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Yoko Ono nunca perdona

larazon

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Esta columna también podría titularse «La soledad del biógrafo», porque es, si hace bien su trabajo, el destino principal de cualquier escritor de semblanzas: cabrear a todo el mundo porque natie tiene una vida ejemplar. Este es el caso de Philip Norman, un tipo que hace bien su trabajo y que acaba de publicar la vida y hazañas de Eric Clapton, la octava obra sobre las existencias de músicos desde que publicara «Shout! The True Story of The Beatles» en 1981. En España, Anagrama ha publicado las de John Lennon y Mick Jagger, y Malpaso editó la voluminosa narración de Paul McCartney. Norman, en ese tiempo, ha realizado algunas revelaciones peliagudas y hasta se ha refutado a sí mismo a medida que iba avanzando ( y vendiendo) nuevas historias. En la vida del atribulado Clapton, Norman ha hozado con alegría para sacar a la superficie algunas de sus vilezas y de sus excesos, por otra parte bien conocidos, pero sin hacer demasiada sangre en la imagen pública de un artista que ha sufrido bastantes desgracias, también muy conocidas. Sin embargo, en el proceso de promoción de este libro, Norman recuerda la afilada naturaleza de su oficio, que necesita de la venia del entorno del biografiado, y que son generalmente los más reacios a ver retratados a sus seres queridos. Los familiares siempre prefieren creerse el mito que saben que es falso que leer la realidad que por otra parte ya conocen. Norman recuerda en un artículo en «The Guardian» que se sumergió durante tres años en la vida de John Lennon con la total aquiescencia de Yoko Ono, que solo impuso una condición: poder leer la biografía antes de publicarse. Norman le envió como estaba previsto el texto y las primeras señales fueron positivas. Pero el escritor ambicionaba como último favor acceder al diario íntimo de Lennon, custodiado en el edificio Dakota, donde era su residencia y murió asesinado. Tras un frío mensaje de invitación, Norman se presentó allí con la mosca detrás de la oreja y su olfato no fallaba: Yoko Ono le esperaba con dos abogados y una misteriosa mujer para decirle que retiraba el apoyo a la publicación, el consentimiento a las citas suyas y de su familia, y le exigía que entregase las cintas de las entrevistas. Ono, iracunda, le reprochaba que Norman hubiese escrito que Lennon se masturbaba, algo que ella misma había revelado en sus encuentros como si se tratara de un chiste muy gracioso. Ahí se reveló la función de la misteriosa mujer: escandalizarse, servir de coro dionisíaco a la «performancer» japonesa. Norman publicó el libro y estuvo 12 meses esperando la demanda. No llegó, pero ella tampoco lo ha olvidado.