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Unamuno en la Memoria Histórica

larazon

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Desde la Transición, ese vasco universal que fue Miguel de Unamuno ha sido relegado al ostracismo y hecho desaparecer de la memoria colectiva. Es lógico, porque hoy no es políticamente correcto que hablara del «reducido eco del vascuence, por lo que resulta patente la inutilidad o inconveniencia de su estudio en general por los niños navarros», que afirmara que «entre nosotros, los vascos y los castellanos, hay una hermandad mucho mayor de la que se figuran unos y otros» y que proclamase: «nada quiero decir ahora de las candorosas fantasmagorías de aquellos de mis paisanos que se meten a fraguar nuestra historia con tanto entusiasmo y sentimentalidad como falta de sentido crítico, que nunca, por desgracia, ha abundado en mi país, donde el prejuicio es soberano, intolerante y terco». Ahora, como por arte de magia, Alejandro Amenábar lo ha desenterrado porque en él ha encontrado un buen filón para ese adoctrinamiento al que, como lluvia fina, estamos sometidos, con el que tratan de reescribir la historia de la guerra civil y caricaturizar y descalificar a los que la ganaron. Unamuno tuvo una vida agitada, era impetuoso y rebelde, y sentía un gran amor a España. Para Fernández de la Mora más que un «pensador» era un «sentidor» y Pérez de Ayala decía que «inscribir a Unamuno en unas líneas equivaldría a incluir un río en un frasco cuentagotas». Sí, era difícil de encasillar y no será fácil encontrar otro personaje que haya sido nombrado y destituido para un mismo cargo –rector de Salamanca–, por la Monarquía, la Dictadura de Primo de Rivera, la República y la Junta Militar de Burgos.
Republicano de primera hora, muy pronto desertó del régimen que había ayudado a alumbrar y desengañado de él dijo: «Me parece mal la quema de los conventos, la disolución de la Compañía de Jesús y la confiscación de los bienes a la Iglesia. Todas estas cosas son represalias, y este modo de producirse concluye siempre en hechos sangrientos». También afirmó que la Constitución de 1931 era «un Código de compromiso –fruto de intereses de partidos– henchido no ya de contradicciones íntimas, sino de ambigüedades hueras de verdadero contenido. Así se llega al camelo. Y eso es lo peor». Y, a la ley de Defensa de la República, esa que el nuevo régimen utilizó para imponer la arbitrariedad y el despotismo, la tildó de «aparato ortopédico». Por eso, como consideraba que la República había fracasado sin paliativos, se adhirió entusiásticamente al triunfo del alzamiento militar en Salamanca y en esos días de julio escribiría a Juan Ignacio Luca de Tena diciéndole que estaba «desolado... con tres hijos en Madrid», y que huía «de entrevistas –y más con extranjeros– pues me hacen decir lo que no digo, o le ponen borlitas». La versión que en «Mientras dure la guerra» nos da Amenábar del incidente con el general Millán Astray difiere de la que en dio uno de los intervinientes en ese acto, José María Pemán, en «Abc», en 1964, que es Ésta: «Maldonado y yo hicimos dos oraciones puramente universitarias de Hispanidad. Al acabar nosotros, sin que Millán, que estaba en el estrado como público, hubiera dicho ni pío, se levantó don Miguel: cosa que a nadie extrañó pues presidía y bien podía cerrar el acto». Fueron «pocos los minutos que habló» ... «el discurso fue objetante para varias cosas de las que andaban en curso aquellos días exaltados. Recuerdo que combatió el excesivo consumo de la palabra “Anti-España”; que dijo que no valía sólo “vencer”, sino que había que convencer. La frase sobre el catalán y el vasco sí es cierta, pero de ningún modo como réplica a nadie y menos a Millán, que no había hablado». «Cuando terminó y se sentó, se levantó, como movido por un resorte, el general Millán Astray... No fue un discurso. Fueron unos gritos arrebatados de contradicción a Unamuno. No hubo ese «muera a la inteligencia» que luego se ha dicho y que denuncia claramente su posterior elaboración culta» ... Lo que dijo fue: «Mueran los intelectuales» ... Hizo una pausa. Y como vio que varios profesores hacían gestos de protesta, añadió tranquilizador: «Los falsos intelectuales, traidores, señores».
Y tampoco casa el desprecio con el que en la película don Miguel se refiere a Franco con lo que le ponía en una carta al director de «Abc» de Sevilla veinte días antes de su muerte: «Un buen hombre, víctima y juguete de la jauría de hienas». Ni el trato que la película da al cambio de la tricolor por la bandera rojigualda con lo que Unamuno escribió en la revista «Ahora», en la que hablaba de que no acababa de acostumbrarse a la nueva bandera «con ese tercer color, impuro, mestizo». Pero, no importa. ¡Todo vale para revertir la Historia!

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