Crítica de cine

Una ópera bufa, un esperpento rural musical

Restauran para su estreno en salas este viernes «¡Bruja, más que bruja!», la película más «libérrima y loca» de Fernando Fernán-Gómez, en la que brilla la interpretación de Emma Cohen.

Mary Santpere, que interpreta a la Tía Larga, es decir, a la bruja de esta zarzuela rural y surrealista
Mary Santpere, que interpreta a la Tía Larga, es decir, a la bruja de esta zarzuela rural y surrealistalarazon

Restauran para su estreno en salas este viernes «¡Bruja, más que bruja!», la película más «libérrima y loca» de Fernando Fernán-Gómez, en la que brilla la interpretación de Emma Cohen.Mary Santpere, que interpreta a la Tía Larga, es decir, a la bruja de esta zarzuela rural y surrealista

El salón de actos de la Academia de Cine anhelaba la presencia de Emma Cohen pero los que allí se reunieron ayer celebraron su memoria. Muchos se enteraron de su fallecimiento la noche anterior, cuando incluso pensaban que acudiría a presentar la nueva oportunidad que el tiempo le ha dado a «¡Bruja, más que bruja!», película que protagonizó en 1976. Al conocer la noticia, como pidió el director José Luis García Sánchez, los presentes vieron la película tomando los ojos prestados de ese «ser humano especial». El acto se convirtió en un homenaje a «Emma, más que Emma», según el director, y aunque prometieron espantar la melancolía, no se pudieron contener las lágrimas.

Cohen falleció el lunes víctima de un cáncer a los 69 años en su domicilio de Madrid. Su nieta, Helena de Llanos, asistió al acto para ver la película, en copia restaurada para volver a proyectarse en cines, y celebrar su mensaje: «Disfruten de los goces de la vida». «He tenido la oportunidad de estar mucho tiempo al lado de una de las personas que más a fondo ha disfrutado de la vida. No estoy de acuerdo con eso que dicen de que se la ha llevado ‘‘una larga enfermedad’’, porque lo suyo ha sido la vida misma cada día», señaló antes de la proyección de esta «burla transgresora», que se iniciaba con un satírico cartel de advertencia al modo sanitario: «Recomendamos al respetable público que no es intención de los poetas creadores de la película recomendar que imiten el comportamiento de los protagonistas», anunciaban trastocando el mensaje de algunas obras de teatro moralistas de los años anteriores. «¡Bruja, más que bruja!» se estrenó en 1976, un tiempo en transición de la historia de España, y fue, probablemente, una de las «obras más libérrimas de Fernando Fernán-Gómez como director», en palabras del productor del filme, Juan José Daza. Y es que la historia, planteada como una ópera bufa en un pueblo perdido de la España profunda, pasó sin peni ni gloria por la taquilla de la época. El filme, que arranca con paisanos que beben anís y le piden a San Antonio, enseguida se convierte en un musical, en una zarzuela esperpéntica de enredo amoroso con personajes que serían el sueño de cualquier actor. El reparto, integrado por Fernán-Gómez, Cohen, Francisco Algora, Mary Santpere, Estela Delgado y José Luis Lifante, interpreta en «off» canciones grabadas con letras satíricas para contar la historia de un «amo» rural, Justino «El rubiales» (Fernán-Gómez), que obliga a casarse con él a la bella Mariana (Cohen), que es la novia de su propio sobrino Juan (Paco Algora) mientras éste está en la mili. A su regreso, la convivencia se hace imposible y aparecen como un coro dos nuevos polos cómicos de esta historia: Rufa (Estela Delgado) es la criada, una mujer agorera y sentenciosa que se escandaliza con cualquier sombra del pecado, y la Tía Larga (Mary Santpere), la bruja a la que todos en el pueblo acuden cuando la fe en los santos flaquea. Ambas tienen algunas de las mejores frases de un guión disparatado que pasa de la grandilocuencia de los números musicales a las frases lapidarias más terrenales.

