Boxeo
El mártir del pop
Un referente cultural. Fue emblema, icono y referencia en los sesenta para una multitud. de artistas a los que sedujo, desde los Beatles hasta Andy Warhol
Para convertirse en un icono pop como Cassius Clay se necesita algo más que popularidad y genio en el mundo del boxeo. Es imprescindible un aura similar a la que nimba a los santos. Un halo mirífico que invita a la adoración por parte de las masas que reconocían en ese ser excepcional en el ring algo hercúleo, entre la trascendencia y la fascinación. Cuando en 1968 la revista «Esquire» dedicó su portada al boxeador, fotografiado con sus botas y calzón como un moderno San Sebastián asaetado y doliente, tras su conversión al islam y la objeción a la guerra del Vietnam, lo estaba elevando a una categoría superior a la de un simple boxeador: un icono de la defensa de los derechos civiles de los negros en su lucha por la igualdad. Su encarcelamiento, injusta retirada del título mundial y prohibición de boxear fue convertida por «Esquire» en «La pasión de Muhammad Ali», idea del fotógrafo George Lois.
Hollywood fue el primero en homologar en ese «stardom» mágico, donde había más estrellas que en el firmamento, a la desgarrada actriz trágica con la niña prodigio que bailaba claqué y la perrita Lassie. Entre Greta Garbo y Groucho Marx mediaba la misma distancia que entre Mae West y la mula Francis, estrellas todas ellas favoritas del gran público, con idéntico estatus mítico. Cosas de la democratización y popularización de las masas en la sociedad de consumo.
Los primeros artistas en tomar conciencia del cambio cultural operado y criticar la sociedad de masas y la cultura popular fueron los pintores pop ingleses de los años 50, quienes mezclaron los elementos de la cultura de masas, en un divertido revoltijo entre la alta y la baja cultura. Así convirtiendo el arte pop en un juego que unificaba el camp con el kitsch, como puede verse en la portada del disco de los Beatles «Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band» de 1967, realizada por los pintores pop Jann Haworth y Peter Blake. En esa portada mítica, convertida ella misma en icono de la modernidad pop, se mezclan con promiscua condescendencia a Albert Einstein con Muhammad Ali; al polémico compositor Karlheinz Stockhausen con Marilyn Monroe, y a Karl Marx con Hitler, oscurecido por el Tarzán Johnny Weissmuller.
Los pintores pop sentaron las bases de la democratización de los elementos de consumo, idea que convirtió a Andy Warhol en el cronista pop del siglo XX. Sólo tuvo que ser consecuente con la crítica a la sociedad de consumo y homologarla con el arte de consumo masivo para las élites: el pintor pop elevado a la categoría de un demiurgo que es capaz de convertir una lata de sopa Campbell en un icono pop, equivalente a la imagen glamourosa de Marilyn Monroe repetida, junto a los retratos de genios del mal como Lenin y Mao Zedong entremezclados con los del boxeador Cassius Clay, a quien retrató dos veces.
Su fascinación por Clay se repitió en 1985 con la imitación del famoso cartel amarillo del combate entre Clay y Sonny Liston para anunciar el combate pictórico entre Warhol y Jean-Michel Basquiat en 1985, ambos calzando guantes de boxeo.
Estos retratos de los iconos más representativos del siglo XX marcaron en los años setenta un cambio trascendental en la imaginería pop, hasta entonces reservada a las estrellas del cine y la música pop. La fama de Cassius Clay trascendía el ring y sus bravatas como «Yo soy el más grande» entraban en el campo del delirio megalómano.
Tal fue su fama que sus combates alcanzaban la categoría de acontecimiento mundial. Interpretó canciones como «Stand by me», tuvo «merchandising» propio, anunció pizzas en televisión, protagonizó en 1964 la canción de Bob Dylan «I Shall be Free No. 10» y fue un héroe del tebeo que enfrentaba en el más épico combate a dos de los máximos iconos del siglo XX: Superman y Cassius Clay en «El combate que ha de salvar al mundo de los invasores llegados del cosmos». El tebeo, creado por Neal Adams en 1978, no sólo convertía a Cassius Clay en un personaje de ficción, sino que lo rodeaba de multitud de personajes reales e imaginarios, repitiendo la operación pop de la portada de los Beatles.
Entre las personas que presenciaban el combate, tan legendario o más que el «Rumble in the Jungle» de Ali contra George Foreman en Kinshasa, Zaire, en 1974, se encuentran el presidente de EEUU Jimmy Carter, Andy Warhol, Frank Sinatra, Batman, Raquel Welch, los Jackson Five, extraterrestres, Lex Luthor, Cher y el mismo Christopher Reeve, protagonista del nuevo Superman en el cine. El demoledor gancho «crushing left» de Muhammad Ali arroja contra la lona a Superman, que sale en camilla, seriamente magullado, del histórico enfrentamiento con «el más grande».
El paso del mundo real a la ficción era esencial para convertir a Muhammad Ali en un ente imaginario con estatus mítico en la sociedad mitomaníaca de consumo, no solamente por sus hazañas pugilísticas o su lucha contra el racismo, sino por el martirologio al que fue sometido por el Gobierno de Estados Unidos. Eso le confería, mediante el sufrimiento y la injusticia, la sublimidad religiosa de un icono laico de la cultura pop, tan relevante como los fueron los ídolos pop muertos en la carretera o en circunstancias extrañas como James Dean o Marilyn Monroe.
Una de sus famosas frases ditirámbicas expresa a la perfección la conciencia de Cassius Clay de su pertenencia a una realeza, corona incluida, más allá del mérito y la excelencia, al compararse hiperbólicamente con personajes reales y de ficción que fundamentaban, en su ingenuidad, el imaginario pop de su mito: «Yo fui el Elvis del boxeo, el Tarzán del boxeo, el Superman del boxeo, el Drácula del boxeo. El gran mito del boxeo».
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