Zuloaga: el estratega que pintó la decadencia de España
Hasta el 20 de octubre, el Museo de Bellas Artes de Bilbao acoge la primera exposición en retrospectiva del autor que participó en la Generación del 98 y que retrató la Belle Époque
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Hasta el 20 de octubre, el Museo de Bellas Artes de Bilbao acoge la primera exposición en retrospectiva del autor que participó en la Generación del 98
Zuloaga es un pintor que importa. Es un artista que vivió a caballo de lo tradicional y la modernidad. De la riqueza y la humildad. De la luz y de la oscuridad. De la Belle Époque y de la bohemia Generación del 98. Del París cosmopolita y la Sevilla folclórica. Zuloaga vivió entre una contradicción -a veces mezcladas- de culturas, costumbres y paisajes que, además de condicionar su forma de vivir o su personalidad, marcó de principio a fin su pintura. Es en este sentido en el que se centra “Zuloaga. 1870-1945”, una exposición que, hasta el 20 de octubre, acoge el Museo de Bellas Artes de Bilbao y que se centrará en hacer comprender al público a este artista, a partir de una perspectiva diferente y novedosa.
Se trata de la primera gran exhibición en retrospectiva de Ignacio Zuloaga que engloba “una trayectoria longeva, exitosa y personalísima a partir del patrón clásico de la antología monográfica”, ha apuntado Miguel Zugaza, director del museo, durante la presentación de la muestra. Con un total de 95 obras, de las cuales el 60% son inéditas y expuestas por primera vez, este proyecto es fruto de una iniciativa que nació hace 5 años y que, gracias al trabajo de los dos comisarios -Javier Novo, jefe del Departamento de Colecciones, y Mikel Lertxundi, historiador del arte e investigador- hoy se convierte en un retrato inmenso de la evolución pictórica del artista. “Partimos de la reflexión de cuál podría ser nuestra aportación de un pintor tan estudiado y trabajado”, apunta Lertxundi. Y, para ello, no acudieron a lo que se decía de Zuloaga, sino a lo que decía Zuloaga.
Este pintor nació en Eibar y murió en Madrid. Durante su vida, recorrió numerosas ciudades que influenciaron de diversas maneras a su obra. Una pintura -desde el carboncillo y el pastel hasta el óleo sobre lienzo- que fue utilizada, criticada, difundida en un ámbito internacional e incluso aprovechada para los intereses de los que podían sacar partido. Sin embargo, Zuloaga no era un pintor que se dejaba guiar, sino que no hay detalle que se le escapara. “La genialidad del pintor radica en su maestría pictórica, pero también en que es un artista total, ya que”, continúa Novo, “se ha hecho a sí mismo a partir de la estrategia comercial, el impacto mediático o el contacto con el coleccionista”. Incluso se preocupaba por el tipo de embalaje que iba a proteger su obra en un trayecto de una punta a otra del planeta.
Un puzzle repleto de códigos
Cuando Lafuente Ferrari, historiador del arte, realizó la biografía de Zuloaga, consultó fondos y correspondencia que el artista había recibido durante su vida para crear un catálogo que alberga un listado de 810 obras no identificadas. A partir de estas, “fuimos componiendo un puzzle para comprender al artista”, apunta Lertxundi, “buscando desvelar los episodios del pintor que entonces eran lagunas”. Sin embargo, los comisarios no utilizaron las mismas fuentes que Lafuente Ferrari para documentarse, sino que “decidimos buscar las cartas del propio pintor, de manera que hemos encontrado infinidad de obras más, superando las mil”, aporta Novo.
Esta exposición, más que buscar la comparación del pintor con otros como Sorolla -como ya se realizó en la fundación Mapfre de Madrid-, se persigue “destacar la intencionalidad del pintor y rescatar la codificación pictórica que encierra su obra”, explica Novo. Y esto no se consigue siguiendo cualquier estereotipo, sino viendo en las obras de Zuloaga a prostitutas, toreros octogenarios, personas con mirada vacía, a una parisina tomando café frente al Moulin Rouge o a un barrendero de cualquier calle de la capital francesa. “Lo que muchos literatos como Ortega y Gasset nombraban como españolada, se modifica con estas codificaciones”,señalan los comisarios, para quienes Zuloaga no responde a la figura de una persona antipatriota, sino de una persona fascinada por una España que estaba en desaparición, en caducidad y decadencia.
La codificación de la pintura de Zuloaga ha pasado desapercibida hasta que esta exposición ha mostrado la capacidad del pintor de trascender una mirada -de dolor, enfado, pena o alegría- al plano pictórico. Y, dentro de esta idea, desarrollar la propia evolución del pintor a partir de tres grupos: “Zuloaga antes de Zuloaga” (1870-1898) -elaborado por Lertxundi-, “Zuloaga” (1898-1924) -por ambos comisarios- y “Zuloaga después de Zuloaga” (1925-1945) -realizado por Novo.
De París a Segovia pasando por Sevilla
Recién cumplidos los 20 años, Zuloaga llegó a París. Allí se dejó llevar por una pintura naturalista en la que la vida humilde de un barrendero o un vagabundo se reflejaban en sus cuadros al igual que la atmósfera de la época. Para ello, el pintor se dejó llevar por la corriente naturalista, así como impresionista y simbólica, de forma que le iba a condicionar durante el resto de su trayectoria pictórica. Es en esta época, además, donde comienza como retratista, género en el que trabaja mucho durante su vida y al que, sin embargo, le disgustaba que le asociaran. Tras años en Francia, descubre la pintura y la escuela española y decide volver a su país.
Llega a Sevilla, donde sus cuadros empiezan a ser más españoles, pero “hablando en francés”: aún se mueve en una dualidad en la que sus influencias son tanto Whistler como Velázquez o Goya. Y es que se podría hablar de una renovación, de un comienzo desde cero, de la pintura de Zuloaga cuando llega a Segovia. “Fue su gran revelación”, explican los comisarios, “consigue dar con la tecla con la que causará furor en lo internacional”. Un éxito, pues su obra acaban diseminadas por todo el mundo, desde colecciones privadas hasta galerías, lo cual ha permitido que su obra, actualmente, esté distribuida por grandes museos del mundo.
Las obras con las que esta exposición individual y en retrospectiva que acoge el Museo de Bellas Artes cuenta proceden no solo de la colección familiar, de la Fundación Zuloaga, o de otras colecciones privadas, sino que también alberga préstamos de Alemania, Austria, Bélgica, Estados Unidos, México y Rusia, entre otros. Un pintor global. Que es capaz de codificar la esencia de una época contrastando oscuridad y luz. Un artista que se fijó en la España de la Segunda República, de la Guerra Civil y del franquismo de una manera humana y con el objetivo de retratar el carácter de las personas más humildes y comunes.
Y es que, tal como afirman los comisarios de la exhibición, “el régimen se aprovechó de Zuloaga -pues no le incomodaba la cercanía con los líderes franquistas ni llegar a hacer un retrato del mismo Franco-, pero él, como estratega, también se aprovechó del régimen”, continúan, “aunque el retrato de Franco es una pieza excepcional, hemos considerado que incluirlo en la exposición habría centrado la atención del público en él antes que en el resto de los cuadros, es una idea que trasciende de lo artístico”.