«Mujer brillante»

Mariana, el personaje de Cohen, es el oscuro objeto de deseo de la historia. «Ella es el alma de la película. Hay que verla a través de su ojos y por eso ayer estuve a punto de llamarla para que viniese a la proyección del metraje restaurado, pero al final no lo hice», dijo García Sánchez, quien para describir la situación añadió: «El cine español está lleno de misterios». Su personaje padece las mayores zafiedades y groserías y al mismo tiempo urde los planes más inmorales. José Luis Lifante, amigo y compañero de reparto en el filme, explicó que conoció a Cohen hace mucho tiempo, «cuando ambos veníamos de dos mundos diferentes –ella era de buena familia y estudiaba en el colegio americano– pero teníamos un objetivo común: cambiar el teatro». «Fue una persona un poco anárquica, es verdad, pero también una mujer brillante que te atraía con un gancho especial. Era muy muy persuasiva, no sólo por tener un físico increíble, sino por sus ojos y su mirada. Cuando dejó a Fernando Fernán-Gómez se quedó noqueado y le ví así mucho tiempo hasta que volvieron a estar juntos. Pero a pesar de su magnetismo, todo lo que consiguió en el mundo fue un triunfo personal y como actriz», iba diciendo Lifante hasta que no pudo contener las lágrimas. «Fue la musa de la progresía ‘‘underground’’ de Barcelona. Estuvo en mayo del 68 en París, pero pertenecía a una familia burguesa. Se reinventó muchas veces», recordó Fernando Lara. «Estábamos en Bocaccio y de repente se hacía un profundo silencio y descubrías que entraba ella en el local», dijo García Sánchez, que abundó en el hondo trauma que dejó en Fernán-Gómez, su pareja durante años, cuando Cohen, un día, se marchó. «Le tuvimos que prohijar varios. Quiero decir, acompañarle en la bebida. Una noche le comenté que ahora que estaba deprimido podía hacer una película para cerrar la trilogía de ‘‘La vida por delante’’ y ‘‘La vida alrededor’’, y poco después le dejé bien mamado en su casa. A los cinco minutos, me llamó y me dijo: Ya tengo el título, ‘‘Adiós a la vida’’. Emma le dejó destrozado y él le escribió 35 folios de declaración de amor en una carta», recordó García Sánchez. Tiempo después, cuando la pareja ya había vuelto a serlo, Fernán-Gómez se preguntaba: «Si los americanos pueden hacer películas en las que un personaje, de repente, se pone a cantar ¿por qué no nosotros? ¿por qué no yo?», y se le ocurrió la idea loca de «¡Bruja, más que bruja!», cuyo guión llevó a varios productores sin éxito.

La idea de Fernando

Quien sí se atrevió fue Juan José Daza, que era distribuidor de cine extranjero por salas provinciales y compensaba con ese dinero las eventuales (o seguras, según creía) pérdidas de una historia «libérrima, que no fue entendida por la audiencia». Costó 13 millones de pesetas, se rodó durante un mes en un irreconocible Algete (Madrid), y sólo hubo discusiones por la escena final, en la que una orquesta interpreta durante unos segundos la pieza final del musical. «Se llevaba el 20 por ciento del presupuesto, dos millones, y yo le dije a Fernando que no tenía sentido, pero él creía que era el broche perfecto», dijo entre risas Daza. «El público recibió mal la cinta, probablemente porque en el 76 no estábamos para músicas en España –opinó Daza–. La crítica fue tibia y como en algunos pueblos importantes sí que hizo taquilla, al final nos quedamos los servido por lo comido». Para García Sánchez, la historia era «un invento espléndido y maravilloso que sonaba mejor cuando él explicaba la idea en casa que luego al llevarla a cabo. Pero eso es normal, porque siempre era mejor lo que Fernando contaba. Y al respecto de las críticas, las peores eran las que él mismo se hacía». En el argumento hay maldad por todas partes, brutalidad y superstición. Esta parodia de una zarzuela rural no tuvo problemas de censura, que todavía estaba vigente, «quizá por llevar el sello de Fernán-Gómez. El único inconveniente era el desnudo de Cohen, pero como todo está en tono tan cómico, lo pasó sin problemas». De lo que los censores no se percataron o no se quisieron enterar es de la denuncia descarnada de una sociedad embrutecida y machista agarrada a un terruño estéril. «Me voy a la ciudad, que allí hay vivienda protegida y seguridad social» y, como recordó Lifante, «no he entendido nada de lo que han dicho, pero les tengo que juzgar», son algunas de las líneas de guión que mejor encierran la tragedia de esta amarga comedia tan loca como verdadera.