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Breve remembranza suiza (contra la neutralidad)

De Gelson Fernandes a Chapuisat, Sforza, Koblet, Rominger y, el más elegante de todos, Roger Federer

Fernando Hierro, en el partido de octavos ante Suiza del Mundial de 1994
Fernando Hierro, en el partido de octavos ante Suiza del Mundial de 1994La Razón

El cuarto de final contra Suiza en San Petersburgo ha retrotraído la memoria del aficionado español, automáticamente, a aquella derrota de Durban que ha sido la única en veintidós enfrentamientos con los helvéticos (dieciséis victorias y cinco empates, además) y que fue a la postre dulcísima porque preludió, seis triunfos después, el título mundial de Johannesburgo e Iniesta. El goleador de aquella tarde fue Gelson Fernandes, espigado pivote de origen caboverdiano, y el árbitro fue Howard Webb, el mismo inglés cegato que ignoró el atentado de Nigel De Jong sobre Xabi Alonso en la final. Pero 2010, ya con Sergio Busquets en el campo, queda demasiado cerca como para activar el resorte de la melancolía.

En vísperas de la Eurocopa de Francia (1984, ¿firmamos otro segundo puesto?), España estaba concentrada en Lyon y dio el salto a la vecina Ginebra para el último amistoso de preparación contra la selección local, desconsiderada por Miguel Muñoz como una piedra de toque elocuente. «Los suizos me gustan con jamón», respondió zumbón el técnico madrileño cuando le preguntaron por el rival. Un 0-4 sumario certificó la escasa peligrosidad de aquel anfitrión en un país en el que el fútbol era todavía, por entonces, un deporte menor apenas conocido por el Mundial de 1954, cuando la «Nati» alcanzó unos cuartos de final por primera y única vez en su historia –hasta hoy– y donde Alemania ganó su primer título universal al consumar una remontada improbable frente a Hungría –de 2-0 a 2-3– en el conocido como «El milagro del Wankdorfstadion de Berna».

Después de aquello, Suiza desapareció del concierto futbolístico internacional hasta los años noventa, cuando la selección de la Confederación Helvética comenzó a nutrirse con los hijos de la inmigración, mucho más interesados por el balón que por las bicicletas y los esquíes. Los goles de Kubilay Turkyilmaz, que no pudo jugar por lesión la fase final, la llevaron hasta el Mundial de Estados Unidos (1994), donde avanzó hasta el octavo que se celebró en Washington DC y en el que cayó por 3-0 contra… ¡España! La baja de Alain Sutter, un extremo con aires de fiero vikingo, fue demasiado para un equipo que, huérfano también de su goleador de origen turco, se apoyaba en dos excelentes futbolistas como Stephane Chapuisat y Ciriaco Sforza, que nada pudieron hacer frente a las huestes de Javi Clemente.

El técnico de Baracaldo firmó una de sus maravillosas «clementadas»: una alineación con siete defensas (Sergi, Ferrer, Alkorta, Nadal, Abelardo, Hierro y Camarasa) que ajustició a Suiza con goles de, ¿lo han adivinado?, Luis Enrique, su inmediato antecesor en el cargo de seleccionador y Txiki Begiristain, el director deportivo que se llevó al Manchester City a Guardiola y al cuarteto de internacionales españoles que el técnico catalán deja contumazmente en el banquillo. Por aquellas calendas, Miguel Indurain dominaba el Tour y uno de sus rivales más encarnizados era Tony Rominger, quien en 1993 estuvo a punto de ser el primer suizo en ganar la Grande Boucle desde Hugo Koblet (1951). Este «pedaleur de charme» –el ciclista encantador, lo llamó el poeta Jacques Grello– fue la primera gran estrella del deporte de su país. Se esforzaba por no ser discreto: corría con un peine en el bolsillo para arreglarse el cabello antes de cruzar la meta. Así lo hizo al llegar a Agen, la ciudad natal de Aymeric Laporte, tras una escapada en solitario de 140 kilómetros en la etapa que salió de Brive.

Rominger pervive, muchos años después de su retirada, en la pequeña historia de la música pop, pues Juan Antonio Canta narraba en la canción «Johnny McEnroe» que el rodador suizo «puede ser que tenga el casco de Koji Kabuto. Pero no hay más que un Mazinger Z» (en alusión, por supuesto, a Indurain). El héroe nacional del país de los relojes de cuco también figura en la letra más o menos deportiva de otro cantautor de culto, José Luis Moro alias «Un pingüino en mi ascensor»: «No quiero que juguemos a Guillermo Tell porque nunca apuntas a la manzana», se queja a una antigua amante en el tema «Lanzadora de puñales». Y así, burla burlando, casi rellenamos la página sin nombrar al gran Roger Federer… pero, casi al final, la tentación nos ha vencido. Demasiado elegante como para omitirlo.