El Puerto

Un intratable Morante devora triunfos propios y ajenos

El de La Puebla sale a hombros, junto a Alejandro Talavante, en otra tarde icónica de esta temporada

Puerta Grande de Talavante y Morante en El Puerto
Puerta Grande de Talavante y Morante en El PuertoCircuitos Taurinos

Soltaba Morante el capote al viento que nos hace presa estos días con el dichoso levante y la capa se levantaba en su horizontalidad. Hasta que de pronto saltó el primero al ruedo de El Puerto y entonces la inmensidad de la plaza fue el contrapunto a la escena. Un solo foco: Morante y un pequeño capote que recogía las embestidas del de El Freixo detenido, sin perder pasos, como si se estrujaran uno y otro. Qué puñetera maravilla. En la condensación de los tiempos y los espacios el toreo se le escapa a borbotones a este Morante planetario que torea casi con desprecio. A la vida. Al peligro. Vinieron después las chicuelinas al paso de armonía perfecta y toreo de capa excelso. De a quien le sobra y lo regala. Con la muleta recogida sobre la zurda comenzó una faena de soberana intensidad. Es tan difícil ver torear con esa profundidad. Se los pasa más cerca que nadie y está tan desprendido de la vida y tan entregado al toreo que se viven escenas de sofoco. (También lo vemos cogido y parece que no le importa). Se lleva tan atrás los toros y no los vacía que se queda en una situación comprometida de difícil resolución y explosiva faena. Con emoción vivimos cada muletazo al buen toro de El Juli, al que había brindado. Sedoso por momentos, reunido siempre, coloso el de La Puebla, díscolo e intratable para llegar incluso a citar al toro no con los vuelos sino con la punta del pie. Se fue detrás de la espada y ya nos habíamos ido con él todos a La Puebla. Qué mágica locura la suya. Qué manera tan única de ser y estar delante de los toros.

El cuarto desmontó una parte de la plaza de salida y era otro, no tan franco ni claro. Medía en el capote, arreaba, embestía algo cruzado. Raro. No era toro para confiarse. ¿Importó? Pegado a tablas comenzó Morante. Vendido. Vendida su alma nos cedió toda su tauromaquia tragando tela en un embroque roto, desencadenado el muletazo después de ver si había suerte. No dudó nunca. Puso la barriga a merced del toro, los muslos... el corazón en honor del toreo y fue todo emoción y belleza a partes iguales porque este toro no era el otro y la tauromaquia convertida en obra fue un milagro. Como el de la vida. Los naturales de uno en uno del final: inolvidables.

Puede que el resto de la tarde entráramos en un bucle: había sido tan excelso lo presenciado. Salir de aquellas profundidades no podía ser más que una tortura.

Talavante tuvo un segundo que se movió con transmisión y duración y menos claro por el zurdo. Fueron mejores los comienzos que todo lo que vino después (más fuegos artificiales que otra cosa).

El quinto fue toro de vuelta al ruedo. Bravo y claro con el que Alejandro Talavante echó el resto con todas sus versiones. Desde la más tremendista y arriesgada de los comienzos al epílogo mirando al tendido. Entre una cosa y la otra cupo todo ante un toro que todo se dejó hacer con entrega y repetición. Qué maravilla. Talavante dejó entre medias la plasticidad de los pases de pecho, algunos muletazos con temple y una faena de mas cantidad que calidad que supo aderezar con las suficientes dosis de chispa y conexión con el público. La espada hizo el resto para el doble premio del toro de vuelta.

Imposible fue el tercero, que ya lo marcó en el capote de Ortega, quedándose muy corto. Lo mismo hizo en la muleta, al paso y con mala clase. Hizo el esfuerzo Juan, pero no había manera.

Jorge Fuentes y Perico se desmonteraron con el sexto, con el que Ortega se ajustó con el capote. Poco duró la ilusión porque el animal se vino pronto abajo. El lote no fue el suyo. Ya lo teníamos claro a estas alturas. Como que un intratable Morante había devorado la tarde. Su triunfo y los ajenos. Es otra película. Una que puedes ver mil veces y siempre es distinta.