alzaron la voz en la red y todavía hoy sigue «tocado» con la noticia. Cuatro veces había montado en Matadero y reconoce que hasta ahora «nunca antes había sentido la sensación de haberme quedado fuera de un proyecto». El madrileño es uno de los principales decepcionados con el Consistorio: «Me duele todo esto especialmente porque he sido simpatizante de esta gente. Pensaba que era un gobierno ‘‘afín’’, entre comillas, al teatro, pero...».

- «Camelo total»

La otra polémica de la semana se produjo alrededor de las «Artes Vivas», término empleado para subtitular el nuevo espacio de Feijóo. Algo «ofensivo» para Gas, «porque es como si todo lo que no entra ahí estuviera muerto y esos están en las antípodas de la realidad». Concepto que para Boadella no pasa de ser «un camelo total, porque el arte siempre está vivo», y que para José Luis García Pérez es una muestra más de que «a veces queremos ser más modernos que los modernos», en alusión también a la retirada de los nombres de las salas de Fernando Arrabal y Max Aub. Vanguardia pura. «Dos referentes», coinciden todos.

«Esos sí que eran modernos e innovadores y no programar break dance», comenta Peris-Mencheta. Pero para gustos los colores y, desde la piel de Miguel del Arco, nadie posee la verdad absoluta: «¿Es más teatro montar un Lope de Vega que ver a Angélica Liddell sobre el escenario? Yo no me atrevería a decirlo», concilia. Para ello, para buscar el entendimiento, alza ahora la voz el mundo del teatro. Para «reconducir el timón que parecen haber perdido» –Gas– y «porque todavía hay tiempo de rectificación», entonan García Pérez y Mencheta. «Que el teatro –lo dice Del Arco– es un lugar de encuentros, ¡coño!».

José Luis García Pérez: «Me parece un error histórico del que nos acordaremos»

El actor José Luis García Pérez acudió a la rueda de prensa del pasado martes en el paseo de la Chopera porque el asunto le tocaba «muy cerca». Tanto como que hace dos semanas estaba pisando las tablas de Matadero con «El cartógrafo». «Quería escuchar de primera mano las propuestas que nos iban a presentar para, desde ahí, dar mi opinión, que, visto lo visto, está muy lejos de la suya –comenta el actor–. Me parece un error garrafal, histórico, del que, si se mantiene, nos acordaremos. Me siento atacado como trabajador». Respecto al cambio de que los artistas no tengan que depender a partir de ahora de la taquilla también se muestra contrario: «No estoy de acuerdo con que las compañías tengan un caché en un espacio público. El jugársela con las entradas es por algo; los productos se llenan cuando merecen la pena. Y todo esto contribuye a cargar algo más al erario público». García Pérez también habla de la importancia de la escena de las Naves en la capital, pocos espacios cuentan con su versatilidad, y eso es por lo que lucha: «La falta de entendimiento entre las propuestas escénicas es de no haber ido nunca al teatro, es como pensar que el teatro a la italiana está a la altura del tipo de montajes que hay en las cabezas de muchos. Está más vivo que nunca y necesita espacios muy distintos».

Albert Boadella: «Cuando los políticos meten mano es una catástrofe»

Viene de ocho años al frente de los Teatros del Canal, así que Boadella sabe de qué va esto del teatro de todos. Lo tiene claro: «La voluntad debe ser la de tener público y no echarlo». Fácil. Sin embargo, parece que no siempre es así: «Lo que no puede ser es que un espacio municipal se quiera destinar a una minoría, en este caso progresista, porque está hecho con los impuestos de todos. Parece que lo que el Ayuntamiento está mostrando es una actitud populista en la que lo que menos importa es la excelencia del teatro, cuando ésta debe ser su única justificación. Su función no es la de un señor que pone las cosas que le gustan, sino las que interesan a los contribuyentes», explica. Albert Boadella lo tiene muy claro con la separación de poderes entre Administración y creación: «De no haber sido así no hubiera aguantado ni un minuto al mando de Canal. Cuando la dirección es meramente artística el éxito está garantizado, pero cuando los políticos meten mano en la cultura es una catástrofe en el 90% de los casos. Por eso es tan importante saber a quién se vota y pensar en los intereses propios», completa.

