«Por toda la hermosura»: Pseudopoético drama de la adversidad
Autor: Nieves Rodríguez Rodríguez.
Director: Manu Báñez.
Intérpretes: E. Bellver, J. Berenguer, J. Carramiñana y E. Isla.
Teatro Valle-Inclán
(F. Nieva). Madrid. Hasta el domingo.
Generó mucha expectación entre el público más teatrero, allá cuando se iniciaba en julio de 2012, un ciclo de montajes como el que el Centro Dramático Nacional puso en marcha, con el título de Escritos en la escena, para promover y desarrollar las propuestas de nuestros más jóvenes dramaturgos en un clima de creación colectiva propio de las compañías teatrales tal cual las hemos entendido tradicionalmente. Se trataba -y se trata-, pues, de que el borrador original del autor se fuese nutriendo y modificando en el transcurso del trabajo previo con los actores y con el director, hasta fijar un texto dramático apropiado a las características y objetivos comunes del ese grupo teatral concreto.
Sobre el papel, como digo, la idea no podía ser más interesante. Sin embargo, los resultados a lo largo de todas estas temporadas han sido bastante desiguales, y lo que se presuponía que serían, a los ojos del espectador, montajes caracterizados por la cohesión y la solidez del trabajo conjunto se ha traducido en la práctica -en bastantes casos, aunque afortunadamente ha habido también honrosas excepciones- en una extraña amalgama de ideas, algunas más interesantes y otras menos, diluidas en representaciones que avanzan sin un rumbo claro y sin la necesaria capacidad para comunicar su propósito al público. Y eso es lo que ocurre en Por toda la hermosura, que es el montaje que cierra el ciclo esta temporada. Más inspirada en lo visual que en lo textual, esta obra de Nieves Rodríguez Rodríguez, con ecos lorquianos en la meritoria puesta en escena del director Manu Báñez, habla supuestamente de la paz como anhelado estado anímico y vital; de la esperanza de una familia vapuleada por las inclemencias del destino y de la imperiosa necesidad de sus miembros por encontrar en la otredad un mínimo refugio para resurgir con la dignidad que precisa cualquier ser humano. Pero, como tantas otras veces en este tipo de piezas, esos pilares argumentales se infieren más de la declaración de intenciones del programa de mano –en el cual ya hay una pretensión poética rayana en la vacuidad- que en la función como tal, donde el público solo puede encontrar a cuatro esforzados actores que intentan dotar de emoción a unos personajes faltos de consistencia en sus acciones y cargados de afectación en sus diálogos.
► Lo mejor: Los esfuerzos de los actores y el director se hubieran visto recompensados bajo un código literario más naturalizado.
► Lo peor: Toda la función se apoya en tal artificio verbal que deja indiferente a cualquier espectador.