Paseo erudito por el castellano erótico
Versión teatralizada del ensayo de Carrière «Las palabras y la cosa»
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Polla. Choca, pero, por mucho que se mire a otro lado cuando alguien la pronuncia, está recogida en el diccionario de la RAE. Con ella –la palabra– comenzó un juego entre Jean-Claude Carrière, Luis Buñuel y el hijo de éste, Rafael.
Polla. Choca, pero, por mucho que se mire a otro lado cuando alguien la pronuncia, está recogida en el diccionario de la RAE. Con ella –la palabra– comenzó un juego entre Jean-Claude Carrière, Luis Buñuel y el hijo de éste, Rafael. Cada uno, en idiomas diferentes –francés, español e inglés, respectivamente–, debía buscar tantos sinónimos como fueran posibles para referirse al atributo masculino. El que lograse la lista más larga se llevaría el gato al agua. «La imaginación es la gran arma que tenemos los humanos para luchar contra la mediocridad», decía el director español. Ganó el que fuera guionista de Buñuel, que no dudó en quitarse méritos «porque mi lengua, el francés, en ese terreno es inagotable», apuntó. Ello, con el añadido de una amiga –dobladora de cine porno– de Carrière, fue el embrión de «Las palabras y la cosa», un ensayo que rinde homenaje a la literatura libertina del XVIII en su país, en la que las mayores marranadas no salían de un elegante tono cortesano.
Aquí, la joven, cansada de utilizar siempre los mismos términos para referirse al sexo, escribe a un erudito para eludir unos vocablos barriobajeros que le producen hiperventilación. Y comienza el juego. Él, atraído por la original propuesta, acepta una relación epistolar entre ambos que, pese a lo cerca que puede estar de lo vulgar, se pasa al lado de la erudición.
Ricard Borràs recupera la historia de Carrière para castellanizarla y subirla a las tablas del Canal, bajo la dirección de Pep Anton Gómez. Abandona el libertinaje galo para acercarlo a este lado de los Pirineos: «Le pedí permiso para traspasarlo al Siglo de Oro español, que fue mucho más boyante que el XVIII», cuenta el adaptador e intérprete del montaje. Así, apoyado en la figura del catedrático Alberto Blecua, Borràs ha logrado introducir en el original citas de Cervantes Góngora, Quevedo y Lope, entre otros, y crear una función que parecía difícil de levantar: «La acción dramática no es necesaria porque el juego con el público es que éste vaya imaginando. Puede parecer una lista de palabras, pero es una teatralización del lenguaje. Costó verlo. Exige un espectador en actitud receptiva y con ganas de jugar con el lenguaje y las palabras», explica.
Herencia mojigata
«La gracia está en enseñar el tesoro recibido de nuestros mayores y transmitirlo a las siguientes generaciones –continúa–. Teatro popular que, pese a que inquisiciones, mojigatería, gente furibunda y represora lo hayan impedido, existe. Es nuestro, y la riqueza del lenguaje que tenemos, que es como mínimo sugerente, demuestra que somos un pueblo imaginativo». ¿Somos mojigatos? Y Borràs responde: «Mucho, hay gente que se cree con derecho a impedir que esa gran riqueza brille. En Francia no es así. Se utilizan mucho más esas palabras y no pasa nada. No puedo ni decir ‘‘cojones’’ porque es un tabú». Un lenguaje conocido por todos, pero que nadie usa en público, de eso habla Carrière.
Siete cartas dedicadas a los genitales y a los actos sexuales que transforman palabrotas y un mundo soez en algo más cerca de lo sugerente. Nada que ver con aquello que canturreaba Leonardo Dantés en su día de «tiene nombres mil el miembro viril». Gómez y Borràs han querido darle una vuelta al original de Carrière, y para ello estudiaron y exprimieron el ensayo a fondo: «Descubrimos aspectos teatrales que no había utilizado. Leyendo entre líneas se ve una historia de amor no correspondido entre el filólogo y la chica joven». El erudito, ya en la recta final y tras haber pasado toda la vida sumergido en los libros, recibe, de repente, una motivación nueva. Un sueño que se recupera con los encabezamientos de las misivas, que evolucionan sutilmente hacia el cariño, y que se desarrolla en paralelo a la trama principal. «Explican muchas cosas –cuenta Gómez–. Te dan ese punto de ver a un hombre que saca la cabeza por última vez. Una historia platónica, una fantasía de un pobre viejo que revive cuando no lo espera y se lleva un chasco».
Dónde: Teatros del Canal (Sala Negra). Madrid. Cuándo: del 2 al 27 de noviembre. Cuánto: desde 15 euros.