Miguel del Arco: «Perdemos mucho tiempo en la retórica de la guerra»

Para Del Arco el titular de la presentación de la programación de Matadero fue otro. Lejos de tensiones, el director se quedó con los «¡sólo 600.000 euros de presupuesto! –exclama mientras hace sus cuentas–. De los 1,2 millones iniciales, se pierde la mitad en comunicación y demás, y, teniendo en cuenta que una producción media está por encima de los 100.000, me parece flojito». Sabe bien lo que es guerrear con unos y otros para levantar un proyecto como el Pavón-Kamikaze que comenzó a principio de curso –más otros tantos que le precedieron– y, por eso, concede todo el beneficio de la duda al nuevo líder de las Naves: «Déjenle trabajar y si no lo hace bien que se encargue el Ayuntamiento, pero, en principio, defiendo una gestión radical». Y es que nunca fue partidario de lo políticamente correcto, y sí de un entendimiento que hasta ahora no se ha dejado ver: «No conozco a Feijóo, pero entiendo que se defendiera después del grado de crispación que se había alcanzado antes de la rueda de prensa. A veces dan ganas de irse al desierto porque perdemos demasiado tiempo en la retórica de la guerra y nos olvidamos de lo verdaderamente importante».

Juan Carlos Pérez de la Fuente: «Son como Trump, en dos meses se cargan todo»

Si hay un hombre que sintió el primero el terremoto de «la muerte del teatro» fue Pérez de la Fuente. Los meses que pasó solo en su despacho del Español era la antesala de lo que vive hoy la escena madrileña. Sintió un dolor muy dentro con la retirada de los nombres de Fernando Arrabal y Max Aub de las que hoy siguen siendo sus salas y ahora trata que sus significados no caigan en el olvido de la política cultural del Ayuntamiento con la misma velocidad que se quitaron sus rótulos: «Tengo la sensación de estar viviendo lo mismo que los hombres y mujeres en Estados Unidos. Son como Trump, en dos meses aquí no quedará ni sombra de lo que había, como con Obama. Es que no encuentro ni motivo ni sentido a nada. Aquí sólo hemos consolidado El Prado y gracias». Pero no es su herencia la que defiende Pérez, que también, sino «la necesidad de contar con otro tipo de espacio. Matadero supone el discurso que falta cuando tienes un teatro en planta de herradura del siglo XIX como el del Español. Y con este cambio todo eso se rompe. Se acaba con ese punto diferente para la vanguardia y para probar cosas diferentes, cosas del XXI. A veces parece que todo esto es una pesadilla», cierra.

Mario Gas: «Sabemos que éste es un país cainita al que le gusta destruir lo que se encuentra»

Su trabajo en los inicios de Matadero, como responsable directo, mucho tiene que ver con lo que ha sido este espacio en los diez años que lleva abierto. Por eso le duele ver que todo se tira abajo: «Sabemos que éste es un país cainita al que le gusta destruir lo que se encuentra y no construir algo a partir de lo que ya tenemos». Aun así, puntualiza que estas Naves no las entiende como sus hijas, «ni mucho menos, para eso tengo una vocación de servicio público muy alta, que fue por lo que me dieron el cargo», apunta. Especialmente le duele el vaivén del área de Cultura del Ayuntamiento, «me parece indignante toda la política que están llevando a cabo. Se habla del machaque de la derecha a las artes, pero ahora parece que es la propia izquierda la que se ha propuesto desbaratarlo todo. Es un reaccionismo ofensivo que duele que venga de este estamento político». Por ello, emplaza a su gremio «a hablar y dar la cara»: «La profesión tiene que manifestarse y si la defensa es que faltan espacios, que los abran, que huecos hay».

Sergio Peris-Mencheta: «Nunca había tenido la sensación de quedarme fuera»

Hasta Estados Unidos llega el eco de la escena madrileña. Allí está trabajando un Peris-Mencheta «muy cabreado» que echa la culpa a la improvisación del Ayuntamiento a la hora de cambiar de cromos con la retirada de Zapata «vía Twitter», en detrimento de Celia Mayer como responsable del área de Cultura: «Pensaba que era un gobierno ‘‘afín’’, con comillas, al teatro, pero me estoy llevando una sorpresa enorme. En su día hubo mucha polémica con la elección de Pérez de la Fuente como director del Español, Matadero y Fernán Gómez, pero al menos ese comité estaba formado por gente como José Luis Gómez y Carlos Hipólito, que aseguraban una garantía. Aquí no se conocía a nadie. Ahora tengo la sensación de estar fuera de todo esto que se ha presentado». Su firma está en una de las piezas de la temporada, «La cocina» –ni una butaca libre en el mes que estuvo en cartel–. Éxito sin ninguna duda. Un montaje a cuatro bandas sólo apto para escenarios contados, el del Matadero entre ellos. Por eso se lo ofreció a la nueva dirección, pero no: «Es demasiado burgués». ¿¡Burgués!? ¿¡Cómo!?