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Adiós a García Márquez

Vivir para «cuentarla»

Sus cuentos son una declaración de principios sobre la necesidad existencial, inherente a la propia condición humana

AÑOS CINCUENTA. Un teléfono, los pies sobre la mesa, folios revueltos. García Márquez en estado puro. A la derecha, página de «El espectador» con «Relato de un naúfrago»
AÑOS CINCUENTA. Un teléfono, los pies sobre la mesa, folios revueltos. García Márquez en estado puro. A la derecha, página de «El espectador» con «Relato de un naúfrago»larazon

Qué duda cabe de que son las grandes novelas de Gabriel García Márquez, «Cien años de soledad», «Crónica de una muerte anunciada» o «El amor en los tiempos del cólera» las que aglutinan la admiración unánime de la crítica literaria y el público lector. A ellas debe el escritor colombiano un reconocimiento generalizado y hasta una fama popular que le identifican como un referente cultural de nuestro tiempo, caracterizado por su amor a la obra bien hecha, el rigor documental de sus relatos, un decidido (aunque en ocasiones polémico) compromiso civil y la sorprendente capacidad fabuladora de quien domina como pocos el viejo arte de contar una historia fascinante y arrebatadora. Pero no hay que olvidar su dedicación a la narrativa breve, al cuento como expresión directa, sintética y secuencial, de una trama de más amplias implicaciones argumentales, donde la estructura ausente de un conflicto psicológico o la escondida urdimbre de imprevistas incidencias dotan a este género de un particular carácter magnético e intrigante. García Márquez, que en ningún momento de su trayectoria literaria ha sido un cuentista esporádico u ocasional, asimila a la perfección los clásicos postulados teóricos de Guy de Maupassant, resumibles en el concepto de «tranche de vie», segmento de vida, instante de la existencia de unos seres imaginarios que experimentan una máxima tensión en las breves páginas de un cuento. Con motivo de la publicación de su libro «Cómo se cuenta un cuento» (1995), se manifestaba así nuestro novelista en lo que supone toda una declaración de principios sobre la necesidad existencial, inherente a la propia condición humana, de gestar y deleitarse con un relato bien urdido: «Lo que más me importa en este mundo es el proceso de la creación. ¿Qué clase de misterio es ese que hace que el simple deseo de contar historias se convierta en una pasión, que un ser humano sea capaz de morir por ella, morir de hambre, frío o lo que sea, con tal de hacer una cosa que no se puede ver ni tocar y que, al fin y al cabo, si bien se mira, no sirve para nada?».

Algunos de sus más celebrados libros de cuentos, «Los funerales de la Mamá Grande» o «Las ocho menos cuarto» entre otros, son conjuntos recopilatorios de textos de diversa procedencia y miscelánea intención; por eso merece acaso especial atención un volumen de singular y homogénea coherencia: «Doce cuentos peregrinos» (1992). Estos relatos, escritos y reelaborados a lo largo de dieciocho años, contienen la idiosincrática esencia de la cuentística de García Márquez. De muy variado origen, que incluye notas periodísticas, guiones de cine y hasta el esquema de un serial televisivo, esta obra revela una excepcional maestría centrada en la dosificación de la intriga, la atrabiliaria excepcionalidad de algunos personajes, la etérea fascinación de ciertos ambientes, la levedad de un socarrón humorismo, un mesurado uso del exotismo cultural y social, la imprevisibilidad de cambiantes giros en las tramas o la inevitable presencia del oportuno toque de realismo mágico. Se inicia la gestación de este libro tras haber terminado su autor «El otoño del patriarca»; no debe sorprender así que el primer cuento del volumen, «Buen viaje, señor presidente», narre la relación entre un derrocado dictador latinoamericano, solitario y enfermo, y una familia media que le acoge con la normal inconsciencia que nos remitiría a la tan conocida «banalidad del mal». Todo un ejercicio de sabia ambivalencia emotiva, al mostrar la cara humana, al fin y al cabo, de la crueldad y la violencia. Por su extensión, casi una «nouvelle» que da lugar al pautado desarrollo de equívocos y desencuentros entre desnortados personajes, una pura delicia expresiva sobre tema tan sórdido como la inacabable agonía de las tiranías. En «La luz es como el agua» hallamos una inverosímil inundación doméstica de luz eléctrica, como si de agua se tratara. Los entre regocijados y atribulados protagonistas de este relato navegan, nadan y hasta se ahogan en la iluminada marea de una realidad mágica que el lector asume plenamente, fascinado por el carácter maravilloso de esa desconcertante fantasía. Se comprende de este modo que la literatura de García Márquez requiere, y logra sobradamente, una lectura cómplice, anticonvencional, muy creativa. «Me alquilo para soñar» presenta la historia de una misteriosa mujer que pone sus capacidades oníricas y premonitorias a disposición de quien se las compre. Con la inclusión del mismísimo Pablo Neruda, figurante aquí de un sueño de esta dama en el que el poeta soñaba a su vez con ella, este relato incide en la calderoniana temática de la ensoñada percepción de la realidad y sus existenciales implicaciones.

Glosar otras historias, otros mundos fabulados, de entre la copiosa cuentística de García Márquez, nos reafirmaría en lo evidente: la singular maestría de un consagrado novelista en la compleja dedicación al relato breve, en el que logra las más altas cotas de rigor estético y perfección literaria.