Tour de Francia

Tour de Francia

Loquillo Plaza

Da al ciclismo español la tercera victoria de etapa en Gap

Imagen de la llegada a meta del corredor español
Imagen de la llegada a meta del corredor españollarazon

Rubén Plaza es un ciclista bisiesto. Nació un 29 de febrero así que, según cómo se mire, ahora tiene ocho años o 35. En su casa de Ibi, el pueblo donde se fabrican los juguetes, los regalos sólo llegaban cada cuatro años, cuando soplaba las velas. De ciclista es igual, los regalos, las victorias, le llegan, como los años, con cuentagotas. Rubén Plaza es uno de esos tipos encargados de dejarse la piel por sus líderes, de olvidarse de cualquier opción, dejar de lado toda ambición. Así, el olfato ganador se pierde aun siendo un niño bisiesto. Su última victoria la había conseguido hacía dos años en la Vuelta a Castilla y León. Ayer le llegó el triunfo de su vida. El mejor regalo para el ciclista más rockero del pelotón. Le encanta Loquillo. En Gap, tronó la guitarra de Plaza.

Creció rápido Rubén, llegó hasta el metro 91, siendo apenas un adolescente. Una planta espectacular de piel bronceada, rostro oscuro regado por los rayos del sol de su Alicante querido, y pelo negro. Si hubiera querido, Rubén Plaza podría haberse ganado la vida como modelo. Podría haber practicado cualquier deporte y de pequeño los probó todos, pero se quedó con el ciclismo.

Probó incluso con la halterofilia. «Hacía mis pinitos pero como era tan grande, subir la barra me costaba muchísimo». Plaza cumple cada cuatro años y, aun así, creció más deprisa que nadie. Tanto, que sus huesos no pudieron soportarlo. En su primer año de cadete no ganó ninguna carrera. Un chaval al que llamaban «El Imbatido» y al que todos los padres le suplicaban que no corriera le ganaba siempre. Se llamaba Alejandro Valverde. Después empezó a despuntar. A crecer. Pero su maquinaria ósea se quebró. No podía aguantar el peso del tallaje de Plaza.

Nadie supo dar con el problema de Rubén y a pesar de eso, de los dolores en la rodilla, de pasarse su último año como amateur y la mitad del primero como profesional parado, Plaza asombró a los dirigentes del Banesto con unos parámetros superiores a los de Indurain. José Miguel Echávarri no dudó en ficharle. De ahí se fue al Kelme y le sepultó la «operación Puerto». Y le mandó al exilio. Portugal. Kilómetros de coche arriba y abajo sólo por un sueño, por querer seguir siendo ciclista. Tenía derecho Rubén, al fin y al cabo sólo era un niño de seis años.

Él siguió creyendo. Para desahogarse, cogía su guitarra eléctrica y tocaba durante horas. Como Loquillo. De su regreso al pelotón español de la mano del Movistar se quedó con la amistad de Rui Costa. Él fue quien le llevó al Lampre el pasado año y también quien le dijo que iba a ganar ayer en Gap. El portugués lo hizo en 2013, cuando el Tour dibujó una etapa calcada. Sin él en carrera, Plaza se metió en la escapada, agarró con fuerza la guitarra y dio su mejor concierto. Ataque y descenso a tumba abierta en el Col de Manse, donde Beloki sepultó su carrera con la caída que le retiró de su mejor Tour. «De él me he acordado cuando me he lanzado y he tenido un pequeño susto, casi me salgo», confesaba Plaza. Ni Sagan en un espectacular descenso –una técnica y un manejo de la bici impresionantes– pudo darle caza. Plaza ya tronaba los acordes de su victoria. Loquillo. Como el niño de ocho años que es.