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El éxito en 500 días

Algunos sospechaban de su madurez para saltar del Castilla a la élite, pero en menos de año y medio ha ganado cinco títulos

Zinedine Zidane
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Desde la tranquilidad, y siempre con una sonrisa, llevó a un vestuario sin ilusión a ganar la Undécima Champions el año pasado. Este curso ha levantado la Duodécima y la Liga.

El día libre después de cada partido, aprovecha para ir junto a su mujer a hacer Bikram Yoga. Un poco de paz en mitad del vértigo, porque los compañeros de clase van también a relajarse a 42 grados de temperatura y un 40 por ciento de humedad. Nadie le recuerda el resultado de ayer o le pregunta por quién va a ser titular en la próxima alineación. Son 90 minutos de silencio en los que Zidane es un alumno más y no el entrenador que ha llevado al Real Madrid a ser el primer equipo en ganar dos Ligas de Campeones de forma consecutiva o a firmar un doblete que el club no conseguía desde hace 59 años.

Un viaje apasionante de 517 días que empezó aquel otro en el que el Castilla empató con La Roda. En Albacete con el filial estaba Zizou haciendo horas de banquillo cuando Florentino Pérez decidió que había que darle un giro al proyecto. Benítez había robado la sonrisa al vestuario, que no creía en lo que hacía y no jugaba bien.

Se fue Rafa, llegó Zidane con su sonrisa y el resto es historia. «Estamos orgullosos desde el primer día que llegó a un puesto tan complicado. Queremos que se quede el mayor tiempo posible. Es la pieza clave del barco», decía Sergio Ramos en la previa de la final de ayer. Él es el capitán y resume el sentimiento de toda la plantilla, a la que el francés se ha metido en el bolsillo. Más que sus futbolistas son sus chicos, a los que mima como a él le gustaba que hicieran cuando él era una estrella. Porque Zidane fue el ídolo de muchos de los que ahora entrena y esto es un plus que él también ha sabido explotar desde que llegó a la élite.

Aprendió a ser cercano como segundo de Ancelotti, del que ha heredado la forma de acercarse a los jugadores. Es imposible encontrar una declaración pública en contra de ellos, a los que insiste en dar la mayor parte del mérito después de cada éxito. «Es un honor entrenar a estos jugadores, cada día que vengo a mi trabajo me siento un privilegiado», repite una y otra vez Zidane, siempre con una sonrisa, tanto los días en los que sale el sol como cuando hay tormenta. Gane o pierda contesta con serenidad, quitándole trascendencia a lo sucedido. Al apostar por él, el Real Madrid encontró un entrenador y al mismo tiempo un embajador perfecto para extender el madridismo. Después del huracán Mourinho y la rigidez de Benítez, el gesto amable de Zidane es una bendición.

La mano izquierda con los jugadores es una de sus virtudes, pero no la única, como se ha podido demostrar con el paso de los partidos. Algunos sospechaban de su madurez táctica, incluso entre sus colegas de profesión, pero él ha ido dando pasos en este sentido. El equipo tiene su sello, es reconocible y distinto en algunos detalles a los de los últimos tiempos. Igual de contundente en ataque junto a una solidez defensiva menos habitual. Ha conseguido hacer entender a Cristiano que debía descansar para llegar a tope al último tramo de la temporada y la Liga ha llegado en parte gracias a su política de rotaciones. Un equipo A y un equipo B que ha sido fiable mientras las estrellas reservaban fuerzas. Los que juegan más y los que lo hacen menos están con el técnico, que siempre tiene un gesto de complicidad para sus chicos, ya sea con Bale cuando se tiene que retirar lesionado o con Morata en Cibeles cuando en mitad de la fiesta se da cuenta de que quizá en verano tenga que buscar otro destino.

Zidane prefiere hablar del partido a partido que de su futuro a largo plazo, pero en el vestuario, en las oficinas y en las gradas del Bernabéu no hay otro deseo que mantener a Zizou al mando. En un año y cinco meses ha ganado cinco títulos, con sólo siete derrotas en 86 partidos, ha reconquistado la Liga y ha reforzado el reinado en Europa. Y además, siempre sonríe.