Una atrevida "Lolita"para tiempos del Metoo
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Seguramente la culpa de todo la tenga Rousseau, sea lo que sea. No ya del cuantioso derroche de lágrimas de cocodrilo literarias que sobrevino a las «Confesiones», sino, especialmente, de un par de malentendidos gravosos.
Seguramente la culpa de todo la tenga Rousseau, sea lo que sea. No ya del cuantioso derroche de lágrimas de cocodrilo literarias que sobrevino a las «Confesiones», sino, especialmente, de un par de malentendidos gravosos: uno, que el hombre es bueno por naturaleza y en naturaleza, es decir, la teoría de «buen salvaje»; dos, que el niño es como el «buen salvaje», un ser intrínsecamente puro solo contaminado a posteriori, fuera de su estado natural. De esa confusión (sumada a la mala lectura de Rousseau) tan extendida de negar al niño (¡y ya incluso al adolescente!) toda intención, maldad o concupiscencia, llegamos por vía directa a cosas tan curiosas como pedir la cabeza de Balthus. Llamar «viejo verde» o incluso pedófilo al señor cuyos cuadros penden estos días en el Museo Thyssen solo se sostiene aislando la rica sexualidad –a la vez pura, confusa y perversa– de las muchachas y los muchachos en flor, haciendo que el fenómeno solo esté en la mirada del artista y en la nuestra, que lo miramos. Un malentendido tan grosero pesa sobre «Lolita», de Vladimir Nabokov, una obra que, con un breve interregno de sensatez, ha pasado de la calumnia de los puritanos a las lecturas aviesas del feminismo más cerril. La genialidad de Nabokov, mal que nos pese, se encuentra en la lucha de perversiones compartidas y malsana inocencia, ambos intercambiables, entre Humbert Humbert y Lolita, no en el simple sometimiento de una al otro. Porque los dos, con importantes pero no esenciales diferencias de edad, están hechos del mismo barro: este ungüento de metales nobles y escoria llamado hombre. ¡Claro que vaya usted a explicarlo en aquellos años 50 en que Nabokov tuvo que recurrir a una editorial pornográfica o incluso en los 70, en que el musical millonario que pretendía trasladar a Broadway la historia de Lolita se estrelló contra el escándalo! Fue el libretista Alan Jay Lerner, envalentonado tras años de montajes ininterrumpidos y siempre con lleno total de «My Fair Laidy», quien concibió la idea un tanto loca a pesar del aperturismo sexual de narrar una historia tan ambigüa en un género y formato tenido por frívolo. Siguiendo la costumbre, «Lolita, My Love» se lanzó primero como prueba «en provincias» para llegar entre loores a Broadway. Pero fracasó estrepitosamente en Filadelfia y, después de despedir y renovar a todo el elenco, volvió a fracasar estrepitosamente en Boston. Nunca llegaron a pisar las tablas de Nueva York. Tampoco tuvo mayor éxito el gran Edward Albee con un montaje, éste simplemente teatral, de la novela de Nabokov en los 80. Ahora, casi 50 años después de la intentona fracasada de Lerner, la Compañía de Teatro de Nueva York se atreve con «Lolita, My Love», que se estrenará este sábado con motivo del centenario del nacimiento de Lerner para que el público, señala la compañía, «decida sobre este atrevido musical».