«Una vida americana»: El pasado... pasado está
Autora: Lucía Carballal. Director: Víctor Sánchez Rodríguez.
Intérpretes: Esther Isla, Vicky Luengo, Cristina Marcos y César Camino. Teatro Galileo. Madrid. Hasta el 4 de marzo.
Con elegancia, talento y ternura está concebida y resuelta esta obra de Lucía Carballal, dirigida por Víctor Sánchez Rodríguez, sobre una joven de un barrio de Madrid que viaja hasta Minnesota con su hermana y con su madre –y también con su sufrido novio– para reencontrarse con su padre muchos años después de que este las abandonara y se volviese a su país, Estados Unidos. Esther Isla interpreta, con esa divina chispa y esa gracia natural a las que ya nos tiene acostumbrados, a Linda, un personaje relativamente protagónico –porque la madre tiene también bastante peso– que busca volver atrás en el tiempo para emprender otro camino distinto que dé un sentido más pleno a su vida. En ese quimérico empeño, Linda no hará sino descubrir ante el público –merced al buen trabajo de Isla y a que el personaje está, como todos los de la función, muy bien escrito– su incapacidad para encarar un futuro que siempre es incierto y su fragilidad para pisar con firmeza el suelo de su realidad. Frente a ella, en el papel de Paloma, Cristina Marcos –que se deja caer por los escenarios menos de lo que a muchos nos gustaría– realiza una fantástica composición de una madre, mucho más pragmática que su hija, que sí ha tratado con mayor o menor fortuna de reconducir su vida y que ahora, aunque sin saber bien cómo usar las toscas herramientas de que dispone, intenta ayudar a Linda para que no descarrile en la persecución de ese sueño remoto. Vicky Luengo, como la contestaría hermana pequeña Robin Rose, y César Camino, dando vida a un personaje menos relevante pero no por ello más endeble, que es el del novio de Linda, completan un gran reparto para una función muy consistente cuya acción evoluciona, además, con muy buen ritmo. Sobre la obra, el director y la autora posan una entrañable mirada, casi poética, que permite muy bien que todos los personajes se muevan con seguridad entre la comedia más pura y el drama familiar. La escenografía de Alessio Meloni, la iluminación de Luis Perdiguero y la música de Luis Miguel Cobo contribuyen de manera notable a enmarcar con belleza toda la historia.