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Virgilio Fernández del Real (ex brigadista): “La Guerra Civil no tiene cura”

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Combatió por la República hace 80 años y terminó exiliado en Guanajuato, México, desde donde hoy recuerda, a sus 100 años, las batallas, "lo más duro", define un hombre que estuvo en los combates más significativos de la contienda: Madrid, Brunete, Guadalajara, en el Ebro, Belchite, Barcelona...
Virgilio Fernández del Real (1918) sopla ya los cien años “y unos meses”, añade. Una edad que, sin embargo, no es impedimento para que el ex brigadista siga fiel a su lucha de defensa de la República, “la tercera: democrática, federativa y humana”, puntualiza. A principios de marzo del 39, “el 9 o el 10, los recuerdos son vagos” –dice mientras repasa la contienda desde el día uno–, cruzaba los Pirineos huyendo de un régimen franquista que ya había entrado en Barcelona y que estaba cerca de hacer lo propio en Madrid. Fue entonces cuando este hombre, nacido en Larache (Marruecos), se prometió no abandonar sus principios.
Hubiera sido muy fácil hoy olvidarse del pasado y dedicarse a vivir, pero cada entrevista que se le pide la acepta. Sea como sea, por vídeo (YouTube), por correo electrónico o por WhatsApp. “Mándeme las preguntas y se las contestamos cuando podamos”, responde su mujer, Estela, cómplice del mensaje de Virgilio desde Guanajuato (México). La centena pesa, aunque no lo suficiente como para que el ex combatiente responda. Tras una semana difícil, “ha estado muy malito”, reúne las fuerzas necesarias para ponerse delante de la cámara y responder a cada pregunta.
Así comienza Fernández del Real a relatar sus recuerdos de la Guerra Civil, que “fue más que una guerra civil, fue el principio de la II Guerra Mundial”. El primer pensamiento, “cuando oí que se había levantado un general llamado Franco”. Después, su primera experiencia en vivo del estallido. Fue en el hospital de la Princesa (Madrid), en el que trabajaba: “Acababan de traer una camilla con un oficial herido y había cuatro milicianos que querían matarlo a tiros ahí mismo. Yo dije que había llegado al hospital y que nuestra obligación era curarlo y ponerlo a disposición de las autoridades para que lo juzgaran. Tenía derechos, aunque seguramente lo querrían fusilar”, relata. “Para terminar de convencerlos, saqué de mi bolsillo mi credencial, un cartón con mi nombre y sin fotografía, en el que decía que pertenecía las Juventudes Comunistas de España. Se conoce que los impresioné y se fueron. Visto a posteriori es una chiquillada de mi parte... era un niño”.
Era julio del 36 y Virgilio tenía 17 años. Acababa de comenzar la guerra en España y las “fake news” ya se hacían eco por entonces. “Cuando salí del trabajo ese día, una de las cosas que me dijeron en la calle es que habían visto a curas y monjas repartiendo caramelos envenenados y que los hospitales estaban llenos de niños contagiados. Dije que no, que trabajaba en La Princesa, sin sueldo, pero tomando experiencia, y que no había llegado ningún niño ene se estado. Era un bulo y no se debía difundir porque no era cierto”.
Pocos días después, aquel chaval vio un anuncio que le llamó la atención: pedían voluntarios para ir al frente como practicantes, “y yo lo era”, recuerda. Así que Fernández del Real terminó en el Frente de Somosierra, adonde acudió con otro compañero, “Jordi, un alicantino de Elche” y donde permanecería entre septiembre y octubre de 1936. Allí se encontraron con una pequeña unidad “con enfermeros, médicos, camilleros y teníamos un puesto de socorro”. Lo suficientemente cerca del frente para ayudar, pero “lo bastante lejos como para no oír los los tiros”.
Pero Virgilio no se conformaba con ayudar en la retaguardia, así que decidió dar un paso adelante: “Por locura dejé mi grado y me fui como soldado. Pronto me tocó estar en un ataque a un cerro en el que todo pasó bien. No sé cuántos tiros pegué, pero bastantes porque me dolía el hombro del mosquetón, que tenía un retroceso muy fuerte”. Sentía todo el miedo del mundo, pero era su lucha. “Porque el que no lo tiene está loco. Hay que aguantarlo y ahí está el valor. Yo también tenía miedo, pero no para salir corriendo, sino para preocuparse de las bombas y de los obuses...”.
