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Texto íntegro del discurso del Rey

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Palabras de Su Majestad el Rey en la ceremonia de entrega de los Premios Princesa de Asturias
Oviedo, 20 de octubre de 2017
Hoy, al hacer entrega de los Premios Princesa de Asturias, quiero comenzar mis palabras expresando todo nuestro afecto y solidaridad a las miles de personas que en Galicia, en Asturias, en Castilla y León y en la nación hermana de Portugal, han sufrido los terribles incendios de los últimos días. Compartimos el profundo dolor de las familias de las víctimas. Y transmitimos nuestro reconocimiento a todos los que de manera ejemplar han luchado en ambas naciones contra esta tragedia que solo produce destrucción, pobreza y muerte. Vaya desde aquí nuestro homenaje a los profesionales, voluntarios y vecinos que se han entregado con tanta tenacidad a esa lucha.
Como en cada edición de los Premios —y desde hace cuatro ediciones, teniendo muy presente a nuestra hija La Princesa de Asturias—, la Reina y yo asistimos a esta cita con la convicción de que nuevamente esta tarde los mejores valores humanos llenarán el teatro Campoamor de gratitud y reconocimiento; unos sentimientos que dedicamos a hombres y mujeres excepcionales, a proyectos y logros extraordinarios, y que queremos compartir con el resto del mundo.
Para poder hacerlo, hemos contado siempre con el compromiso generoso de los patronos de la Fundación Princesa de Asturias y el apoyo incondicional de nuestros Jurados y, sobre todo, con el de los asturianos; del querido pueblo asturiano que siempre nos recibe con tanta hospitalidad y cariño. A todos ellos gracias una vez más.
Nuestros Premios nos inspiran esperanza; nos muestran el profundo significado tanto de la libertad creadora, del amor al conocimiento, al arte y a la cultura, como de la solidaridad y la justicia; y dan testimonio de la importancia del esfuerzo, de perseverar en el buen camino para culminar las obras valiosas, las que más duran y merecen la pena. Nos recuerdan que hay personas cuya tarea siempre busca los mejores frutos, los de las virtudes más elevadas y los mayores talentos de los seres humanos, representados aquí por nuestros galardonados, a quienes felicitamos de corazón y damos una calurosa bienvenida a Asturias y a España.
Así, agradecemos a todos los premiados que, con su genio y su compromiso, nos ayudan a acercarnos a algunos de los aspectos más positivos de la vida, de nuestra existencia, de nuestro mundo. Porque es en los momentos peores, en los más difíciles, cuando frecuentemente y de manera más nítida evocamos todo lo positivo, lo bueno; todo lo que, siendo intrínseca y profundamente humano, nos hace mejores y nos llama a ser más justos, más honrados y a tener más confianza. Hablo del arte, la literatura, la ciencia, la cultura, el pensamiento, la solidaridad y la concordia.
Hoy, al reconocer su gran labor, les queremos decir también que nos sentimos sincera y profundamente orgullosos de ellos. Y particularmente en esta ocasión, junto a la indudable excelencia y brillo de los premiados individuales, quiero resaltar que en varias categorías, esa gran obra se caracteriza por cualidades como la colaboración sincera, el esfuerzo conjunto, por el trabajo en equipo, y por la unidad de propósitos, que siempre contribuyen a que se logren los resultados más altos y exitosos.
Así, juntos, formando un equipo sólido, trabajan nuestros galardonados con el Premio de Investigación Científica y Técnica: los doctores Rainer Weiss, Kip S. Thorne y Barry C. Barish y los más de 1.000 investigadores de un centenar de instituciones de 18 países, que conforman la Colaboración Científica LIGO. Todo un ejemplo de cómo un gran proyecto, además de unos firmes y bien definidos objetivos, necesita mucha participación.
Su máxima ambición reside en saber cada día un poco más, en descubrir, analizar y entender la realidad. Incluso aunque ésta sea de comprensión tan difícil para los profanos; como lo es, en este caso, la que, siguiendo a Einstein y su prodigiosa inteligencia, se sumerge en los enigmas del Universo.
