«La voz humana»: Nunca hay buen perder en el amor
Autor: J. Cocteau. Dirección: I. Elejalde. Intérpretes: A. Wagener. El Pavón-Teatro Kamikaze. Madrid. Hasta el 6 de enero.
El actor Israel Elejalde vuelve a aventurarse por los caminos de la dirección, y todo apunta, teniendo en cuenta los materiales con los que trabaja, que va a seguir haciéndolo; no tanto porque los resultados sean buenos, que de momento lo son, como por los temas que le gusta abordar y que denotan una inquietud intelectual que quizá no pueda saciarse sólo en la interpretación. «La voz humana», escrita por Jean Cocteau en 1930, cuenta la historia mínima de una mujer, absolutamente abatida ante la reciente ruptura de una relación sentimental, que espera, necesita y suplica escuchar la voz de su ex amante, al otro lado del teléfono, como único agarradero en el que sostener su mermada ilusión vital. Cocteau, siempre intenso, pero también siempre desmesurado, supo explorar bien ese estado de horrorosa desolación emocional que quizá, desgraciadamente, todo el mundo haya conocido alguna vez. Sin embargo, lo más interesante de la obra no es tanto esa dimensión psico-trágica del argumento, ya que, como digo, el autor extremaba casi siempre las actitudes de sus personajes hasta rozar la inverosimilitud; lo verdaderamente atractivo de «La voz humana», desde el punto de vista escénico, es que toda la acción está sujeta a un diálogo entre dos personas de las cuales el espectador sólo ve y escucha a una: a esa «Ella», una mujer que podría ser cualquier otra, que se debate entre la fantasía de un imposible reencuentro, que supondría por tanto una restauración de su felicidad, y el bálsamo de un suicidio para calmar un dolor que tiene ya más presencia en ella que la propia vida. Es una obra, por tanto, que exige un ejercicio interpretativo colosal para que cada matiz en la expresión verbal y gestual de la protagonista sea advertido por el espectador como la consecuencia lógica de una réplica que, en puridad, no existe técnicamente. Y Ana Wagener lo consigue de manera admirable; consigue no sólo encarnar con hondura el personaje de «Ella», sino además permitir que el público intuya en todo momento ese personaje de «Él» que no existe. Pero cierto es que Elejalde ayuda mucho en la versión y en la dirección para que el resultado sea eficaz, ya que prescinde de causas, culpas y razones y erige en únicos protagonistas, por encima de las personas, a sus sentimientos.