Tour de Francia

Ciclismo

Descanso antes del descanso en el Tour

Daryl Impey celebra su victoria en la etapa
Daryl Impey celebra su victoria en la etapalarazon

Pasa todos los años y en todas las grandes vueltas. Un día de esos llamado «de descanso activo». No falla. Suelen estar escondidos en el libro de ruta y no hay un acuerdo, un pacto tácito ni pactado, pero suceden. El sopor se cuela en el pelotón, modorra. Y no hay aficionado acérrimo que sea capaz de aguantar los bostezos y las cabezadas viendo la televisión, que se convierte en un acto de tortura en etapas tan insoportables como ésta. Siesta asegurada. Y hasta justificada.

Pasa que en estos tiempos de ciclismo moderno, con los esfuerzos tan medidos, los cálculos tan bien echados al milímetro y a las puertas de una semana y media, la final de este Tour de Francia, que se prevé salvaje y de una lucha encarnizada, el pelotón, los favoritos y sus equipos, que al final son los que mandan por encima de todas las cosas, de la UCI y hasta del propio Tour, deciden que es el día para levantar el pie. Rodar tranquilos, por mucho «desgaste» que todos los corredores al pasar por los micrófonos de los periodistas en la meta juren que han sufrido. Seguro.

Tan cierto como el retraso acumulado, la falta de espectáculo en una etapa, también cierto, en la que no se esperaban grandes imágenes ni momentos para saltar del sillón teniendo aún la resaca del sábado en el cuerpo y en las piernas de los corredores, con el brillante y épico triunfo de Thomas de Gendt. Por eso se formó la fuga consentida de una quincena de nombres de peso con el beneplácito del pelotón y todos felices. A disfrutar del 14 de julio, la fiesta francesa, con Julian Alaphilippe portando orgulloso su maillot amarillo que tan bien le sienta y al que tanto honra.

Por delante, mientras tanto, a remar. Tiesj Benoot, Tony Martin, Postlberger, Nicolas Roche...buenos kilates. Y dos españoles de entrada: Ivan García Cortina y Jesús Herrada. Cuando los escapados hicieron camino y el pelotón levantó el pie y sacó la bandera blanca de la tregua saltó Marc Soler. El futuro más prometedor del ciclismo español junto a Enric Mas tenía la orden de su Movistar de formar parte de la fuga, pero no lo logró a la primera. Así que, primero con Rui Costa a rueda y luego en solitario, se marchó en una cabalgada espectacular. Treinta kilómetros de persecución, como si de una contrarreloj individual se tratase, de esas en las que tanto recuerda a Miguel Indurain cuando las disputa para terminar por contactar. Paliza descomunal. Luego la pagó. Aunque fue el último español en quedarse.

A 20 kilómetros de la meta, en la primera selección seria, ni Cortina ni Herrada pasaron el corte. Eliminados. Soler se agarró a su casta y aguantó. De esa misma que tiene Romain Bardet. Clase y pundonor a raudales. Pelea sin cuartel. El galo ya sabe que este no va a ser su Tour –marcha a más de 3 minutos del líder Alaphilippe–, pero nadie le ha dicho que eso tenga que ser ser sinónimo de rendirse. Por eso, y por el orgullo de ser francés un 14 de julio mientras se corre el Tour, se movió.

El Deceuninck lo controló sin apuros, justo en el mismo instante en que Benoot lanzaba el esprint en el que, antes de arrancar ya se supo perdedor ante un velocista casi puro como Daryl Impey. 34 años, 13 temporadas como profesional e innumerables victorias en carreras de una semana salpicados por los dos días que en 2013 vistió de amarillo en el primer Tour que ganó su amigo Froome. Ayer la gloria fue para él. En el día del sopor.