Lluís Homar y nadie más
Cuatro años después de su estreno, el actor llega a la capital con su versión en castellano y condensada para un solo actor del clásico catalán de Àngel Guimerà «Tierra Baja».
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Cuatro años después de su estreno, el actor llega a la capital con su versión en castellano y condensada para un solo actor del clásico catalán de Àngel Guimerà «Tierra Baja».
Lluís Homar nunca habría sido el Lluís Homar que ustedes conocen de no ser por «Tierra Baja». Es más, es muy probable que jamás hubieran sabido de él, salvo que compartieran vecindario u oficina, si a los 16 años no se hubiera cruzado en su trayectoria este texto de Àngel Guimerà. Ahí decidió ser actor. Una idea que afianzaría en 1990, cuando, en el Lliure, repetiría papel dirigido por Fabià Puigserver. Las sensaciones que tuvo haciendo de Manelic fueron tales que todavía hoy, cuando le ha dado la vuelta a aquella edad (ya ha cumplido los 61), sigue sintiendo el mismo compromiso con la obra: «Siempre tienes la sensación de que hay camino por delante», comenta cuatro años después de su estreno en el Temporada Alta.
Ahora llega a Madrid –a la sala Juan de la Cruz del Teatro de la Abadía, del 19 de septiembre al 7 de octubre– para presentar esa constricción a la que sometió antaño al clásico: «Me encontré con una obra que es patrimonio de la literatura catalana. Está tan representada en el teatro “amateur” que hay muchos compañeros que entendían que era de cartón piedra y por eso quise tomar conciencia de que es una pieza tocada por una varita mágica. No es casualidad que sea una de las más representadas, tiene algo de universal, por lo que siempre digo que queda una parte por recorrer», defiende el intérprete.
«Tierra Baja» ya no es una obra para varios actores, desde que se levantó esta versión es un drama pensado para una sola persona, para Lluís Homar. Él es Sebastián, el dueño de todo; pero, a su vez, es Marta, la víctima de un mundo sórdido; y Manelic, imposible no ser ese personaje que le atrapó –y hasta el momento sigue sin soltarle– y que lleva el rostro de la ingenuidad de esa otra Tierra Alta de la que viene; y, para completar, también es la inocente Nuri. Cuatro en uno para condensar al máximo lo que Guimerà quiso contar. «Digamos que es una versión de cámara que el propio autor podría haber firmado», explica quien se encerró tres meses con Pau Miró –adaptador y director del montaje– para lograr el texto actual. Un imposible «de primeras», dice el actor, que se convirtió en algo más factible tras ver a Núria Espert en «La violación de Lucrecia». «Ese era el camino».
Tan oscuros como puros
Una transformación a monólogo que, por supuesto, defiende Miró: «Esta soledad en el escenario nos permite mostrar con mayor claridad la complejidad que hay en cada persona. Y focalizar la lucha interna que se produce en cada uno de nosotros. No estamos hechos de una sola pieza, somos fruto de nuestras elecciones». Decisiones que, narradas en forma de cuento, se debaten entre la parte «oscura», la Tierra Baja, y la «pura», la Alta. Ahí radica el simbolismo de una pieza que da a Manelic un papel «casi bobalicón», define Homar de un chico que deberá «descubrir la parte más negra del ser humano y entender que todos tenemos dos lobos dentro, uno bueno y otro malo –continúa el actor–, y que, finalmente, ganará aquel que alimentes más. Al final la moraleja viene a ser que todo está en tu mano».
Así, en esta versión, Sebastián sigue siendo el amo de todo en la Tierra Baja: del molino, de la ermita y hasta del río. Pero, aun así, las deudas le empujan a casarse con una joven heredera de buena familia en lo que es solo es una estrategia para conseguir que le retiren los embargos que tiene sobre casas y tierras. Sin embargo, antes deberá esconder la relación que mantiene con Marta, una joven trabajadora del molino a quien, para evitar sospechas, emparejará con Manelic, un pastor que vive en las montañas... De esta forma nacerá un amor enfrentado que terminará luchando por huir juntos ante la oposición de un Sebastián al que su plan se le vuelve en contra.
Se trata de una adaptación que para Miró es la necesaria en estos tiempos, una «lectura actual en la que no hemos cambiado el lenguaje, ni el argumento, pero en la que hemos afrontado cada personaje entendiendo que ellos tampoco están hechos de una sola pieza, también formar parte de la complejidad. Mostrar los matices es la manera de acercar esta historia escrita en 1896 a nuestros días. Todas estas palabras parece que quieran justificar algo o tratar de explicar una empresa muy difícil, pero es todo lo contrario. Encima del escenario todo se simplifica», cierra el director.