Un «Ben Hur» de risa
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«Ben Hur» es uno de esos «best sellers» que todo el mundo lee en la pantalla grande. Lewis Wallace, un militar norteamericano, escribió el éxito y Hollywood encontró entre los renglones de su prosa castrense suficiente material para abordar la historia en dos ocasiones (en 1925 y 1959), reduciendo la literatura a pura cinematografía. Cuando William Wyler cogió el proyecto contaba con los decorados de los estudios y la sonrisa de Charlton Heston. Dos recursos con algo en común: ambos eran de cartón piedra. Con semejante material solo salió un dramón, pero, eso sí, en plan cinemascope y con todo el lujo de aquel Hollywood que solo concebía guiones si podían traducirse a grandes superproducciones.
Aquí el asunto era deslumbrar al público y, todo hay que decirlo, con la carrerade cuádrigas logró el mismo efecto que los hermanos Lumiére cuando estrenaron su famosa llegada de un tren en 1895. El filme logró un récord de estatuillas que solamente ha sido igualado por «Titanic» –algo que muchos están todavía intentado explicarse–. Lo que se convirtió en un clásico del cine acabó derivando en la típica película de Semana Santa. Pero, ahora, la Compañía Yllana y Nancho Novo han decidido rescatar la historia de ese encasillamiento fílmico y darle un vuelta aprovechando la 64 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. O sea, que ha llevado el «peplum» más «peplum» a una de las cunas del teatro romano. Su efecto sorpresa es brindarla en manera de comedia, que por algo las tablas escénicas arrastran una larga tradición burlando la seriedad (y, en muchas ocasiones, el poder y lo establecido) por medio de esta derivada.
Han dado, nunca mejor dicho, un giro de guión y hasta el próximo domingo se podrá ver un montaje que parte con cierta retranca argumental: una compañía de teatro romano del siglo I anuncia que va a representar «La verdadera historia jamás contada de Ben-Hur». A partir de ahí, con la risa como hilo de conductor, en vez de con la presencia agotadora de Charlton Heston, narrarán las peripecias y desventuras de este personaje. Aquí el 3D, la monumentalidad, no provienen de una escenografía arrolladora (aunque solo el teatro de Mérida debería ser suficiente), sino de los gags, de los diálogos esquivos, la mordacidad, la ironía y esa clase de sutilezas que, en ocasiones, parecen que comienzan a perderse.