Francia
Froome se queda solo
El británico Chris Froome se impuso hoy en la cima del Mont Ventoux y agrandó la ventaja que tiene en la general con respecto a sus principales rivales. Contador se hundió y cedió 1.40 segundos.
Acabada la etapa, acabado el infierno, a más de 2.000 metros de altura, Nairo Quintana se asoma al balcón del Mont Ventoux, de su antena, y mira, que no observa, pues su mente está tan vacía como sus piernas y poco puede procesar. Apenas puede disfrutar del paisaje que desde aquí arriba se ve, toda la Provenza desde su techo, el «Gigante», como lo llaman. Se apoya Nairo en una de las barandillas y sumerge la cabeza entre los brazos, como buscando allí un reducto de aire con el que respirar. Un pie en alto, una botella de agua en la mano, así se queda unos segundos, en absoluto silencio. Cuando se recupera, alza la vista y empieza a ver, ahora ya sí, se agarra un pie con la mano y estira. Algún día conquistará el Ventoux Nairo, eso le dicen. Vuelve a planear la mirada sobre los montes que por abajo quedan y, al girar del todo, se topa con la inconfundible mole de cemento que reina sobre la montaña, alto y raudo, y Nairo se acuerda de Chris Froome, de lo mucho que le ha hecho sufrir en la última hora de ascensión hasta allí arriba. «Espero ganar aquí alguna vez, pero él aún va a estar muchos años aquí».
Cuando Nairo Quintana cruza la meta del Mont Ventoux, segundo, nada que hacer contra el motor de Chris Froome, apenas es capaz de sentir ni siquiera el latido de su corazón. De esos instantes casi no recuerda nada, cuando se tira al suelo, «muerto, totalmente vacío. Perdí la consciencia». Y entre el silencio resuenan los «clicks» de las cámaras de fotos. Pasados unos minutos, el colombiano reacciona, vuelve a la vida y empieza a recordar lo sucedido. Un relato, el de un ataque a diez kilómetros de la meta. Qué suicidio. «Pero fue por instinto. Pensé que iba a llegar, me sentía bien y con esa dureza creí que no iban a aguantar muchos». Da caza a Mikel Nieve tan pronto como lo suelta y prosigue su cabalgar hacia la cima.
Pasados unos minutos más, los de la muerte y expiación allá arriba, su desvanecimiento y la resurrección, se acuerda Nairo de una crónica, la de su pedalada alegre mientras descubre el Mont Ventoux como desde hace dos semanas y media viene descubriendo el Tour y el Tour lleva amándole a él. Conforme asciende se da cuenta, ya no hay pinos, ya no existe vegetación alguna. Sólo piedras, y gente, qué maravilla. Un estadio de fútbol de todos los colores, de todas las banderas. La escalada se está quedando como el Ventoux, pelada. Sólo cuatro hombres persiguen a Quintana, Richie Porte, Chris Froome, Alberto Contador y su compañero Kreuziger, que poco va a tardar en descolgarse. Por delante, Nairo sangra por la nariz, lleva haciéndolo desde pie de puerto, pero sigue. Adelante Colombia.
Transcurridos esos segundos críticos y retomando el pulso y la respiración, desvanecido como está en el suelo, a Nairo Quintana le viene a la mente una promesa, la de Froome cuando se le acerca, qué bestia, con sus ataques sin levantarse de la bicicleta, un animal en celo, violento y enfurecido. «Este chico tiene que ganar la etapa», piensa Froome para sí y se lo dice, hablan en el castellano que chapurrea el keniano, que si le aguanta le brinda la victoria, que es toda suya, pues él ya tiene el pastel grande y amarillo de ganar el Tour casi en las tripas, todo suyo. Incluso le anima Froome «Vamos un poco más. Ya casi estamos allí». Pero no es verdad, Nairo ya no está. Le da un relevo a Froome «por si llegábamos los dos, tratar de ayudarle un poco por si llegábamos los dos». Como un último aliento de vida antes de sucumbir.
Cuando regresa al mundo de los vivos, se acuerda Quintana de aquel regalo que no pudo aceptar. «Por un momento he pensado que iba a ganar, pero al final me han fallado las fuerzas. Estoy agotado. Sólo quiero descansar», dice. Algún día será capaz, pero no esta vez, no en este Tour. Froome se lo ha quedado todo para él.
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