José María Marco

Unamuno, y el eterno dolor de España

Se cumplen 150 años del nacimiento de este autor que todavía sigue siendo polémico para la crítica

OTRO YO. Miguel de Unamuno, en 1925, tumbado en una de las camas que tenía en su domicilio de Salamanca, una ciudad unida, sin duda, a la obra y la personalidad del pensador y novelista español
OTRO YO. Miguel de Unamuno, en 1925, tumbado en una de las camas que tenía en su domicilio de Salamanca, una ciudad unida, sin duda, a la obra y la personalidad del pensador y novelista españollarazon

Como es bien conocido, Miguel de Unamuno, nacido en 1864, hace ahora 150 años, concretamente el día 29, pertenece a la llamada Generación del 98. La expresión, que Azorín le pidió prestada a Ortega años después, no es muy buena, pero tampoco muy mala. Relaciona a aquel grupo de escritores –en particular Azorín, Baroja, Maeztu, Valle-Inclán y Antonio Machado– con la crisis derivada de la pérdida de los territorios ultramarinos frente a EE UU. En realidad, el «desastre del 98» es el nombre español de una crisis que sacudió todo el mundo, en particular a Europa. Entonces se habló del «fin de siglo», lo que refleja bien la conciencia de que un tiempo había llegado a su término. En términos estéticos, las formas hasta ahí vigentes –realismo, clasicismo académico– parecieron de pronto caducadas. En términos políticos, el liberalismo, vigente en casi todos los países europeos, también pareció algo del pasado. Había que acabar, destruir, esa capa de podredumbre que eran los sistemas políticos liberales. Más allá, explotada, estaba la auténtica voz de los pueblos: la España real, viva, que debía acabar por fin con la España oficial (seguimos a la espera de que nuestros regeneracionistas de un siglo después inventen algo nuevo: no vendría mal que echaran una ojeada a Unamuno, a Maeztu y a Costa).

En la vida de Unamuno, la derrota del 98 coincidió con la pérdida de la fe. Educado en una familia católica, un buen día dejó de creer. También dejó de creer en el socialismo, después de unos años de cultivar la fe en lo que iba a ser una de las grandes religiones políticas del siglo XX. Unamuno fue de los que más radicalmente levantaron acta de la «falsificación» de España que había llevado a cabo la Monarquía constitucional basada en la Constitución de 1876. Lo hizo en los artículos que acabó publicando con el título de «En torno al casticismo» (1895). Pocas cosas quedaron por destruir después de aquel manual de demoliciones, aunque a la misión se incorporaron sus propios contemporáneos y muchos de los intelectuales, escritores y políticos de la siguiente generación, como Ortega y Azaña.

Sin embargo, la obra de demolición no era bastante para Unamuno. Efectivamente, vive dolorosamente la pérdida de la fe –en el liberalismo, el socialismo, el cristianismo– sin disimularse a sí mismo lo dramático de la nueva situación. Así que se lanza a describir la otra España que el derrumbamiento de la primera ha abierto. Cuando todavía no ha dejado de ser socialista, Unamuno empezará a cantar a esa España eternamente viva, fecunda y silenciosa que vive en un orden distinto. Lo llamó la «intrahistoria» por oposición a la ficticia historia oficial. Este tema, acoplado con el de la España real, está en el núcleo de algo que se está elaborando por esos mismos años en los países europeos, y que iba a dar lugar a la segunda gran religión política del pasado siglo: el nacionalismo. Unamuno, como otros contemporáneos, se extasiará ante el descubrimiento de esa España celestial que le permite salvarse de aquello que el «desastre» del 98, la crisis del liberalismo y la pérdida de la fe religiosa reflejan. En el fondo, está sobre todo la gran crisis del Yo, enfrentado a una pérdida radical de los valores. Unamuno ha perdido las referencias de su propia identidad. Todavía están muy lejos las formas de identidad a las que nosotros nos hemos acostumbrado: formas móviles, autorreflexivas, en cambio perpetuo. Pero también han quedado atrás las formas fijas de la identidad previa al fin de siglo. En esa crisis, la tabla de salvación será el nacionalismo, que proporciona seguridad. El nacionalismo responde a las ansiedades y los miedos, que se han desencadenado como si se hubiera abierto el infierno (se acababa de abrir, efectivamente). Unamuno puede ser interpretado desde el punto de vista de la invención del nacionalismo español. De haber encontrado una fórmula política satisfactoria tal vez habría estado en el origen ideológico de un partido nacionalista. Sin embargo, el nacionalismo español no cuajó, a diferencia del catalán, que responde a la misma ansiedad a la que intenta dar respuesta el nacionalismo en Europa. A este nacionalismo español se le llamó regeneracionismo. No dio pie a un auténtico movimiento político, pero quedó como uno de los grandes fantasmas no resueltos de nuestra historia contemporánea. Aún colea en la eterna búsqueda de la España ideal por parte de la izquierda, incluido el PSOE.

