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Messi no puede ser más que un club

Un jugadorazo, no el mejor de todos los tiempos, que puso al Barça en el mapa como nunca antes, pero que en este instante no pasa de ser uno de los 30 mejores del mundo

Messi, antes del partido en El Alcoraz
Messi, antes del partido en El AlcorazAFP7 vía Europa PressAFP7 vía Europa Press

El Fútbol Club Barcelona tiene un problema de narices. Que más que futbolístico, que también, se antoja económico. No nos engañemos: en el balompié actual o tienes pasta o es mejor dedicarte a las canicas. Y aún teniéndola, no está escrito en las estrellas que vayas a arrasar cual moderno y pacífico Atila; ya se sabe, el dinero no siempre garantiza la felicidad. Véase el caso del PSG, del City o del Milan, que aun saltándose el fair-play financiero a la torera no se comen un colín en la Champions ni por equivocación porque conforman descomunales plantillas, pero no eficaces equipos.

La entidad blaugrana tiene en estos momentos dos problemas: no tiene equipo ni dinero. Fichar es misión imposible toda vez que a duras penas pagan las nóminas de la plantilla más cara del fútbol planetario: 11,4 millones por cabeza que se dice pronto. La temporada 2019-2020 la cerraron con unas pérdidas oficiales -las oficiosas son estremecedoramente superiores- de 97 millones, un dineral que contrasta con los milagrosos 313.000 euros de superávit de un Madrid setenta veces siete mejor gestionado. ¿Cuál es el problema? Pues, lisa y llanamente, lo que antaño era la solución: Leo Messi. Un jugadorazo, no el mejor de todos los tiempos como se esfuerza en hacernos ver la propaganda culé, que tuvo su momento, que puso al Barça en el mapa como nunca antes nadie lo había puesto, que deslumbraba todas y cada una de las tardes, pero que en este instante de la historia no pasa de ser uno de los 30 mejores del mundo. Y lo rubrica alguien que, como un servidor, otorgó el “Marca Leyenda” a Leo Messi el 29 de abril de 2009 en contra del criterio de toda la cúpula que me rodeaba en el primer diario deportivo de este país y cuando aún no había ganado nada de relevancia. Apenas cuatro días después, el que yo había calificado de “mejor jugador del mundo” vencía en el Bernabéu 2-6 y un mes más tarde era campeón de Liga, de Europa y de Copa. Lo que vino después sobra recordarlo pues es harto conocido.

El pequeño gran inconveniente es que desde 2015 está averiado, tres ligas me parecen poca cosa para el futbolista de largo mejor remunerado, y desde 2018 directamente gripado. Los culés no levantan una Champions hace un lustro, algo que se hace raro teniendo en cuenta que en los buenos tiempos se anotaban una cada dos temporadas. El drama es que el Barça se enganchó a una benigna droga llamada Messi, la misma droga a la que me hubiera aficionado yo en 2009… o antes. Primero ganaba 4 millones al año, luego le subieron al umbral de los 10, después le situaron en la órbita de los 16, ya en 2013 estaba en los 25, el siguiente escalón fueron los cuarenta y tantos, hasta llegar a los actuales 75 netos que gana por conceptos varios el rosarino. Cuando hablamos de los salarios de los peloteros, los periodistas tenemos la manía de citar sólo su neto, olvidando que la totalidad del bruto corre a cargo de los clubes. Conclusión: Leo Messi se mete en el bolsillo todos los años 150 millonacos, de los que la mitad van a parar a papá Estado en concepto de impuestos. El doble que los 70 de Neymar o un Cristiano Ronaldo que ahora se embolsa esa morterada, pero que en el Real Madrid estaba en poco más de 50. Lo que cuenta en la vida es el aquí y el ahora, el carpe diem, ni los clubes en particular ni ninguna empresa en general viven de viejas glorias o de las rentas. Un salario estratosférico que no ganan ni en sueños los cracks de la NBA, la NFL o la American League de béisbol. Un estipendio que sólo estaría justificado si fueras líder en la Liga, te hubieras metido tres o cuatro de las últimas cinco Champions y encima fueras campeón del mundo. Esos 150 millones son la pescadilla que se muerde la cola: ni comen, ni dejan comer. Y nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato por miedo a que la hinchada se los coma con patatas. Los mitos son intocables o difícilmente tocables. Con 1.300 millones de deuda, un déficit de 97 y problemas de liquidez, seguir atado a un tipo que se lleva 150 es un suicidio. Prescindir de él era hace no tanto muerte segura, ahora tal vez no pase de un mero susto.