Nueva Zelanda

Nueva Zelanda, en la Tierra Media

El estreno de «El Hobbit, un viaje inesperado» ha puesto de moda los paisajes neozelandeses elegidos por Peter Jackson como escenario de las aventuras que salieron de la imaginación de Tolkien. El viaje queda grabado en los cinco sentidos

Las colinas tapizadas de césped de Matamata son el escenario elegido por Jackson para recrear «la comarca»
Las colinas tapizadas de césped de Matamata son el escenario elegido por Jackson para recrear «la comarca»larazon

Nueva Zelanda es denominada por los maoríes como «la tierra de la gran nube blanca» y, además de las antípodas de España, es el último territorio colonizado por la humanidad: hacia el año 1300 un grupo de polinesios llegaron a las dos islas que conforman hoy el país, huyendo de guerras tribales y el hambre. Hoy, esta nación de Oceanía es puntera por su sostenibilidad, su falta de corrupción (primer puesto en el índice de Transparencia Internacional), su agricultura ecológica, su cuidado a la naturaleza y su turismo, impulsado en gran parte por el cine.

En las dos islas principales (Isla Norte e Isla Sur) el viajero puede pasar de un clima subtropical con dunas y playas de fina arena al pie de bosques de árboles milenarios a praderas con suaves colinas moteadas de ovejas (31,1 millones censadas en junio de 2011). El recorrido hacia el sur muestra impresionantes montañas, glaciares y fiordos. Y todo ello con una naturaleza exuberante que permite contemplar con facilidad animales como keas (loros salvajes), focas, pingüinos, albatros, delfines o cachalotes.

La puerta de entrada al país es Auckland que, con 1.086 kilómetros cuadrados, es una de las ciudades con término municipal más grande del mundo. La urbe en sí no es destacable, aunque la vista desde el «pirulí» Sky Tower nos permite tener una primera impresión del paisaje, con vistas de más de 80 kilómetros en días claros. Los más valientes pueden evitar los ascensores y usar el rappel para bajar los 192 metros de altura en los que se encuentra el mirador. De hecho, los neozelandeses adoran los deportes de riesgo, con decenas de empresas en todo el país que permiten tirarse desde lo alto de puentes, hacer barranquismo y piragüismo en aguas bravas o descender montaña abajo dentro de una pelota gigante y transparente hecha de metacrilato.

Uno de los lugares más espirituales está situado en la punta más septentrional de la Isla Norte: allí, desde el acantilado se divisa el mar de Tasmania y el Océano Pacífico en lo que los maoríes llamaron cabo Reinga (del inframundo), ya que estaban convencidos que las almas de los fallecidos acudían para saltar al agua desde ese punto. Para llegar hasta allí, hay que recorrer la Playa de las 90 millas, de desoladora belleza.

La variedad de climas es uno de los aspectos más sorprendentes de Nueva Zelanda: el bosque subtropical de kauris es un buen ejemplo. Son gigantescos árboles de 1.500 años de antigüedad, con alturas que rozan los 50 metros. La excelencia de su madera provocó su práctica extinción. Hoy, un excelente museo en Matakohe recuerda su historia y relata los esfuerzos por mantener este endemismo.

Tierra de hobbits

El viaje prosigue dirección sur, hacia Matamata, donde Peter Jackson ha situado la famosa Comarca en la que viven los hobbits creados por Tolkien. Apenas a 70 kilómetros de allí se encuentra Rotorua, centro termal –enseguida se huelen sus aguas sulfurosas– y núcleo en la actualidad de la cultura maorí. Por ello es un paraíso de los aficionados a los tatuajes tribales.

El viaje hasta Wellington, donde cogemos el transbordador hacia la Isla Sur, permite admirar un paisaje cargado de viñedos y bodegas en las que se embotellan los cada vez más prestigiosos caldos neozelandeses.

Tras cruzar el estrecho de Cook, que separa ambas islas, el paisaje cambia, con un descenso de temperaturas. Los Alpes Neozelandeses, presencia constante en las películas de Peter Jackson, se divisan prácticamente desde cualquier punto, destacando la inmensa silueta del monte Cook (3.754 metros). Los aficionados a los deportes de invierno están de enhorabuena, con decenas de resorts en Queenstown y Wanaka. En las faldas de la cordillera se encuentran dos impresionantes glaciares que merece la pena visitar y que pueden contemplarse a vista de helicóptero. Y, como colofón al viaje, un crucero de un día por el fiordo Milford, con paredes verticales tapizadas de verde y un silencio sobrecogedor por la noche que permite admirar la Cruz del Sur en el cielo.