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"Juguetes rotos": El cuerpo como una jaula ★★★★✩

larazon

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Autoría y dirección: Carolina Romá. Intérpretes: Nacho Guerreros y Kike Guaza. Teatro Español (Sala Margarita Xirgu), Madrid. Hasta el 10 de noviembre de 2019.
Después del éxito obtenido la temporada pasada, vuelve al Teatro Español esta función escrita y dirigida por Carolina Román que tiene como tema de fondo el mundo transexual en el oscuro e intolerante periodo histórico de las postrimerías del franquismo. Lejos de convertirse en una proclama sobre las innumerables injusticias y vejaciones que estas personas pudieron sufrir –una proclama que estaría legitimada desde el punto de vista moral, pero que, con toda probabilidad, daría artísticamente frutos muy pobres–, la obra se levanta como una sincera y hermosísima aproximación al alma de un ser humano corriente que trata de resolver su sexualidad en un mundo hostil como paso previo y necesario para encontrar su verdadera identidad. Esa pugna del alma con su cuerpo, un cuerpo que funciona como cárcel para ella, pero que al mismo tiempo la protege de los peligros a los que se expondría si volase libre, está expresada en la función, de forma metafórica, en el palomar repleto de jaulas que preside la excelente escenografía de Alessio Meloni y que sirve de marco a toda la acción. Un estupendo y sorprendente Nacho Guerreros, conocido sobre todo por sus trabajos para televisión en otros registros muy diferentes a este, da vida a Mario, un simple oficinista que recibe una llamada relacionada con la muerte de alguien muy importante para él. Mediante una analepsis, en la que se cruzan distintos lenguajes y códigos –la interpelación al espectador, la evocación de tintes poéticos o el diálogo en clave más realista– la directora va mostrando al público la vida del personaje desde su niñez, en un asfixiante y machista entorno rural, hasta ese presente en el que ha cogido el teléfono, pasando por su huida a Barcelona tratando de encontrar algún trabajo y haciendo amistad con otros homosexuales condenados a la marginalidad que se ganan la vida en los espectáculos de variedades del Paralelo. Todos los personajes que tienen relación con Mario a lo largo de esta historia, en la que no falta nunca el humor, están interpretados por Kike Guaza, que hace un trabajo rebosante de ductilidad y de precisión. Pero nada funcionaría tan bien si Román no hubiese tenido el acierto de evitar los lugares comunes en el tratamiento de esos personajes. Lo que le interesa a la directora no es tanto que el público vea por dentro al Mario homosexual, ni tampoco al incomprendido o al discriminado, o al menos no de manera aislada; lo que Román consigue es colocar al público delante de un Mario persona, en toda su complejidad; es decir, delante de un personaje rico y bien dibujado que en su dramatismo ofrece al espectador, sin ningún artificio, la misma ternura que debería obtener de él.