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Un «Mesías» comedido

larazon

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«El Mesías», de Haendel. : Kim-Lillian Strebel, Catherine Hopper, Agustín Prunell-Friend, Bozidar Smiljanic, Daniel Oyarzabal. Miguel Ángel Gómez-Martínez. Orquesta y Coro de la RTVE. Auditorio-Teatro de San Lorenzo de El Escorial. 15 -XII- 2017.
Llegó la Navidad a las salas de conciertos y la RTVE la celebró en su nueva sede temporal –ya veremos por cuánto tiempo– de San Lorenzo de El Escorial con un lleno hasta la bandera. Sin duda, esta temporalidad va a venirle muy bien al estupendo pero infrautilizado auditorio, creando un público que luego sería pecado no mantener. Por necesidades de una posterior retransmisión por televisión hubo de ofrecerse una interpretación íntegra de la partitura de Haendel con sus tres horas de duración divididas en tres partes con dos breves descansos. Con frecuencia se aligera hasta los 140 minutos. El concepto interpretativo de estas obras barrocas ha cambiado muchísimo y hoy estamos acostumbrados a escucharlas con conjuntos especializados e instrumentos de época. Cierto es que en alguna rara ocasión se recurre a lecturas románticas con grandes plantillas, pero en estos casos se contratan solistas de primera fila, con voces capaces de elevarse por encima de las orquestas. La RTVE no es un conjunto especializado en el barroco y los solistas elegidos no pasaron de la discreción. El mejor, el bajo Bozidar Smiljanic, y la más floja, la mezzo Catherine Hopper, precisamente quien posee la página más bella de toda la obra –«He was despised and rejected»– en la que resultó poco audible en caudal y sin los graves necesarios, con lo que en vez de disfrutar de la extraordinaria aria, casi estábamos deseando que terminase. El tenor Agustín Prunell-Friend y la soprano Kim-Lillian Strebel plasmaron interpretaciones simplemente dignas. Pero el problema de carecer de solistas con entidad obligó a Gómez-Martínez a dirigir a medio gas, con un volumen orquestal contenido a base de permanentemente realizar gestos con los brazos de «más piano, más piano» y, en consecuencia, se hizo imposible el contraste dinámico que hubiera aligerado la versión íntegra. Bien es verdad aquello de que «no hay mal que por bien no venga», y este comedimiento tuvo la ventaja de evitar que el coro gritase, algo que lamentablemente está sucediendo cada vez más en teatros y auditorios a causa de los excesos de volumen orquestal que plantean los directores. Ni que decir tiene que lo más ovacionado fue el célebre «Aleluya» que cierra la segunda parte del oratorio.