De esta forma se incrustó el combatiente “con la primera Brigada Internacional que entraba en el Frente de Madrid”, explica, “la polaca Dabrowski [o Dombrowski]”. Luego, ya como miembro de las unidades internacionales, pisaría las grandes batallas de la guerra, “lo más duro”: “Guadalajara, Brunete, Ebro, Belchite...”, enumera un Virgilio que recuerda su camino hacia Cataluña. Hasta llegar al Penedés, primero, y al hospital San Pablo de Barcelona, después, “de donde me fui cuando entraron las tropas de Franco”. Momento en el que se unió a la retirada de las tropas internacionales en la marcha hacia Francia.
En el campo de concentración de Saint Cryprien, en un episodio que daría para un libro, se enteraría de que su madre le estaba buscando y con la que finalmente terminaría dando en Evreux (Normandía). Ya en noviembre, con la Segunda Guerra Mundial comenzada, los Fernández del Real tomarían un barco, el “Washington”, rumbo a Nueva York –a Ellis Island– para comenzar una nueva vida lejos del régimen que comenzaba en España. “Cuando mi hermano fue a comprar los billetes solo quedaban boletos de 2ª clase, existían tres, así que cogió esos”, cuenta. Tras “una semana o diez días”, Virgilio y los suyos se subían a otro barco con paradas en La Habana, Yucatán y Veracruz (México), “ahí me esperaba una hermana, que era la que había conseguido el dinero prestado para que pudiéramos viajar”. Y en México que se quedó este ex brigadista hasta hoy, desde donde sigue la actualidad de España, país al que regresó en el 75 para encontrarse con “un lugar pobre. Ganaban muy poco dinero y todo estaba regalado para los que íbamos con dólares”.
Son habituales los mensajes, vía whatsapp, en los que Estela da altavoz a los pensamientos del de Larache: “Usted tiene de socialista lo que yo de obispo, retírese de la política, no se llame Socialista que ensucia la idea de lo que es Socialismo”, comentó de Sánchez tras el apoyo a un Guaidó con el que no simpatiza. “Pido a las bases socialistas que abandonen el partido hasta que tengan una dirección realmente socialista”, proseguía.
Pero en la entrevista que concede a LA RAZÓN, Virgilio habla de todo lo que le permite el peso de sus cien años, hasta que se agota. Desde su postura republicana, no considera superadas las diferencias de la guerra: “Por una parte, están los recalcitrantes falangistas y requetés; por otra, algunos que porque poseen propiedades tienen miedo a perderlas; y por otra, están los que han estudiado en las escuelas Franquistas tantos años que no tienen la verdadera historia de España. Yo he discutido con algunas gentes que se empeñan en decir que los crímenes de guerra se hicieron en los dos bandos”, afirma. “No niego que en la parte Republicana hubiera algunos crímenes por cosas familiares, pero podemos justificar que el gobierno nunca atacó y persiguió a la oposición –continúa–. En cambio, las fuerzas de Franco, como táctica militar, sembraron el terror y la policía política cometió muchas injusticias”.
Aun así, Virgilio intenta limar asperezas desde la distancia. No quiere una España dividida, de nuevo, en dos: “Hay que hacer entender que es un país pluricultural, plurinacional y plurilingüistico. No tenemos que ser enemigos por hablar diferentes lenguas, pero lo que hace falta es un gobierno verdaderamente democrático y una mejor distribución de la riqueza”. Una tesis para la que dice que “todavía faltan aclarar informaciones y, principalmente, tener programas de qué piensa hacer la verdadera izquierda”, prosigue. “Porque mucha gente no conoce lo que pasó no lo enseñan en las clases de historia en las escuelas”.
Palabras de un hombre que arrastrará de por vida las secuelas de una guerra que terminó físicamente hace 80 años, pero no en su cabeza, ni en la de los supervivientes que todavía viven: “No hay cura, la única cosa que nos queda es pensar en cómo se puede evitar otra guerra igual”.