Gerard Piqué

Piqué sigue siendo un niño, por Eduardo Inda

Con 33 años le gusta ser el niño en el bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro

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Piqué es el prototipo del españolito —aunque te duela, eso pone en tu pasaporte, querido Gerard— al que le gusta ser el niño en el bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro. Siempre tiene que ser el prota, el perejil de todas las salsas. Es, en resumidas cuentas, el típico tío coñazo que espanta a su entorno porque está todo el día llamando la atención: cuando le ven, salen huyendo.

Los numeritos que ha montado son incontables: desde el «¡españolitos, ahora vamos a ganar la Copa de vuestro Rey!» en el túnel de vestuarios del Bernabéu, hasta la nada inocente peineta mientras sonaba el himno nacional en la última Eurocopa, pasando por su triquiñuela para evitar ponerse la camiseta de La Roja con la bandera de España en un partido contra Rumanía, el celebérrimo «¡que se jodan los del Madrid!» o ese 5 que dibujó con la mano tras meterle su equipo idéntico número de goles a los de Mourinho en 2010. Por no hablar de la tomadura de pelo al Barça que supone largarse cuando le viene en gana a hacer business con esa nueva Copa Davis que tiene de uñas a la ATP. Una cuestión nada baladí teniendo en cuenta que cobra 11 kilazos netos al año. O del conflicto de intereses de dudosa legalidad que representa el hecho de que su empresa Kosmos trinque una comisión de 4 millones por cada Supercopa de España que se celebre en ese país tan democrático que es Arabia Saudí. Hasta aquí algunos ejemplos de la prepotencia y la niñería del personaje. Podríamos seguir hasta el final del verano y no acabaríamos de desgranar un cuasiinfinito elenco de episodios más propio de un adolescente que de un tipo de 33 años.

Su última gansada llegó tras el gatillazo culé en el Sánchez Pizjuán. En lugar de hacer autorreflexión, optó por echar la culpa de todo al enemigo externo. La táctica preferida, por cierto, de los gobernantes sátrapas. «Será muy difícil ganar esta Liga», apuntó con ese rictus guardiolesco tan falsario, «porque no depende de nosotros. Será muy difícil que el Real Madrid pierda viendo cómo han ido estas dos jornadas». Olvida que las feas tretas de la era Pep, la de llorar por inexistentes injusticias arbitrales o la de tirarse al suelo espasmódicamente sin que haya el más mínimo contacto, están más vistas que el tebeo. Ya no cuelan.

Toda España vio los dos penaltis sisados al Madrid en la persona de Varane en el Clásico en Barcelona, media España y parte de la otra alucinó hace una semana con esa pena máxima fake a Messi en el minuto 67 frente al Leganés que sentenció el partido y desde el primero hasta el último de los 143.000 socios blaugrana están encantados con el calendario diseñado por el sospechoso dúo Roures-Tebas a la medida de su club. De estos insignificantes detalles no se acuerda nuestro querido amigo. De que históricamente, hasta esta temporada, les pitaban muy pocas penas máximas en contra, por no decir ninguna, y sistemáticamente más a favor que a su eterno rival, tampoco. Así es este chico al que su padre, Joan, otorgaba un coeficiente intelectual de «170», de superdotado. Visto lo visto, con su pose permanente de niñato consentido, cualquiera lo diría.