«Turandot»: Cuando Puccini pidió perdón
El Teatro Real estrena hoy la última ópera del compositor italiano, en la que el personaje de Liù, interpretado por Yolanda Auyanet y Miren Urbieta-Vega, representa una trágica historia de su propia vida
Creada:
Última actualización:
El Teatro Real estrena hoy la última ópera del compositor italiano, en la que el personaje de Liù, interpretado por Yolanda Auyanet y Miren Urbieta-Vega, representa una trágica historia de su propia vida.
“Ya no puedo trabajar. ¡Me siento muy triste y desanimado! Mis noches son horribles. Lloro de desesperación. Tengo siempre ante mis ojos la visión de la pobre víctima. No puedo quitármela de la cabeza. Es un tormento continuo. El destino de la pobre chica fue demasiado cruel”. Así se confesaba Giacomo Puccini, en marzo de 1909, en una carta enviada a su amiga Sybil Seligman. La docena de misivas que le envió ese mes el compositor son un torrente de tristeza -“Soy incapaz de trabajar y quizá nunca vuelva a hacerlo.
Creo que mi vida ha terminado. Solo quiero morir”- y culpabilidad por el reciente suicidio de Doria Manfredi, una joven que trabajó durante años en casa de los Puccini en Torre del Lago, Italia. Elvira, la esposa del compositor, estaba convencida de que Doria y Puccini eran amantes y así lo hizo saber a todo el pueblo. Sin poder soportar más la situación, Doria se envenenó.
Aquellos días de barbarie, como los calificó el compositor, coincidieron con la escritura de “La fanciulla del West”, que se estrenaría un año más tarde en Nueva York. Y aunque en muchas ocasiones Puccini creyó que su sufrimiento no le permitiría terminarla, la ópera que realmente refleja aquella época es “Turandot”, que finiquitó en 1924 y que el Teatro Real estrena este viernes con Bob Wilson como director de escena y Nicola Luisotti como director musical. Se trata de la primera vez que se presentará esta ópera en el Real desde 1998, cuando formó parte de la temporada de estreno tras la reinauguración del teatro.
Luisotti afirma que el sentimiento de culpa por el suicidio de Doria Manfredi persiguió al compositor el resto de su vida, tanto así que poco antes de morir cambió el final de “Turandot”, basada en una comedia de Carlo Gozzi de 1762, para incluir el suicidio de Liù, la esclava que se sacrifica por amor a Calaf, un príncipe tártaro que, a su vez, intenta conquistar a la vengativa y fría princesa Turandot, interpretada por Irene Theorin y Oksana Dyka.
Sacrificio por amor
“Conociendo la historia de Puccini te das cuenta de que en todas sus óperas, sobre todo en sus personajes femeninos, que son siempre los protagonistas, invariablemente hay algo muy personal”, explica Yolanda Auyanet, que junto con Miren Urbieta-Vega interpreta a Liù, en su opinión “el personaje más bonito de esta ópera”. Para la soprano española -que el miércoles interpretó dos arias de “Turandot”para Doña Letizia y la primera dama de China, Peng Liyuan- conocer cuán personal fue el papel de Liú para el compositor es un factor a tomar en cuenta tan solo en la preparación: “Lo que más puede colorear a un personaje es tu propia vida, tu experiencia personal”, asegura.
Urbieta-Vega, por su parte, define el papel como “un bombón”, y asegura que “Liu es todo bondad y, sobre todo, amor. En algunas producciones se le confiere mayor carácter -he interpretado alguna Liù menos inocente, que se enfrenta a Turandot de mujer a mujer- y en otras es más inocente. Es indudable que tiene muchísima fortaleza que tiene muchísima fortaleza”. En esta producción, sin embargo, Wilson se ha encargado de marcar una pauta que nada tiene que ver con lo que ninguna de las dos sopranos ha hecho antes.
Urbieta describe al director de escena, también a cargo de la iluminación y la escenografía, como un perfeccionista -“Está de sol a sol en el patio de butacas”, afirma- y tilda su versión de “Turandot” de naturalista, como él mismo la llama. “Es un espectáculo muy visual que no está basado en la interpretación de los personajes. Wilson los deja básicamente congelados en distintas posiciones y hace que la música hable”, explica.
