Los pañuelos del presidente
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Los pañuelos que asoman por el balcón de la presidencia de una plaza de toros forman una policromía propia de un lienzo impresionista. Una policromía, exacta y estética, que, en el fondo y en la forma, es un tratado de comunicación entre la presidencia y los clarines y timbales, con el fin de organizar la semántica cognitiva de la corrida.
El pañuelo, blanco, como un epíteto retórico de la nieve, tiene una plurisignificación tan real como su código. Así, indica el comienzo de la corrida, la salida de cada toro, los cambios de tercio, los trofeos (un pañuelo, una oreja, dos pañuelos, dos orejas y tres pañuelos, dos orejas y rabo) y los avisos (el primero, a los diez minutos de comenzar la faena de muleta, el segundo, a los trece, y el tercero, a los quince. Un pañuelo, por cada aviso, tres pañuelos, para devolver el astado a los corrales). (En rejones, el primer aviso suena a los cinco minutos del tercio de muerte, el segundo, a los dos, y el tercero, ya a pie, a los cinco minutos).
El pañuelo, azul, como una ola mítica del Atlántico, señala que se le dé la vuelta al ruedo a un toro, que ha sido muy bravo y noble. El pañuelo, rojo, como el sol del Caribe, indica que el toro, por manso, es condenado a banderillas negras. El pañuelo, verde, como una parra sanluqueña, exige que el toro, por algún defecto o lesión, que se manifiestan al salir al ruedo, sea devuelto.
Finalmente, el pañuelo, naranja, como el ocaso, expresa el indulto del toro, por su raza, su casta, su temperamento, su bravura, su trapío y su juego, mantenido, en los tres tercios. Los pañuelos del presidente: un lienzo, entre la paleta de Cezanne y la tauromaquia. Entre la comunicación y el arte. Entre lo lingüístico y lo extralingüístico.