Una lengua radical

Hubo quien lo intentó. Ahí están Azaña y el grupo de la Institución Libre de Enseñanza, esforzados forjadores del nacionalismo español de izquierdas, fuertemente literario y con altas pretensiones históricas y espirituales. Por eso fue el más próximo a Unamuno, aunque tampoco podía satisfacerle. Unamuno era demasiado de su tiempo, y llevaba la crisis demasiado en el tuétano, como para dejarse comprometer por un movimiento político, ya fuera el de la España excluyente del nacionalismo republicano de Azaña, o el de la regeneración estética que proponían, con su recién descubierta España virgen, los herederos del krausismo. Lo propiamente unamuniano era otra cosa. España no era para él un pretexto político ni una ensoñación entre mística y «snob». España se había convertido en el auténtico rostro de Dios, pero no de un Dios compasivo, sino de un Dios trágico, desaparecido: asesinado por la indeferencia y el miedo. Aun así, Dios no morirá mientras haya alguien dispuesto a dar testimonio de su presencia, vivida siempre bajo el modo de la ausencia. Unamuno estará condenado a cumplir esa misión inconcebible. Esto lo sitúa en el linaje de los profetas del Antiguo Testamento, aquellos que daban testimonio de la presencia de Dios con su propio cuerpo. En Unamuno, la herramienta es la Palabra. Palabra sagrada, sometida a una tensión increíble, como sagrada y de una capacidad expresiva inimaginable es la lengua española. A partir de este abismo alucinante se convierte en una contradicción viviente. Su posición le obliga a contradecir a su público, en particular cuando se le da la razón. El momento más trágico llegará en1936, cuando Unamuno, que ha preconizado la Guerra Civil como el punto más alto del civismo, se adhiera a los sublevados para renegar de ellos poco antes de su muerte. La contrapartida de este delirio ególatra está en el español de Unamuno, el más (in)humano, el más intenso que se haya escrito nunca. Sólo Quevedo creó una lengua castellana de la misma hondura, la misma radicalidad.

El otro (y relajado) rostro de las letras

Tumbado sobre la cama y enfrascado en la lectura de un libro. En su mundo. Sin prisa, perfectamente trajeado pero en una actitud distendida sobre la cama. En la colcha, sus lentes y un par de libros más. Miguel de Unamuno posaba así para el objetivo de Cándido Resende en una imagen raramente vista y poco difundida que nos acerca a la intimidad de un escritor serio. La fotografía forma parte de la exposición «El rostro de las letras» que se puede ver en la sala de exposiciones de Alcalá 31 hasta el próximo 11 de enero de 2015. Comisariada por uno de los grandes expertos de la fotografía Público López Mondejar, se ofrecen imágenes de escritores como Vicente Blasco Ibáñez, recibido a principios del siglo XX en Buenos Aires, mirando a la cámara con gesto de satisfacción, una irreconocible Pardo Bazán, absolutamente teatral tanto en su indumentaria como en el escenario en el que está retratada, una tierna y dulce Rosalía de Castro en el entorno familiar, que esboza una sonrisa casi seráfica rodeada de los suyos que choca con la imagen tétrica de Ventura de la Vega.

Recuerdo más allá de las fronteras

- Fotos y flores en Bilbao

La ciudad natal del filósofo le rendirá homenaje el lunes con la tradicional ofrenda floral en la plaza de su nombre e inaugurará la exposición «Unamuno y la fotografía», con documentos sobre su personalidad y obra.

- Poesía y cuentos en Salamanca

Un recital de poesía con la famosa voz de Juanjo Cardenal («Saber y Ganar») es el centro de celebraciones en Salamanca. Además de un taller de adaptación de cuentos con la asociación salmantina Asprodes.

- Filósofo de gran pantalla

La película «Unamuno en Fuerteventura», de Miguel Menchón, contará el tiempo que el bilbaíno pasó exiliado en Canarias, durante 1924. En los próximos días comenzará el rodaje, que llegará en octubre a Salamanca.

- Su huella en París y Lisboa

La capital francesa homenajeará su figura celebrando el 150º aniversario del Colegio de España, que inauguró el filósofo. En Lisboa, también quieren tener un recuerdo con la celebración de un congreso sobre el pensador.

- La suerte del pensador

La ONCE emitió un cupón especial, dedicado a Unamuno que se sorteará el lunes. Los actos conmemorativos concluirán el 19 de diciembre en Bilbao con el documental «Enclaves de Unamuno» y un posterior coloquio.

Un apasionado documental

Felipe Hernández Cava colaboró con el director Rafael Alcázar en el guión del documental «Unamuno apasionado», que cuenta con dos versiones de 60 minutos y que se podrá ver el día 3 en la 2 de TVE dentro del programa «Imprescindibles». La de 90 minutos se proyectará el día 1 en la Casa del Lector y el 22 de octubre en la Cineteca del Matadero. «En este trabajo queríamos que fuera la voz de una mujer, la de la actriz Alicia Sánchez, la que apelara a Unamuno, señalando sus contradicciones y debilidades. Arranca con la historia de su enfrentamiento con Millán Astray. Luis Hostalot ha puesto voz a los poemas», explica Hernández Cava, quien añade que posee un punto más de originalidad que los documentales al uso «porque siempre he pensado que han de tener una tensión dramática e intensidad creciente en el desarrollo». Confiesa que «siempre me he identificado con Unamuno y sentido debilidad por él y por esa tercera España».