Porque sabemos que el fin último de su dedicación como buenos científicos es mejorar la vida humana, y fortalercer nuestro progreso y nuestro bienestar sobre la Tierra, sabemos también que reconocimientos como el que hoy les ofrecemos tan solo recompensan una mínima parte de su esfuerzo. Pero nuestro deseo es que sepan que no están solos, que contemplamos su trabajo con profunda admiración y respeto y que se lo agradecemos infinitamente.
De la pasión y la generosidad de un solo hombre, Archer M. Huntington, nació la Hispanic Society of America, Premio de Cooperación Internacional. Pero sobre todo aúna en su esencia los ideales de unidad en la diversidad y de cultivo y protección de la tradición y la historia.
La Hispanic Society es el resultado de la inmensa generosidad de Huntington, sí, pero también de su profundo amor por la cultura milenaria de las comunidades de hablas española y portuguesa, por su devenir histórico y sus tradiciones; y de su respeto por todo ello. Y ese amor y ese respeto han quedado marcados en la belleza y coherencia de su colección y en las iniciativas que la Hispanic Society lleva a cabo para dar a conocer su tarea y luchar contra el olvido; que es, como lo calificaba nuestro premiado Todorov, una triste forma de barbarie. Reconocemos hoy su tarea luminosa desde esta tierra de Asturias, siempre agradecida.
Y centrando su mirada en todo aquello que provoca en nosotros una sonrisa e incluso una carcajada franca, así trabajan Les Luthiers, que han recibido el Premio de Comunicación y Humanidades. El sentido del humor es inherente a su larga y muy viajada trayectoria. Y con él —o a través de ese humor musicalizado— una asombrosa y precisa capacidad para la reflexión, muchas dosis de observación inteligente y mucha, mucha cultura. Estos son los ingredientes básicos de sus espectáculos, y son los que les han llevado a alcanzar su enorme éxito a nivel internacional y, sobre todo, entre la comunidad hispanohablante del mundo.
Hoy, al entregarles este Premio, lo hacemos con una sonrisa en la mente y en el corazón, recordando esos increíbles y portentosos instrumentos nacidos de su incansable y admirable creatividad. Nunca podremos agradecerles lo suficiente tantas horas de risas y de buen humor, tantas horas reconociendo nuestras carencias, errores y defectos en sus bromas, que al mismo tiempo parece como si llevaran a cuestas el remedio o el refugio de sus efectos. Entre ellos, ellos mismos me permitirán un homenaje particular al ausente pero siempre presente Daniel Rabinovich.
Quizá nadie sea hoy en este acto más consciente del valor de la lealtad y el compañerismo que los All Blacks, Premio de los Deportes. Para ellos el trabajo en equipo y la colaboración, son norma. Tienen una pasión común, el rugby; el rugby jugado de forma modélica, no solo para ganar, sino también para practicar en el campo las mejores virtudes del deportista completo: juego limpio, camaradería, solidaridad, educación, respeto.
Los All Blacks son, además, un ejemplo de diversidad, de fusión de culturas y tradiciones; un impagable ejemplo, sobre todo para los niños y jóvenes del mundo, que deben aprender a practicar el deporte —cualquier deporte—, con un espíritu solidario, inclusivo y fraternal. Hoy destacamos esa actitud ejemplar y se la agradecemos con una admiración muy especial.
Nuestros premiados saben bien, qué significa trabajar en equipo, sumando fuerzas y talento, buscando el éxito común, compartiendo conocimiento, entusiasmo y esfuerzo. Pero también conocen el valor de la tarea en soledad, aquélla cuyos beneficios se extienden final y felizmente a todos.
Así sucede con la obra de nuestra premiada de Ciencias Sociales, la pensadora británica Karen Armstrong, que ha sabido precisar el sentido y la definición de la palabra compasión. Transformar la compasión en una fuerza clara, luminosa y dinámica es para ella una necesidad urgente. Solo así podremos trascender al egoísmo y utilizar todo nuestro potencial como seres inteligentes y espirituales.
Sus estudios profundos y documentados sobre las religiones, en particular sobre el Cristianismo, el Islam y el Judaísmo, ponen de manifiesto, sobre todo que, como ella misma afirma, “todas la religiones del mundo insisten en que la espiritualidad verdadera debe expresarse consecuentemente en la compasión práctica, en la capacidad de sentir con el otro”. Son afirmaciones valientes, que le agradecemos; y son también necesarias para recuperar el sosiego y el sentido crítico en este mundo a veces tan lleno de ruido, tan escaso de reflexión.