Auyanet confiesa que “es difícil porque estoy acostumbrada a estar en escena con el cuerpo en acción; en el caso de Wilson es al contrario, él busca una tensión interior que viene hacia afuera con los movimientos mínimos del cuerpo, casi siempre de las manos y de la cara. Por eso insiste con las luces en el rostro de los artistas; busca crear un impacto visual”.
Para Urbieta, que viene de interpretar el papel en el Palau de les Arts de Valencia, se trata de una ocasión especial: su debut en el Teatro Real. La soprano vasca se unió al reparto madrileño hace escasos quince días en sustitución de Maite Alberola, ya que según un comunicado del teatro ésta tomó la decisión, junto con Joan Matabosch, de no continuar con el papel. Esa misma semana, la sueca Nina Stemme había cancelado su participación en “Turandot” por cuestiones de salud.
En ese sentido, tanto Urbieta como Auyanet hablan de la dificultad de abandonar o rechazar una oportunidad, situación en la que ambas se han visto a lo largo de su carrera. “A veces hay que tomar este tipo de decisiones para salvaguardar tu voz”, afirma Urbieta-Vega, y añade: “Hace muchísimos años rechacé un Réquiem de Verdi porque sentí que no era el momento. Tuve muchísimas dudas, pero hoy en día me alegro de haberlo hecho”.
Auyanet, por su parte, confiesa que su relación con Puccini “siempre ha sido un poco conflictiva” y recuerda que “cuando hice por primera vez Liù, en 2003, me pasó lo mismo que cuando canté por primera vez Mimí, de “La Bohème”, me dije: “No, esto tiene que reposar”. Ahí se quedó mi Liù hasta 2008. Para entonces yo tenía una hija de 8 meses y eso me ayudó a cambiar el personaje. A partir de ahí mi relación con Puccini fue mejorando y ahora es un papel en el que me encuentro muy cómoda”. Auyanet conforma el primer reparto junto a Irene Theorin y Gregory Kunde, en el papel de Calaf, con el que ya ha coincidido en otras ocasiones y del que dice que “es un amor de persona, un cantante muy profesional. Da gusto escucharlo y aprender de él”.
““Turandot” es extraordinaria desde varios puntos de vista. El principal y más evidente es la transformación de Puccini como compositor, que pasó de compositor popular a simbólico. La comedia de Gozzi en la que se basa es brillante, ligera, pero Puccini le da la vuelta por completo y la convierte en una ópera oscura”, explica Luisotti y añade que “la escena en que Liù se quita la vida no es de los libretistas, fue escrita en su totalidad por Puccini. Además, los versos que pronuncian Timur y Calaf cuando ella muere son las palabras de justificación del compositor, la disculpa que lanza al mundo, en su nombre y en el de su mujer, por ese suicidio del que se siente culpable”.
Es la inocencia de Doria lo que persigue a Puccini durante quince años: cuando el examinador médico declaró que la joven había muerto virgen, su familia acusó a Elvira de llevarla al suicidio. De hecho, la esposa del compositor fue declarada culpable en un juicio, aunque él pagó a los Manfredi para que Elvira no fuera encarcelada. Sin embargo, sus sospechas no eran del todo infundadas. Doria y el compositor no eran amantes, pero la chica hacía de mensajera entre Puccini y su prima Giulia, con la que el compositor sí mantuvo una relación durante décadas.
De hecho, según el cineasta Mario Benvenuti, que dedicó años a investigar el drama pucciniano, tuvieron un hijo en común, Antonio Manfredi, que fue dado en adopción en Pisa y murió, como su padre, de un tumor de garganta. Y si las cartas y documentos que Benvenuti encontró en casa de un miembro de la familia Manfredi no fueran suficiente prueba, también existe un indicio operístico. En “La fanciulla del West”, Minnie, la protagonista, es dueña de un bar, tiene mucho carácter y un aspecto casi masculino, características que comparte con Giulia Manfredi, propietaria además de una taberna en Torre del Lago.