William Klein, el salvaje
La Fundación Telefónica exhibe en Photoespaña la primera retrospectiva de este inconformista de la fotografía, que convirtió la transgresión en revolución
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La Fundación Telefónica exhibe en Photoespaña la primera retrospectiva de William Klein, que convirtió la transgresión en revolución
William Klein irrumpió en la fotografía con la fuerza de aquellos roqueros de los años cincuenta que con sus golpes de cadera y sus guitarreos ruborizaron a los guardianes de la moral. A William Klein se le suele llamar fotógrafo, pero sobre todo era un salvaje; un tipo dispuesto a vapulear los códigos y las normas impuestas. Provenía del arte, de aquellas enseñanzas acorazadas que extrajo de sus visitas a los talleres de André Lhote y Fernand Léger, y lo que hizo fue desembarcar en la fotografía con una oleada de instantáneas que hicieron añicos los marcos del formalismo, la estética y el encuadre. William Klein, la trituradora Klein, surge de ese linaje de creadores nacidos para invertirlo todo. Si Cartier-Bresson predicaba, que es una cosa muy francesa, que lo correcto era emplear el objetivo de 50 milímetros, él, sin cortarse un pelo, agarró un angular y comenzó a sacar retratar a la gente a un palmo de su jeta, de aquellao nació un lenguaje visual que escandalizó, asombró y que hoy es una de las fuentes originales del fotoperiodismo más auténtico, aunque por ahí haya otros que todavía prefieran la distancia, permanecer lejos del objeto. La Fundación Telefónica dedica a este irreverente la primera retrospectiva en España. Un total de 200 piezas que resumen la biografía inaprensible y camaleónica de un artista que comenzó a jugar con las luces y las sombras en el laboratorio y terminó desguazando las leyes no escritas con esos primeros planos que todavía parecen mirarle a uno. Pero la muestra no se limita al marco de sus fotos callejeras, encanalladas de realismo, con esos personajes entre circenses y crueles, sino que aborda sus trabajos de moda. Un campo al que llegó con el bagaje de su fama y la irreverencia de su personalidad. Lo que hizo, básicamente, fue poner mangas por hombro, nunca mejor dicho, la tradición de “Vogue”, al que llegó por amistad, y dejar para la eternidad una colección de series que hoy forman un catálogo imprescindible de como insuflar vida y autenticidad a algo que parece estático. La exposición, que está comisariada por Raphaëlle Stopin, ha querido rescatar facetas infravaloradas, ignoradas o marginadas de su trayectoria, como la de diseñador y publicista, en la que sobresalió de manera especial. Pero, quizá, una de las partes más impactantes son los negativos coloreados que se exhiben. Suponen una oportunidad para descubrir que su originalidad no respetaba nada y cómo trabajaba esa mente revolucionada a la hora de escoger el tiro perfecto.