Adam Zagajewski, Premio de las Letras, ha sufrido el dolor de la separación, de la violencia, la guerra y el exilio. Ha vivido intentando, sin embargo —o quizá por ello—, atrapar el instante, ese momento de suspensión en el que toda la belleza del mundo puede quedar condensada en un sólo verso.
Hijo del aire, la menta y el violonchelo, como se describe a sí mismo, afirma que una de sus patrias es la verdad, esa verdad que sabe moldear con cada verso, en cada instante de belleza que sus ojos y su espíritu recogen y hacen poesía, en esos árboles que solo él oye susurrar, incluso en los días sin viento. Una obra excelsa, hecha de verdad, de autenticidad, de honradez. Una obra que hoy le agradecemos y le animamos a acrecentar, pues estamos seguros, como escribió Miguel Torga, de que ella nos proporcionará ánimo para hacer frente al futuro.
Se dice de William Kentridge, nuestro Premio de las Artes, que es sobre todo un maestro del dibujo. Sabemos, no obstante, que su magisterio va mucho más allá, que se adentra en el espíritu humano e ilumina con la fuerza de sus trazos, de sus ideas y creaciones, nuestra compleja condición, haciéndola más comprensible, más verdadera, mejor.
Kentridge conoce de cerca el sufrimiento de la discriminación, la injusticia del apartheid y el dolor padecido durante años por sus compatriotas sudafricanos. Ha sabido reflejar esta experiencia y su conciencia de hombre blanco privilegiado en una obra intensa, comprometida y valiente que lo ha convertido en uno de los artistas más destacados y admirados de nuestro tiempo en todo el mundo y, muy especialmente, en el continente africano, cuyas relaciones culturales, políticas y sociales con otros continentes son, como afirmó en este mismo escenario el inolvidable Nelson Mandela, “un orgulloso y creativo logro de la sensibilidad humana”.
Señoras y señores, Queridos premiados:
La Unión Europea es la galardonada en esta edición con el Premio de la Concordia, cuando se cumplen 60 años de la firma del Tratado de Roma.
Creada tras una época de profundos sufrimientos, de violencia y de deshumanización, la UE quería devolver a millones de ciudadanos algo tan esencial como la esperanza de alcanzar una vida digna, regida por la libertad, la democracia y el Derecho. Después de tantas convulsiones, de tanta desolación, los ciudadanos europeos apoyaron, con decisión y lucidez, unirse en un proyecto común de paz, solidaridad y progreso. Lo hicieron —y lo seguimos haciendo— para que nunca nos permitamos dar un paso atrás, hacia el sectarismo, la arbitrariedad y la división, hacia el horror.
Hoy, la Europa entonces anhelada no es ya un sueño sino una realidad. La Unión, como recuerda el Acta del Jurado, ha hecho posible el periodo más largo de paz de la Europa moderna y ha impulsado sus mejores valores —especialmente los Derechos Humanos— en toda la Comunidad Internacional. Es un ejemplo de progreso y bienestar en tiempos de incertidumbre. Y representa la firmeza democrática frente al fanatismo; la libertad frente a la tiranía; la convivencia frente a la discordia; la cultura frente a la ignorancia.
Europa afronta hoy nuevos y serios desafíos, y sabemos que es un proyecto lejos, todavía, de estar concluido. Pero no debemos permitir que la ilusión y la esperanza con la que nació y sus sólidos principios, que hoy comparten millones de europeos, se desvanezcan. Porque esos desafíos no pueden alterar nuestra adhesión, nuestro compromiso y nuestro impulso a un proceso integrador; que es el mayor avance en paz, desarrollo y cohesión social alcanzado nunca por un grupo de países unidos, en el más elevado espíritu de hermandad y convivencia. Admitirlo, afirmarlo así, es un ejercicio de honestidad, de justicia y de responsabilidad.
Señoras y Señores,
Quiero iniciar esta parte final de mi discurso agradeciendo nuevamente a todos los premiados su asistencia especialmente a los Presidentes del Parlamento, del Consejo y de la Comisión Europea, a quienes acompaña el Presidente de su Tribunal de Justicia. Su presencia hoy aquí en Asturias simboliza, el compromiso, el apoyo y la solidaridad de las instituciones europeas con España, con nuestro sistema constitucional y con nuestro Estado Social y Democrático de Derecho.
