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Victoria Camps: «La actitud del sabio es la actitud de la duda»

En su libro «El elogio de la duda», enfatiza la necesidad de reflexionar
larazon

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En su libro «El elogio de la duda», enfatiza la necesidad de reflexionar
Impresiona hablar con Victoria Camps. Su educación, su amabilidad y su sabiduría en el discurso sereno y preciso. Dan ganas de preguntarle por la vida entera, sólo para escuchar ese punto de vista a la distancia justa de las cosas. Hablamos de la duda. El motor de la vida. Ella la alaba en su último y extraordinariao libro, titulado precisamente «El elogio de la duda» (Arpa editores). Un ensayo imprescindible para estos tiempos veloces en los que la reflexión es un lujo que tantos no consiguen permitirse. La duda es, decía, el motor de la vida, pero también puede paralizar, y ahí está el ejemplo del Asno de Buridán que, por ser incapaz de elegir entre los dos montones de heno que tenía delante de cuál comer primero, murió de hambre. «Creo que la propia dinámica vital ayuda a superar esa parálisis –me explica Camps–. Es decir, la duda es un buen ejercicio para tomar decisiones más sensatas, más razonables, más convenientes para todos; pero, finalmente, la vida nos lleva a tener que tomar decisiones y, por lo tanto, la parálisis nunca será total si no tenemos una complexión un poco enfermiza».
En todo caso, sin dudas y equivocaciones es imposible llegar al conocimiento. O al menos eso creo yo. «El conocimiento es una proeza a través del ensayo y del error –puntualiza la autora–. Incluso los científicos lo han expresado siempre así. No somos omniscientes, somos muy limitados en cuanto a lo que podemos llegar a conocer. Y, por lo tanto, no tenemos más remedio que ser conscientes de que conocemos las cosas a medias, nos equivocamos con frecuencia y es preciso rectificar, evaluar lo que pensamos que conocemos, contrastarlo y corregirlo si nos hemos equivocado. Es la única forma de avanzar en el conocimiento». Camps cuenta de una manera rotunda pero sencilla. Es fácil seguir sus razonamientos tanto en la conversación como en este libro sobre la duda, extensamente documentado, al igual que todos los suyos, a partir de las referencias constantes a diversos filósofos o poetas de cabecera. A través de ellos y de sus propios pensamientos, dibuja el camino de la duda, que se percibe como un rasgo de inteligencia. «Estoy convencida de que lo es. Los filósofos son personas que han puesto su vida al servicio del intelecto y del pensamiento y han dudado mucho. Como dice Bertrand Russell y yo repito en el libro, “la buena filosofía es un ejercicio de duda y de escepticismo”».
Pero no todo el mundo duda. Es más, muchas personas, que incluso ocupan puestos de responsabilidad, se permiten no dudar... «Yo diría que los tiempos actuales no conducen a actitudes dubitativas. –dice Camps–. Son demasiado acelerados. Las sociedades son poco homogéneas y necesitamos unas ciertas seguridades. Y lo que tendemos a agradecer son las seguridades y las convicciones firmes. Por lo tanto, no es tiempo de dudas, es un tiempo en el que es más fácil vender la seguridad que la duda». Supongo que de esa manera, vendiendo las certezas que no existen, la gente cuestiona menos las cosas y se siente más satisfecha; porque la duda excesiva conduce a la pura insatisfacción, y tal vez a la infelicidad. «A una cierta insatisfacción sí que avoca. Yo no diría infelicidad, aunque es verdad que las dos cosas van paralelas. El insatisfecho duda más, pero creo que una actitud insatisfecha es más lúcida que una complaciente. Es la única que puede llevar a avanzar y a progresar en el sentido más pleno de la palabra», me contesta.
Tal vez es difícil dudar de las cosas cuando nos hemos acostumbrado a que sean de una manera determinada. «La costumbre no tiene por qué seguirse al pie de la letra. También hay que ponerla en cuestión. Lo cual no quiere decir que no haga falta apoyarse en una serie de costumbres y que haya que proyectar en costumbres aquellos hábitos que hemos llegado a la conclusión de que son los más adecuados para convivir. Por ejemplo, acostumbrarnos al respeto mutuo es un buen hábito, pero hay otras costumbres que son criticables». Entre ellas, se me ocurre, la de aceptar los discursos vacuos de los ignorantes, que casi siempre se muestran completamente seguros, frente a los inteligentes, llenos de dudas. «El partir de certidumbres siempre no puede ser más que una posición de ignorancia, porque no tiene en cuenta la finitud humana, las limitaciones, los fallos del conocimiento, que son muchos. Por lo tanto, la actitud del sabio es la actitud de la duda y la actitud de la certeza es más propia del ignorante».
Es bueno ayudarse a dudar de la mano de los filósofos, siempre dedicados a pensar y, por lo tanto, a dudar; pero no todos dudan igual. «Yo creo que el filósofo que nos ha enseñado más a dudar es Montaigne. Todos han dudado a su manera, podría decirse, pero con finalidades distintas. Montaigne se mantiene en la duda. Toda su filosofía es un ejercicio de la duda. Y además lo aplasta en una forma, en un género de escritura que es el ensayo, que en sí mismo es un ir probando cosas, y por lo tanto es coherente con lo que quiere transmitir», explica Camps. Probar, ensayar, escuchar al otro antes de decidir. Dudar. Es una buena recomendación, aunque no parezca estar muy de moda en nuestros días. Nuestros políticos, sin ir más lejos, parecen incapaces de dudar. «Yo no diría que nadie es incapaz de hacer algo. Lo que no demuestran es que crean que la duda sea una buena práctica. Y no lo hacen porque piensan que su misión es dar seguridades y que eso les va a hacer más creíbles, lo cual desde mi punto de vista no es cierto. Yo creo que el plantearse dudas, el confesar que algo no se tiene muy claro, el dialogar con otros y mostrar lo que hay que dialogar para llegar a tomar una decisión da más credibilidad a la persona y a lo que dice, que el vivir a golpe de eslogan, de dogmas, de frases simplificadoras sobre cosas muy complejas», concluye.