«El público»: Sobre retos raros o imposibles
Autor: García Lorca. Director: Àlex Rigola. Intérpretes: Pep Tosar, David Boceta, Irene Escolar... Teatro de la Abadía. Hasta el 29 de noviembre.
Sería estúpido poner en duda a estas alturas la valía de Federico García Lorca: fue un gran escritor y, muy especialmente, un grandísimo poeta. Ahora bien, no acierto a entender su sacralización, más o menos reciente, en todos los ambientes modernitos del país, sobre todo porque me parece bastante improbable que en algunos de ellos se le haya leído siquiera. El caso es que hoy todo producto que tenga asociado el nombre de Lorca se deglute con éxtasis por un determinado sector, incluso si ese producto es tan indescifrable como «El público». No sé si será este motivo, de índole comercial en el entorno más cultureta, el que ha llevado a La Abadía a recuperar este texto enrevesado y aburridísimo que el autor granadino, que ya lo consideraba irrepresentable, parió como desahogo personal y como muestra de su adhesión estética, en esos años, a la nueva corriente surrealista que empezaba a triunfar. Otro motivo para su puesta en escena puede ser que a Àlex Rigola, que a estas alturas ya ha hecho de todo y de casi todo ha salido muy bien parado, simplemente le apeteciese embarcarse en uno de esos dificultosos retos que tanto le gustan para poner a prueba sus dotes en la «creación» de un espectáculo a partir, prácticamente, de lo que sea. Y, en este sentido, aquí vuelve a demostrar que eso se le da de miedo: con los precarios mimbres que le ofrece la obra, logra sostener un montaje al que ha dado sólo poco más de una hora de duración y donde el mayor protagonista, por encima del lenguaje, es el clima de onirismo e irrealidad que impregna todo el original. A partir de una introductoria escena de ambiente jazzístico y sofisticado, el director va jugando con la tenue luz con brillos plateados de Carlos Marquerie, el impecable diseño del sonido de Nao Albet o el cambiante y preciosista vestuario de Silvia Delagneau para mover con estudiada cadencia a su formidable elenco –nada menos que 14 actores, entre los cuales están Juan Codina, Pep Tosar, Irene Escolar, Jesús Barranco o David Boceta– en una especie de danza sonámbula sobre la que gira toda la función. Y logra que el espectador acompañe con atención a esos actores por la ilusoria y sugerente escenografía de Max Glaenzel, y que incluso esté a punto de emocionarse en la impagable escena de la canción; pero lo que no logra, porque no está en su mano, es que ese espectador entienda al final una sola palabra de la historia que allí le han contado.