Una mirada entre la crónica y la literatura
Con la muerte de Juan Goytisolo desaparece uno de los últimos referentes de la generación literaria de 1950; aquel grupo, integrado por poetas y narradores de la talla de Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, José Manuel Caballero Bonald, Juan García Hortelano, Carmen Martín Gaite, Rafael Sánchez Ferlosio, Ángel González o, entre otros escritores, los hermanos del ahora fallecido, Luis y José Agustín, pretendió con éxito forzar los límites del realismo crítico, adentrándose en la senda del testimonialismo civil, la indagación lingüística, una reivindicativa conciencia social, el valor de la experiencia cotidiana y la oposición antifranquista. Sería precisamente Juan Goytisolo quien, tempranamente y como pocos, retrataría el perfil de esos «hijos» de la Guerra Civil española en una novela como «Duelo en el Paraíso» (1955), mientras que con «Juegos de manos» (1954) mostraba el estigma generacional de aquellos «señoritos de nacimiento» encarados a su contradictoria integración social. Pero será en la década siguiente cuando publica su acaso más emblemática novela: «Señas de identidad», una historia autorreferencial, escrita en la época de su relación con la escritora Monique Lange; son los años de su liberadora estancia en Francia y la adquisición de una combatividad política a favor de la descolonización de Argelia. En esta obra se relativiza la heroicidad del exilio, se reflejan las luces y sombras de la clandestinidad, incluyendo los factores sentimentales de la lucha ciudadana. Su álter ego, Álvaro Mendiola, ofrece aquí la silueta perfecta del intelectual comprometido, autocrítico, heterodoxo y transgresor que fue siempre Goytisolo. «Reivindicación del conde don Julián» (1970) y «Juan sin Tierra» (1975) vendrán a completar esta trilogía profundamente crítica con el anquilosante tradicionalismo nacional y el anticuado costumbrismo patrio. Con el tiempo, su narrativa irá evolucionando hacia la variedad expresiva de temas y registros, como lo prueba la miscelánia de etnias y culturas que se ofrece en «Paisaje después de la batalla» (1982) o la visionaria figuración cómico-erótica de «Carajicomedia» (2000).
En un perpetuo acoso a la inmediatez de la realidad, destaca su dedicación al periodismo crítico, que se revelaría ya en los reportajes novelados «Campos de Níjar» (1960) y «La Chanca» (1962), impresionante testimonio de una mísera y olvidada España meridional; tal y como haría años después, recorriendo centroeuropeos escenarios bélicos, la guerra de los Balcanes en las sobrecogedoras páginas de «Cuaderno de Sarajevo» (1993), imágenes de un horror apocalíptico, exponente de la pura depredación humana. Estos textos muestran la aguda mirada del cronista implicado en unos trágicos hechos que le conmueven e indignan. Bosnia, Palestina o Chechenia serían protagonistas de su afilado reporterismo de ácida y convulsa objetividad. Otra reconocida faceta de la identidad intelectual de Goytisolo radica en su interés hacia la cultura musulmana, que le llevaría, afincándose en el Magreb, a conocer su lengua e historia literaria, profundizando en los valores de la narratividad oral y la expresividad metafórica, estudiando en profundidad el sustrato hispanoárabe de la literatura áurea española e identificándose con el humanismo de una ancestral sociedad preindustrial. Buena muestra de esta mantenida obsesión es una novela simbólica y lírica como «Makbara» (1980) o los ensayos recogidos en «Crónicas sarracinas» (1982), donde desmonta los más tópicos y prejuicios que la mentalidad occidental ha generado sobre la cultura islámica; sin olvidar el eficaz recuento temático de «De la Ceca a la Meca.
Aproximaciones al mundo islámico» (1997) o los guiones de la serie televisiva «Alquibla», un retrato divulgativo, ameno y riguroso del mundo musulmán.
Su vertiente como ensayista aparecía ya con singular eficacia en «Problemas de la novela» (1959), un estudio donde diagnostica el agotamiento del realismo descriptivo y costumbrista, postulando la necesidad de una escritura de claros contenidos sociales y renovadoras
perspectivas estilísticas. Pero la obra en la que mejor sintetiza su admiración hacia la cultura disidente, su disconformidad con todo pensamiento único, es «El furgón de cola» (1967), donde se plantea la función analítica y escrutadora del intelectual, como conciencia crítica de notorios desajustes sociales. Repasando la obra y personalidad de autores como el padre Bartolomé de Las Casas, Mariano José de Larra o Luis Cernuda, traza la acertada figuración del escritor inmerso en un cierto desarraigo literario y una no menor alienación colectiva. Y los «Ensayos sobre José Ángel Valente» (2009) vendrían a probar su impecable formación filológica. De Juan Goytisolo nos quedará siempre su ceñuda mirada ante todo intolerante prejuicio, el rigor de su acerada prosa crítica, su compromiso en favor de la convivencia intercultural, el valor del cronista que nos mostró el horror de la violencia étnica europea, sus creativos estudios sobre la literatura clásica española, su conciencia del imparable progreso histórico, y un particular tono irónico, un punto entrañable, humanista y transgresor. Ética y estética, vida y literatura condensadas en una irrepetible aventura intelectual.