Señores Presidentes: España tiene que hacer frente a un inaceptable intento de secesión en una parte de su territorio nacional, y lo resolverá por medio de sus legítimas instituciones democráticas, dentro del respeto a nuestra Constitución y ateniéndose a los valores y principios de la democracia parlamentaria en la que vivimos desde hace ya 39 años.
Durante las últimas décadas, los españoles hemos continuado nuestra historia, haciendo honor a nuestra decisión soberana de convivir juntos en democracia. Hemos vivido y compartido éxitos y fracasos, triunfos y sacrificios, que nos han unido en alegrías y sufrimientos. No lo podemos olvidar. Como no queremos ni podemos renunciar a lo que juntos hemos construido, sumando las aportaciones de todos, que constituye un valiosísimo legado que a todos y cada uno nos pertenece por igual.
Y ello ha sido posible gracias a una España cimentada en el deseo sincero de convivencia y de entendimiento; en el respeto de las normas y de las reglas de la democracia; en reconocer con grandeza y generosidad los errores del pasado para no caer de nuevo en ellos; una España en la que todos sus ciudadanos —cualesquiera que fuesen sus ideas, dondequiera que nacieran o vivieran— tuviesen la oportunidad de encontrar su lugar en paz y libertad, sin temores ni miedos a la imposición ni a la arbitrariedad, alejados del rencor y las fracturas.
Y a una España, también, abierta y solidaria en la que pudieran reconocerse todos y cada uno de los españoles, y en la que los pueblos que la integran viesen protegidas, reconocidas y respetadas sus lenguas, sus culturas, sus tradiciones y sus instituciones, como un verdadero patrimonio común que sin duda nos enriquece y nos identifica.
Unos ideales estos que, como los que estuvieron en la razón de ser de la UE, debemos tener siempre presentes. Porque ningún proyecto de futuro se puede construir basándose en romper la convivencia democrática; ningún proyecto de progreso y libertad se sustenta en la desafección, ni en la división —siempre dolorosa y desgarradora— de la sociedad, de las familias y de los amigos; y ningún proyecto puede conducir al aislamiento o al empobrecimiento de un pueblo.
La España del siglo XXI, de la que Cataluña es y será una parte esencial, debe basarse en una suma leal y solidaria de esfuerzos, de sentimientos, de afectos y de proyectos. Una suma que siga alimentando nuestra vocación universal, nuestro legítimo orgullo de pertenecer a la gran realidad democrática que es Europa.
Por eso, Europa, la Unión Europea, forma parte del ser de esa España; una Unión que trasciende a los Estados con respeto a todas nuestras identidades y sensibilidades; una Union que dé respuesta a la modernidad, que indudablemente avanza hacia una mayor integración y convergencia. Ese es el signo de nuestros tiempos, del mundo en el que vivimos.
Señores Presidentes: los españoles no olvidan ni olvidarán que la Unión ha sido siempre un referente para España en el origen y en la consolidación de nuestra democracia; y que ha impulsado decisivamente nuestra prosperidad y bienestar. Pueden estar seguros de que la Unión encontrará en nuestro país un pilar esencial de apoyo y lealtad ante los nuevos desafíos que juntos debemos afrontar. Un camino que debemos recorrer acompañados de la razón, la palabra y el respeto a las reglas de convivencia, inspirándonos en tres principios europeos que también son indisociables: la democracia, los derechos fundamentales y el Estado de Derecho.
Señoras y Señores,
La entrega de nuestros premios en Oviedo ha sido siempre un acto de reconocimiento de valores cívicos y de principios morales. Y esta tarde hemos continuado esa tradición una vez más, como lo venimos haciendo desde hace ya 36 años.
Y en estos tiempos duros y difíciles que vivimos, es necesario más que nunca reivindicar los principios democráticos en los que creemos y en los que se sustenta nuestra vida en común. Son tiempos para la responsabilidad. Nuestros ciudadanos lo merecen. Unos ciudadanos que desean convivir y progresar en paz y que diariamente ofrecen un ejemplo de sacrificio, entrega y compromiso con su país.
Y me siento muy orgulloso de afirmarlo aquí en Asturias, en esta tierra leal, tan querida y siempre admirable.
Muchas gracias.